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MAY SAMRA Y MIRIAM BALEY PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Enlace Judío acudió al evento de develación del busto en memoria de Gilberto Bosques, presidido por José Antonio Meade Kuribreña, Secretario de Relaciones Exteriores, el cual se llevó a cabo en dicha dependencia federal el pasado lunes 20 de julio. Al evento, concurrieron amigos, familiares y compañeros de trabajo de don Gilberto Bosques Saldívar, así como diversos funcionarios de gobierno y, por supuesto, algunas de las personas a las que ayudó este gran hombre.

Aquí les dejamos los testimonio de varios de los asistentes, quienes jamás olvidarán- ni dejarán que lo hagamos nosotros- la bondad, calidez y humanidad con que se comportó Gilberto Bosques todos los días de su vida.

Las cálidas palabras de la nieta y nuera de Gilberto Bosques

ANNE MARIE TISTLER, NUERA DE GILBERTO BOSQUES

Yo pienso que fue un hombre espléndido durante toda su vida, y este evento también me pareció excelente.

TERESA BOSQUES, NIETA DE GILBERTO BOSQUES

 En realidad, mi abuelo no hubiera aceptado ningún reconocimiento porque siempre dijo que era su trabajo. Sin embargo, considero que este homenaje es muy merecido, y es importante conocer la historia, así como los valores y principios que siempre rigieron en la vida de mi abuelo.

Deben saber que mi abuelo, antes de ser revolucionario, periodista y diplomático, fue maestro y estudiante normalista, y para él la educación siempre fue lo más importante porque es uno de los pilares de una nación.

Era una persona cariñosa que siempre tenía una palabra amable. Los recuerdos que tengo de la infancia eran ir a su casa a jugar, comer y platicar con él. Tenía una ternura inconmensurable y era muy, muy cálido. Había una gatita que venía de la calle y siempre lo buscaba. Me llamaba la atención porque los animales callejeros no se acercan a cualquiera pero él tenía una vibra muy especial y esa gatita siempre se le acercaba. Era de las personas que siempre tenía una palabra amable, de aliento, y a mí siempre me alentó en todo lo que hacía.

Me contaba de sus amigos, como Luis Enrique Erro, con quien hizo el artículo 3° constitucional, que señala que en México se otorga educación laica, gratuita y libre.

Se dedicaba a muchas cosas. Tenía esa mirada curiosa y siempre quería saber más. Era un gran orador y se podía estar charlando con él toda la tarde.

Era una persona de gran corazón, y tengo los mejores recuerdos de él.

EJ: ¿Te platicó algo de la Segunda Guerra Mundial?

Sí, por supuesto, fue algo con lo que yo crecí. En casa de mi abuelo siempre se platicaron cosas del mundo y de la actualidad.

Él, junto con mis tías y mi papá, vivió la guerra. Cuando estuvieron presos en Bad Goesberg, mi padre tenía unos escasos 13 o 14 años, y yo escuché mucho de eso. Ése lugar era la casa de veraneo de Hitler pero, hasta donde yo sé, creo que no lo conoció personalmente.

En casa de hablaba de… lo que se hacía se hacía porque se tenía que hacer; era algo normal. Tanto en la revolución, como en sus épocas de periodista o de profesor, siempre estuvo vinculado a los principios con los cuales creció, especialmente, sobre los derechos humanos. Conocía bien la historia del mundo y las religiones, y siempre tuvo un gran respeto por la diversidad humana y de pensamiento. Eso era parte de su forma de ser.

EJ: ¿Tuvo relación con la gente que había salvado después en México?

Sí, claro. La comunidad de republicanos españoles lo buscaba mucho, así como personas de la comunidad judía.

Mi abuelo salvó vidas sin importar su religión, nacionalidad o forma de pensar; la cuestión era salvar gente, y no nada más de la Segunda Guerra Mundial, sino de otros conflictos también. A lo largo de su carrera, tuvo la oportunidad de apoyar a muchas personas pero, como él siempre decía, eso era parte de su trabajo.

EJ: ¿Alguna historia que te haya contado que te impactó?

Bueno, varias. Estuvo en varias batallas, como la Batalla de la Blanca Flor y la Revolución, pero nunca lo hirieron. Sin embargo, como también fue ferrocarrilero, me contó que una vez tuvo un accidente y, al ponerle morfina para el dolor, se le fue por otro camino y tuvo un dolor terrible.

Lo que sé es que salvó a muchas personas que fueron perseguidas, tanto por Mussolini como por Franco y Hitler.

También me contaba que su mamá fue la que le enseñó todos los estudios primarios ahí donde vivían, en Chiautla de Tapia, Puebla. Decía que ella tuvo una gran influencia en su vida y, como la educación era muy importante para él, decidió ser maestro justamente por el ejemplo de su madre.

EJ: ¿Qué lección te deja?

