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LEONARDO COHEN S.

La sociedad israelí se vio sacudida las últimas semanas por movilizaciones de judíos etíopes que tomaron las calles de Jerusalén y Tel Aviv, para exigir un alto a la discriminación de la que son objetos.

Un video que mostró a un par de policías golpear a un soldado de origen etíope en la ciudad de Holón, fue el detonante de toda la secuencia de acontecimientos. Sin embargo, está claro hoy para muchos, que un problema más grave, de racismo y discriminación, corría ya desde hace tiempo por canales subterráneos y no tan subterráneos.

Es cierto, muchos de los defensores de la causa de los judíos etíopes, se sienten conmocionados por la ofensa sufrida por nuestros hermanos de fe, integrantes indiscutibles del pueblo judío. Sin embargo, tiende menos a señalarse, la intoxicada atmósfera que da lugar a la discriminación como opción legítima –cuando ésta va dirigida hacia aquellos que no pertenecen al pueblo judío– opción que se encargan de avivar y alimentar de tanto en tanto los propios políticos del país.

Quien permite, tolera y estimula ciertas formas de racismo y discriminación, no puede tener la certeza de que sus intenciones no sean rebasadas por sus intérpretes y seguidores, ni de que la discriminación no se expanda más allá de lo que era la propuesta inicial. Una vez que el dique se ha roto, no podemos saber hasta dónde llegará el agua, como tampoco sabemos exactamente qué campos son los que se inundarán. Lo que sí sabemos es que las cosas pueden escapar fácilmente de control.

Tres personajes que desempeñan hoy día papeles clave en la política nacional, proporcionan tristes ejemplos de cómo formas definidas de discurso discriminatorio han ido adquiriendo arraigo y legitimidad en nombre de la defensa de los intereses nacionales (el patriotismo es el último refugio de los canallas, dijo Samuel Johnson).

El primero ¿cómo no? es el propio primer ministro en turno, Benjamín Netanyahu. Es ya célebre el video transmitido el mismo día en que se llevaba a cabo la contienda electoral en Israel, donde Netanyahu llamó a la ciudadanía a votar para contrarrestar las “hordas de árabes que llenan autobuses para ir a votar”. El dirigente defendía su último refugio, el interés nacional. Esos ciudadanos de segunda le arrebatarían el poder y se lo entregarían a sus rivales. La nación corría peligro y había que rescatarla.

Algunos meses antes, la actual ministra de justicia Ayelet Shaked, criticó duramente a la Suprema Corte de Justicia. Esta instancia había revertido por segunda vez la ley que fue legislada por el parlamento y que autorizaba a la policía migratoria a detener refugiados eritreos y sudaneses, y conducirlos a un centro de detención en el Néguev, sin necesidad de juicio previo. La Suprema Corte declaró esta ley inconstitucional, lo que generó malestar entre el sector de la clase política que había concebido esta medida como solución óptima al problema de los refugiados. En entrevista radiofónica Shaked acusó a los jueces por su dictamen, diciendo con ironía: “lo que la Suprema Corte acaba de hacer ayer, es, de hecho, tomar un megáfono y gritar por todo el continente africano: ¡vengan a Israel!” Tal como lo presenta Shaked, vivimos bajo una constante amenaza. No sólo hordas de árabes. La inminente invasión de africanos nos obliga a permanecer alertas. No se puede ceder un ápice cuando la patria está en peligro. Hay que proteger el refugio, hay que exacerbar el entusiasmo patriótico.

Más conocida aún es la sentencia de la flamante ministra de cultura Miri Réguev, quien en una manifestación en el sur de Tel Aviv, repudió la presencia de refugiados sudaneses y eritreos en Israel. Como patriota auténtica, Réguev distinguió sin miramientos a los enemigos del pueblo: “ellos [los africanos] son un cáncer en el cuerpo de la nación”.

En efecto, cuando aparece el término cáncer en el discurso oficial, es inevitable el ulterior desarrollo de la amenaza del contagio, y una vez que esto suceda, ya no hay discurso apologético que ayude. El más próximo al tumor será sospechoso de contaminación, y por lo tanto pagará también su precio. Y resulta que el más próximo es el etíope. Habrá genuinas demostraciones de solidaridad hacia los judíos etíopes desde el lado oficial. Se dirá que se cometieron errores, pero que en su mayoría las intenciones fueron buenas. Ello de poco servirá. ¿La actual ministra de justicia olvidó que los judíos de Etiopía son también africanos? ¿Qué quiso decir cuando se refirió a aquellos que llegan acá, a Israel de manera ilegitima y que no son de “aquí”? ¿Que esta tierra le pertenece sólo a los no africanos? Argumentará que aquellos que llegaron de Etiopía son, a diferencia, judíos. ¿Será necesario explicarle a la ministra Shaked que también son africanos, así como yo soy judío, israelí y latinoamericano?

Numerosos testimonios refieren historias de judíos etíopes hostigados por la policía migratoria, quien no siempre distingue entre un judío originario de Axum o Mekele, y un eritreo de Asmara. La policía migratoria ha escuchado que hay sectores de la población a los que por sus características y cualidades, es permitido tratar con un poco más de violencia. Los africanos ya han sido señalados por estos políticos. Los árabes israelíes son para muchos, enemigos de la nación desde hace tiempo, pero Netanyahu lo convirtió ahora en discurso oficial, le otorgó la legitimación requerida. El racismo es malo, nos dicen, pero está permitido cuando se trata de salvar a la patria, de forjar el refugio. No se debe olvidar, sin embargo, que en la ruleta del racismo y la discriminación, no siempre sabemos quién es el siguiente en turno.