IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

rio blanco
Iglesia de Río Blanco, Veracruz, conocida como “la sinagoga”

No. No es broma.

Esa fue la conclusión a la que llegaron algunas especulaciones cabalísticas hacia las primeras décadas del siglo XVIII, y ello provocó todo un complot en el que estuvieron involucradas distinguidas familias judías desde la Ciudad de México hasta Venezia. Seguramente, la judería de Amsterdam también tuvo algo que ver.

Las sospechas recayeron sobre un joven llamado Gaspar Váez de Sevilla, perteneciente a una de las más acaudaladas familias novo-hispanas de origen judío, y cuya familia tenía fuertes vínculos con los clanes rabínicos de Amsterdam. Su padre era el exitoso empresario Simón Váez de Sevilla, y su mamá fue Juana Enríquez, hija de Blanca Enríquez y de Antonio Rodríguez y Arias, rabino –con Smijá legítima de Amsterdam– de la comunidad Cripto-Judía de origen portugués que, mayoritariamente, se habían establecido en Querétaro y la Ciudad de México.

Para la correcta instrucción judía de Gaspar Váez, se había despachado desde Venezia al rabino David Machorro (alias Antonio Farfán y Narváez). Después de varios años de haberle perdido la pista, su hijo Salomón Machorro –también rabino, que había recibido su Smijá en Izmir, Turquía– salió rumbo a México en 1629. Salomón se topó con que su padre había muerto varios años atrás, pero fue recibido por la comunidad Cripto-Judía portuguesa y se estableció como rabino allí.

Dado que iba a hacerse cargo de la instrucción de Gaspar, fue debidamente examinado en sus conocimientos de Judaísmo, aunque no por el rabino local –Antonio Rodríguez y Arias–, sino por su esposa Blanca Enríquez, llamada posteriormente por la Inquisición como “la rabina dogmatista”, y –fuera de toda duda y en el mejor estilo judío– matriarca del clan.

Antonio y Blanca fueron los máximos dirigentes del grupo, aunque también destacaban el ya mencionado Simón Váez –yerno– y el “bachiller” (egresado en los estudios de Filosofía y Medicina) Pedro Tinoco –nieto–.

Todos ellos, junto con Salomón Machorro, fueron arrestados por la Inquisición en 1642 y sometidos a un proceso que se extendió durante ocho años. Antonio Rodríguez, Blanca Enríquez y Pedro Tinoco murieron en 1649 (los dos primeros, seguramente en la cárcel; el nieto, ejecutado). Simón Váez fue sentenciado a regresar a España y nunca volver a México, y de Salomón Machorro no hay registro de su suerte, aunque es prácticamente seguro que fue liberado y se reubicó con el resto de la familia.

Pese a que los registros inquisitoriales señalan que las familias Tinoco, Rodríguez y Enríquez habrían sido exterminadas, se sabe que no fue así en realidad.

Y es que todo el episodio fue un asunto eminentemente político.

En 1642, cuando se desató la persecución contra el clan portugués de Cripto-Judíos en México, España estaba en un severo problema en el marco de la Guerra de los Treinta Años en Europa (1618-1648). Esa fue la guerra en la que el Protestantismo del norte de Europa impuso su derecho a existir, derrotando la obsesión de los países Católicos por recuperar la unidad ecelsiástica a fuerza de cañonazos.

La situación ya era precaria en el frente, y España tuvo que enfrentar un problema extra: la rebelión de los condados catalanes que reclamaron su independencia. Para sofocarla, decidió movilizar a las tropas portuguesas (recuérdese que para entonces Portugal era parte de la Corona Española) en 1640, pero no contó con el oportunismo político del Cardenal Richelieu –por entonces gobernante de facto en Francia–, que aprovechó la coyuntura para debilitar aún más a España: ofreció su apoyo al Duque de Braganza para que, si optaba por independizar a Portugal, fuese reconocido como rey.

El Duque aceptó el trato, y cuado las tropas portuguesas estaban en Madrid dieron un cuartelazo que obligó a la corona española a reconocer la independencia de Portugal, además de la anexión francesa de los condados catalanes del norte.

Por ello, como parte de las represalias iniciales y seguramente con la idea de ampliarlas más tarde, España se movilizó en su colonias de ultramar –incluyendo México– para atacar y afectar los intereses portugueses. En consecuencia, en 1642 la Inquisición activó un proceso contra las familias judaizantes de origen portugués, muchas de las cuales eran parte activa en las redes comerciales de la flota naviera más importante del mundo: la de Portugal.

Es casi seguro que, para entonces, las autoridades eclesiásticas virreinales tenían conocimiento de las prácticas judías clandestinas en el país, pero no era una situación que pareciera molestarles. El de los Rodríguez-Enríquez-Váez-Tinoco no era el único clan de Cripto-Judíos en ese momento, pero fue el único perseguido. De hecho, fue el que se vio sometido a la más violenta persecución jamás desatada por la Inquisición en México, y eso hace evidente que detrás estaba el asunto político.