Lo que recuerdo de mi abuelo es que siempre habló muy en alto del ser humano; creía en el ser humano, en la mejor parte que tenemos como personas. Y eso me lo ha dejado a mí. Yo realmente creo en la ciudadanía universal y en que todos somos hermanos, independientemente de la nacionalidad que tengamos, la religión que profesemos o a lo que nos dediquemos. Somos la gran raza humana. La tolerancia y la diversidad son muy importantes, así como la aceptación de la diversidad y el respeto al derecho ajeno, que, si bien lo dijo Benito Juárez, es algo que también yo aprendí a través de las vivencias de mi abuelo.

 

LA FAMILIA DEL CASTILLO RECUERDA CON GRAN CARIÑO A SU SALVADOR, GILBERTO BOSQUES

Rafael del Castillo Ruiz: Yo me acordaba poco; tenía unos 6 años.

Una anécdota acerca de mi anillo, que nunca me quito. En el campo de concentración, del lado izquierdo estaban las mujeres y los niños y, del derecho, los hombres. Habíamos hecho un hueco por abajo por donde entrábamos y les dábamos un beso a nuestros papás. Ellos nos daban lo poquito que hubieran podido conseguir.

Este anillo es de un stuka alemán derribado en la guerra de España. Es una tuerca. Y mi padre la hacía porque mi abuelo era joyero y con esto le daban una barra de mantequilla o una baguette, y eso nos lo daba a nosotros.

Cuando yo pasé [por el hueco], no había más que un militar, un soldado francés muy joven que se hacía de la vista gorda dejándonos pasar; por bondad. Pero, en eso, llegó un SS con dos militares con metralletas y nos castigó a los tres niños que habíamos cruzado- ellos tenían 8 o 9 años, pero yo solo tenía 6- y nos puso de rodillas con dos ladrillos en cada mano, con la advertencia de que, si se te caía, harías cinco minutos más. Yo era muy chico y se me cayó uno, así que me dio un fustazo en la espalda y mi padre se trepó por la reja queriéndolo matar pero los compañeros lo jalaban de los pies para tirarlo porque, si saltaba, lo iban a matar. Así que él pone en sus historias que me hice hombre a los seis años. Y tenía razón.

La visa la recibimos en Marsella porque mi padre se atrevió a escribirle una carta a don Gilberto. Mi papá era técnico en aeronáutica; no había muchos porque había muy pocos aviones. Así que lo recibió don Gilberto y le dijo, “no tengo a nadie que me ayude; estoy con mi hijo y mi mujer. Me escapé de una compañía disciplinaria alemana y ellos, de un campo de concentración”. Don Gilberto le dijo, “personas como usted se van a mi patria, a México. Esté tranquilo, yo lo voy a ayudar”.

Y nos consiguió el dinero, con los cuáqueros y otras personas con quien lo mandaban. Un día lo mandaron con los ingleses, quienes le dijeron que a él sí le daban la entrada a Inglaterra pero a nosotros no, y mi padre les dijo que eran unos fascistas miserables. Así que lo agarraron de la ropa y lo aventaron afuera. Se fue con el Sr. Bosques y éste le dijo, “no se preocupe, otros nos ayudarán”. Y aquí estamos.


Victoria del Castillo Ruiz: Mis padres fueron refugiados españoles que llegaron a México gracias a la intervención de don Gilberto Bosques, y yo nací algunos años después. Estoy aquí gracias a él.

Lo que puedo decir es que fue una persona de lo más sencilla siempre, de lo más cooperadora. Fue un honor enorme que fuera testigo en mi boda. Hemos conocido a toda su familia y, aunque desafortunadamente él y su hijo Gilberto ya fallecieron, seguimos el contacto con la nuera, nietos y la hija, Laurita, que es a la que más hemos visto.

Me encanta este tipo de homenajes a una persona tan extraordinaria que apoyó a tantos. Se necesitan estos reconocimientos para que las nuevas generaciones sigan sintiendo el mismo respeto que cualquier ser humano pueda tener, a pesar del pasar del tiempo.

Lo conocí personalmente y puedo decir que era una persona muy sencilla. Cuando mi esposo y yo le fuimos a solicitar que fuera testigo en nuestra boda, nos dijo que amablemente aceptaba y que era un honor para él. En ese entonces se preguntaba a qué se dedicaban los testigos, así que, cuando él pasó a firmar y le hicieron esa pregunta, con toda la trayectoria en política, diplomacia, periodismo, etcétera, ¿sabe qué puso? Que era maestro. Creo que eso lo pinta a él como una persona extraordinariamente sencilla que siempre reconoció sus orígenes. Para él, lo importante era enseñar y actuar siempre pensando en el bienestar de los demás.

EJ: ¿Pidió don Gilberto algún dinero para darle la visa a su padre?

La verdad, esos detalles no los conozco porque no había nacido. Sé que había apoyos pero no sé exactamente de dónde venían.

El aporte económico no sé de dónde venía pero debo suponer que era para los barcos. Mis papás salieron de Marsella a Casablanca y luego llegaron a México en el último barco portugués, llamado Serpa Pinto. Arribaron en Veracruz en octubre de 1942.

EJ: Y, ¿de la visa?

No, de la visa, no. Sino que era más que nada para conseguir los boletos para el barco.

