DIEGO BOLAÑOS PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El pasado 24 de junio, se llevó a cabo un recorrido desde las instalaciones de lo que en su momento fue el recinto de la Inquisición y que es hoy  la Antigua Escuela de Medicina, hasta la sinagoga Justo Sierra.

En punto de las 19:00 hrs, inició el recorrido por el edificio de la Antigua Escuela de Medicina, en el cual los guías explicaron los orígenes del Palacio de la Inquisición y como fue su desarrollo. Este recinto fue testigo de una época sombría de la historia de la humanidad; sus muros atestiguaron terribles torturas y crímenes en nombre de D-os. Aquí  sufrieron los llamados criptojudíos o marranos, judíos que tuvieron que convertirse al catolicismo, ocultando sus tradiciones y rituales.

Fray Tomás de Torquemada, pariente de Juan de Torquemada, el ilustre fraile que se ocupó de la historia indiana de México, fue uno de los más crueles inquisidores de España, Fue él quien desarrolló las reglas más crueles y estrictas para el Santo Oficio, reglas que se siguieron al pie de la letra en México. Entre sus disposiciones estaba que el secreto de los testigos fuera inviolable, que se adoptara el tormento y la confiscación de bienes, que en un corto período de gracia los acusados se denunciaran a sí mismos y abjuraran de sus errores, que se recibieran las denuncias de padres contra hijos y de hijos contra padres y que se permitiera la separación del derecho común y del orden de proceder en todos los tribunales conocidos.

Luis González Obregón calcula que se pronunciaron 51 sentencias de muerte en los 235 o 242 años en los que funcionó en México el Santo Oficio, pero esta puede ser una conjetura: Llorente dice, por ejemplo, que sólo en 1481 hubo 21 mil procesos y hasta quienes sostienen que la Inquisición no quemó a nadie en tierras mexicanas. Sin embargo, es muy probable que todos se equivoquen o que el más aproximado en sus cálculos sea González Obregón ya que, por ejemplo, en el caso contra Luis de Carvajal, uno de los más célebres de México, murieron ocho personas, siete de ellas en la hoguera y una en el garrote vil.

Las penas impuestas a los reos de delitos que no se castigaban con la muerte eran generalmente “el auto, vela, soga y mordaza y abjuración de Levi”, y a veces también el destierro. Eran de rigor, eso sí, 100 o 200 azotes. Entre los delitos figuraban no sólo el renegar de Dios, de sus santos y la Virgen, sino también el amancebamiento, la fornicación y la sodomía.

La indumentaria denunciaba al reo y así lo segregaba: a los judaizantes, por ejemplo, se les condenaba a llevarad perpetuum, un hábito penitencial amarillo con dos aspas coloradas de San Andrés: es lo que llamaban el sanbenito. Remataba el atuendo un gorro de papel en forma cónica, color azafrán. Para indicar que un preso iba hacia las cárceles del Santo Oficio se decía que “se lo habían llevado en la calesita verde”.

Durante la Colonia al edificio de la Inquisición, después la Escuela de Medicina, se le llamó la “casa de la esquina chata”. El Patio de los Naranjos era el de las prisiones y estas celdas medían, por lo general, 16 pasos de largo y 10 de ancho, contaban con dos puertas de un grosor bastante importante, un agujero con rejas dobles donde entraba escasamente la luz y una tarima de azulejos que hacía las veces de cama.

Dicha convocatoria tuvo gran éxito: acudieron aproximadamente 500 personas; hecho que sorprendió a Mónica Unikel, directora de la Sinagoga Justo Sierra, y a Mónica Espinoza, Directora de la Escuela de Medicina.

Al terminar los recorridos, tras hacer escala en el parque Loreto, Unikel dio la bienvenida a la Sinagoga de Justo Sierra. Con el recinto lleno, informó a los asistentes sobre la historia de la migración judía a México y la historia muy en particular de la construcción de la Sinagoga Justo Sierra.

Información: mexicodesconocido.com.mx