España fue el país que más perdió en la Guerra de los Treinta Años. Cuando se firmó la paz en 1648, católicos y protestantes asumieron el hecho como un honorable empate, después del cual cada quien practicaría su religión sin que los demás se metieran a molestar.

Pero España perdió Portugal y los condados del norte de Catalunya.

Derrotada y humillada, sin posibilidades reales de vengarse por las grandes pérdidas logísticas y económicas, España fue dando marcha atrás de los procesos contra el clan portugués, y en 1650 cerró todos los casos. Después de ello, vino el declive paulatino pero irremediable de la Inquisición, que desde entonces no volvió a protagonizar ningún evento relevante, y se limitó a perseguir “blasfemos”, borrachos y, en los casos más extremos, mujeres acusadas de hechicería. La Inquisición Española fue abolida por las Cortes en 1812, y en teoría eso significó la abolición de la Inquisición en México, aunque no fue sino hasta 1820 que se implementó aquí su desaparición. Para ese entonces, el Tribunal de Santo Oficio llevaba décadas convertido en una estructura irrelevante.

¿Qué sucedió con los sobrevivientes al proceso inquisitorial? Sabemos que, por lo menos, se dirigieron hacia tres rumbos distintos: el Estado de Michoacán, la zona de amplia actividad comercial entre Córdoba y Orizaba en el Estado de Veracruz, y el norte del país (el contingente más amplio se estableció en Corpus Christi, Texas, cuando todavía era parte de México).

Muchas de esas familias todavía sobreviven, y en algunas los hábitos de origen judío están fuertemente arraigados, especialmente los de matrimonio endogámico.

Lo más probable es que con el transcurso del siglo XIX y el caos imperante en todo el país por las guerras de Indpendencia, Reforma e Intervención Francesa, la comunidad judía de Amsterdam haya perdido la pista de las familias que se trasladaron hacia Michoacán y el norte del país, sobre todo porque muchas de ellas cambiaron sus apellidos.

Pero el vínculo con los que se establecieron en el Estado de Veracruz se mantuvo durante más tiempo, seguramente hasta el siglo XX, principalmente por tres factores.

El primero fue que el puerto de Veracruz fue un lugar visitado constantemente por los barcos de la Compañía Holandesa de Indias, y muchos de sus accionistas, empleados y navegantes eran judíos sefarditas de origen portugués, tanto holandeses como ingleses y franceses.

El segundo fue que este grupo conservó sus apellidos originales. De ese modo, muchos de los apellidos que encontramos en los registros inquisitoriales, que son los mismos apellidos que se usan hasta la fecha en la comunidad sefaradí de Amsterdam, están todavía muy presentes en grupos endogámicos que encontramos en la zona de Córdoba a Orizaba: Arias, Maldonado, Botello, Cardozo, Carvalho (Carballo), Coronel, Acosta, Acuña, Campos, Espinosa, Esquivel, Fonseca, Guevara, De León, Del Valle, Silva, Machorro, Duarte, Díaz, Enríquez, Fernández de Castro, Franco, Méndez, Núñez, Pereira, Rodríguez, Tinoco, Váez o Vaz.

Y el tercero fue que con el auge industrial del Porfiriato, una gran cantidad de judíos alemanes, holandeses y franceses se establecieron en la zona de Orizaba y Río Blanco (poblaciones aledañas), debido a la fundación de la Fábrica de Río Blanco en 1900, la más grande de la industria textil del continente en ese momento.

Debido a ello, muchos judíos sefarditas llegados de Holanda y Francia recuperaron un contacto directo con familias de origen judío que vivían en la zona. Durante algún tiempo, debieron desarrollar una vida comunitaria bastante regular, porque de hecho construyeron la primera sinagoga de la era moderna en México en la población de Río Blanco, unos 30 o 40 años antes de que se construyeran las Sinagogas de Justo Sierra.

Lamentablemente, el templo fue –literalmente– secuestrado por la Iglesia Católica, y hasta la fecha funciona como templo católico.

Sin embargo, la gente lugareña todavía le llama “la sinagoga”. En su parte frontal, donde debería ir un rosetón, todavía se ve claramente una Maguén David. Extrañamente, no tiene una cruz como el resto de los templos católicos en todo el mundo. Apenas una pequeña incrustada en la parte central de la Maguen David.

Pasar por ese pequeño poblado (para 2010, la población era de poco más de 40 mil habitantes) y toparse con esa iglesia puede ser un tanto desconcertante, porque su estilo arquitectónico está muy lejos del característico de los templos católicos.

Cuando uno se entera de que eso originalmente fue una singagoga, las cosas empiezan a parecer más lógicas.

De todos modos, lo que uno difícilmente se podría imaginar es que la historia de muchas de las familias que construyeron esa sinagoga está directamente vinculada con un extraño episodio del siglo XVII, que desenbocó en los más feroces procesos inquisitoriales que hubo en México, un poco después de que una extraña especulación cabalística convenciera a muchas personas en diferentes lugares del mundo de una idea tan sorprendente como extravagante.

Que el Mesías iba a ser un judío mexicano.