EJ: ¿Por qué salió su padre?

Porque Franco ganó la guerra. Él era antifranquista; estaba en contra del fascismo. Tuvieron que cruzar los Pirineos y pasar a Francia, en donde estuvieron en campos de concentración.

Cuando mi papá se jubiló, decidió grabar sus memorias para que sus hijos, nietos y familiares conociera un poco más de su vida. Narró muchísimas anécdotas y mi hermano, el Dr. Rafael del Castillo, ya las concentró y está armando un libro con fotos, así que espero que pronto vaya a salir esa memoria de mi papá.

EJ: ¿Qué nos puede decir de la casa de don Gilberto?

Recuerdo que fui en alguna ocasión a conocer su casa. Conocí a Laura y a Gilberto chico, también.


Rafael del Castillo Torre de Mer, hijo y nieto de sobrevivientes: Yo soy hijo y nieto de personas que salvó don Gilberto Bosques. De Rafael del Castillo Baena, [] Ruiz Serrano, Rafael del Castillo Ruiz.

EJ: ¿Qué nos puede decir de don Gilberto?

Que era un tipazo. Era muy simpático; tenía un gran sentido del humor y tenía muchos pantalones porque, la verdad, se jugó la vida. Tan se la jugó que acabó preso junto con su familia en Alemania, y la verdad es que fue un hombre que siempre dio de más. Dio más de lo que cualquier otro hombre podía haber hecho en su circunstancia.

EJ: ¿Cuál fue la historia de su familia?

Salieron de Córdoba, Andalucía, a raíz de la Guerra Civil española y, como casi todos los refugiados, salieron por la zona de Cataluña y llegaron los Pirineos en un maremágnum enorme donde no había comida ni nada. Después, llegaron a un pueblito francés y cayeron en un campo de detención, bueno, de refugiados y, de ahí, lograron huir. Y, gracias a mi abuelo, que era un hombre bastante aguerrido, se fueron a Marsella. Ahí estuvieron un tiempo y les tocó el inicio de la Segunda Guerra Mundial, época en la que tuvieron la fortuna de conocer a Gilberto Bosques y de que les salvara la vida.

EJ: Pero, ¿ellos llegaron con él?

No, llegan por su lado y lo conocen allá en Marsella.

EJ: Y, ¿cómo es que les da la visa?

La verdad es que esa parte la conoce mejor mi padre, pero lo que sí sé es que, de alguna manera, mi abuelo hizo una relación con él y éste los empezó a proteger, igual que como protegía a muchísima gente. Tenía muchos niños; rentó dos castillos en Francia en donde los tenía, y ahí les daban clases de canto y pintura, y les daban comida. En una de esas, yo creo que se compadeció- o no sé cómo decirlo- de ellos porque incluso después del general Cárdenas, siguió expidiendo lo que decía Lillian Liberman en su documental “las visas al paraíso”, para llegar a este extraordinario país.

 

MANUEL SUÁREZ, HIJO DEL CHOFER DE GILBERTO BOSQUES, HABLA SOBRE SU PADRE Y BOSQUES

EJ: ¿Qué nos puede platicar de su papá?

Mi papá nació en Málaga y entró al Colegio Militar en África porque sus papás no lo podían mantener. Salió del colegio como teniente y se fue defender España porque la guerrilla marroquí quería la independencia. Luchó contra los moros y luego, durante la guerra civil, le ordenaron que se fuera a la península. Perdió la guerra pero la perdió como coronel.

Después de una serie de aventuras- ser condenado a muerte y escaparse de la cárcel, entre otras- llegó a Francia cuando ya estaba entrando a Francia. La Embajada mexicana se cambió a Marsella y ahí pidió trabajo. Lo entrevistó don Gilberto Bosques, preguntándole qué sabía hacer, a lo que mi papá contestó que era chofer y arreglaba motores diésel. El Sr. Bosques le dijo que se quedara para ser su chofer personal y el de la embajada.

Él era muy vivo y simpático- al fin, malagueño- así que se movía para conseguir medios para la Embajadora y comida para todo el personal. Vino en el último barco portugués con los papás de Rafael, y llegaron a Veracruz.

Gracias a estas aventuras, aquí estoy yo, hijo único de Manuel Suárez.

Enlace Judío: Y, ¿qué nos puede decir sobre Gilberto Bosques?

Don Gilberto fue un hombre maravilloso.

Enlace Judío: ¿Qué decía su papá?

Lo adoraba. Era un cariño muy bonito del chofer al patrón. Había un cariño muy lindo porque don Gilberto fue un gran hombre que ayudó tanto a paisanos judíos como a rusos y a todos los que necesitaran ayuda, inclusive, a muchísimos españoles. Tuve el gusto de conocerlo en la boda de Rafael del Castillo, el doctor. Ahí estaba él, que fue testigo. Lo saludé y platicamos un rato y, después, llegó mi papá, quien aún no moría. Al poco tiempo, don Gilberto Bosques murió. Fue un gusto conocerlo y saludarlo.