Amos OzAMOS OZ

Una guerra cultural crea el ambiente propicio para el florecimiento de la cultura, del libre pensamiento. Las sociedades en donde no existe siquiera la noción de lo que es una guerra cultural, se parecen un poco a Corea del Norte.

Si cada obra creativa que pudiera ser usada como arma por quienes odian a los judíos mereciera ser censurada,  o al menos no contar con el apoyo del dinero público, deberíamos comenzar por la Biblia hebrea. Por ejemplo, todo el asunto del profeta Natán y el Rey David, debería quedar excluido. Miles de años atrás,  los medios de difusión externos ya explotaban nuestra literatura y la usaban como arma contra nosotros. “Mira lo que los judíos dicen de sí mismos.” Y no sólo de sí mismos, sino del rey David (de quien debería surgir el Mesías). El profeta dijo de este rey que había cometido un pecado que sólo podía castigarse con la muerte. Eso tendría que ser arrancado de la Biblia. No podemos educar a nuestros hijos así. Representa una puñalada mortal a nuestra legitimidad.

Esta semana escuché que un miembro del municipio de Jerusalén está exigiendo que una obra teatral llamada “Ezequiel” se prohíba pues menciona la intifada y el Holocausto y los pone al mismo nivel. No he visto aún la obra, no tengo una opinión al respecto. Pero si le negamos el apoyo económico del público a esta obra, debemos también dejar de enseñar el libro de Ezequiel en las escuelas públicas. El profeta Ezequiel dice cosas terribles a cerca del pueblo de Israel, rayando casi en la pornografía. Llama al pueblo de Israel “ramera”, que “abre sus piernas a cualquiera que pase por su casa”, y aún le dice cosas peores. Expresiones como esa dañan  tremendamente nuestra imagen hacia el exterior. Cualquier antisemita se deleitaría citándolas.

Si es necesario prohibir cualquier obra de arte que muestre un asesinato, e incluso lo muestre con una pequeña dosis de empatía, entonces La Medea de Eurípides debería prohibirse y Shakespeare debería prohibirse por su Hamlet y por su “Julio César” y así todas las obras que versen sobre los homicidios, como Crimen y Castigo de Dostoievski y tantas otras.

¿Está permitido montar una obra de teatro acerca de un asesino palestino en un teatro israelí? ¿O exhibir una cinta acerca de un matón judío? Por supuesto que sí está permitido. Si una corte determina que una obra incita a la violencia, no debe ser exhibida. Si una corte decide que una obra es difamatoria, tampoco debería ser exhibida. Una corte legal, no los ministros o los diputados.

No he visto todavía el documental “Más allá del miedo” (Beyond the Fear) acerca del hombre que asesinó a Yitzhak Rabin. Si la película incita o promueve el asesinato, no debería ser exhibida. Pero si lo que intenta en penetrar en las profundidades de la mente del asesino, entonces es semejante a las obras de Shakespeare o  Dostoievski. Tal vez no esté a la altura de estos maestros de la literatura, pero ¿por qué descalificarla si no incita a la violencia?

Otra pregunta, ¿Estos trabajos culturales deberían contar con el apoyo de los contribuyentes o con dinero público? Esa sí es una pregunta legítima. En un mundo ideal, cualquier obra de valor debería merecer el apoyo de los contribuyentes. Pero ni siquiera el gobierno más ilustrado o el más entusiasta de la cultura es capaz de apoyar cada trabajo que valga la pena. Los dineros públicos no necesariamente deberían ser usados en apoyo de una obra acerca del asesinato del soldado de las Fuerzas de Defensa Israelí  Moshe Tamam o acerca del asesino de Yitzhak Rabin, pero el criterio para decidirlo no debiera ser si un trabajo es ofensivo o molesto. El criterio debería ser si el trabajo posee un valor artístico o no. La decisión debe tomarla un comité público y profesional el cual seguramente se equivocará y acusará controversia muchas veces.

Si lo que tal comité decida es extremadamente absurdo, siempre se puede ir a la Corte y apelar la decisión. Si eso tampoco ayuda, si los miembros de dicho comité público son parciales o censores extremistas, entonces se deberán tomar medidas más drásticas: silenciar la vida artística en Israel.  Eso tendría una enorme repercusión internacional. No sería un problema del primer ministro, sino de todo el estado de Israel, cuya imagen en el mundo ilustrado no es de por sí tan maravillosa incluso sin una huelga general de la mayoría de sus artistas y de sus creadores.

Algunos dicen:  “Pero hay obras que ofenden la sensibilidad del público.” La verdad es que casi cualquier obra de arte que valga la pena ofende al público de una u otra forma.  Una de las cosas que logra un buen libro es sacudir la sensibilidad del lector.  ¿Cómo lo hace?  Eso varía de libro a libro y de lector a lector. Muchas bellas canciones acerca del vino pueden ofender la sensibilidad de algunos musulmanes. Bellas canciones que hablen de la pasión pueden tal vez ofender a algunos judíos y cristianos.  El profeta Amós ofende seriamente la sensibilidad de los ricos, de los gobernantes y también de la de algunos pueblos que sean vecinos. Es tal vez mucho más deseable sacudir la sensibilidad pública y también la privada de vez en cuando.

¿Estamos al borde de una guerra cultural? Yo digo: ¡Ojalá! No hay nada de malo en una guerra de culturas, mientras no sea violenta. Al contrario, una guerra cultural permite fluir la creatividad. Las grandes civilizaciones han surgido de conflictos internos y de tensiones internas. De hecho, hemos estados inmersos en una guerra cultural desde la época del surgimiento del sionismo y aún mucho antes de eso:  desde la época de los profetas, desde el tiempo de las casas de Hillel y de Shammai, Hasidim y Mitnagdim, Sionistas y Bundistas, Hebreo, Yidish y Ladino, todos trajeron consigo guerras culturales. Una guerra cultural sigue vigente entre el sionismo y los ultra ortodoxos, ¿qué hay de malo en ello? De hecho, creo que es mejor que las guerras culturales sean un intercambio de honestidad y no de insultos.

Mientras la gente no sea golpeada en las calles, acuchillada o muerta a tiros y de ser posible mientras tampoco sean insultados, ¿por qué debemos temer una guerra cultural? Una guerra cultural genera un maravilloso ambiente para el florecimiento de la Cultura, de la creatividad, del libre pensamiento. Las sociedades en donde no existe siquiera la noción de lo que es una guerra cultural, se parecen un poco a Corea del Norte.

Toda la cultura de Israel, desde la discusión de Abraham con Dios acerca de Sodoma, cuando el patriarca pronunció aquellas escandalosas palabras “¿No debería el Juez de toda la tierra hacer lo justo?” la totalidad de nuestra cultura,  por lo menos en los buenos tiempos, ha sido una cultura de la disputa y de un feroz encuentro entre diferentes interpretaciones, distintos valores y puntos de vista. Shelo yigamer le’olam, ojalá y nunca termine.

*Amos Oz  es co- autor, junto a su hija, Fania Oz-Salzberger de “Jews and Words,” (Los judíos y las palabras), Yale University Press, 2012.

 

Traducción del inglés por Teresa Padrón Benavides.