AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Me cuenta un amigo de una creencia que tienen en Corea que primero me hizo reír, después, reflexionar… ellos creen que si duermes con un ventilador prendido y las ventanas del cuarto cerradas, amanecerás muerto. Es tan arraigada esta creencia que las cajas de los ventiladores que se venden en Corea deben tener una leyenda que advierta que no deben usarse con las ventanas del cuarto cerradas.

Por Tamara Trottner

A man lies next to an electric fan in his home in Seoul July 4, 2007. Summertime in South Korea means cold beer on steamy nights and lonely deaths in stuffy rooms blamed on electic fans. Electric fans and Koreans are a deadly combination, according to an urban legend in the country that has it if a person sleeps in a closed room with a fan on all night they may never wake up. To match feature KOREA-FANS/  REUTERS/Han Jae-Ho (SOUTH KOREA)
Foto: Reuters / Han Jae-Ho (Corea del Sur).

La hermana de mi amigo dio clases en una escuela de Corea y le explicaron que debía enseñar esta lección con especial énfasis. Al principio ella se opuso. “Esto es una superstición ridícula y no tengo por qué seguirla enseñando a los niños”, dijo. “No es superstición”, le respondieron, “hay incluso pruebas científicas de que esto es cierto”. Ella argumentó haber dormido cientos de veces con el ventilador prendido y la ventana cerrada. “Ah, claro”, contestaron, “pero los coreanos somos diferentes y a nosotros sí nos mata”.

¿Dónde empezó esta creencia? ¿Cómo es posible que algo tan ridículo esté tan enraizado que incluso digan que hay pruebas científicas de que es cierto? (Por supuesto que por más que investigué no he encontrado estas pruebas, aunque la llamada “muerte por ventilador” aparece en Wikipedia). Se dice que empezó desde los años 20, cuando aparecieron los primeros aparatos, pero no se sabe por qué surgió.

Me pregunto en qué momento los seres humanos convertimos en superstición, en costumbre, incluso en religión, situaciones que vistas desde un punto de vista critico resultan completamente absurdas. Y, sin embargo, regimos en torno a ellas nuestras vidas, nuestras relaciones, todo lo que hacemos, lo que comemos, y la forma en la que amamos. Ponemos en manos de esta “verdad” nuestra propia felicidad. No cruzar debajo de una escalera, no pasar la sal de mano en mano, no decir el nombre de un bebé que no ha nacido, etcétera. Entregamos nuestra vida a ideas que no tienen lógica ni sustento. ¿En qué nos basamos para decir que algo es verdadero cuando no hay forma de comprobarlo, cuando los antecedentes en los que se basa son brumosos… cuando, además, son sólo ciertos para nosotros y todos los demás, los que están afuera de nuestro pequeño circulo de creencias, lo ven como absurdo?

Si a un coreano lo forzaran a dormir con el ventilador prendido y la ventana cerrada, estoy segura que no podría conciliar el sueño, y ésa sería la razón por la cual su vida estaría a salvo. Siempre tenemos la forma de justificar una superstición que no se cumple (y, en realidad, nunca se cumplen). Nunca he visto que alguien muera porque pase un gato negro enfrente; nunca he escuchado que alguien tuvo siete años de mala suerte por haber roto un espejo; tampoco recuerdo haber escuchado que alguien murió por haber dejado abiertas unas tijeras. Pensemos en todas las supersticiones que rigen nuestras vidas, costumbres que nos han transmitido como verdades, como obligaciones, como hechos “científicos” y que nosotros, sin siquiera usar al menos un poco de la inteligencia que tenemos, sin cuestionar nada, sin tratar de pedir una explicación, lo seguimos, como robots programados para hacer lo mismo año tras año, generación tras generación, siglo tras siglo.

Me pregunto como empezó la locura del ventilador. Pero lo que en realidad me pregunto es como empezó toda la locura de los seres humanos al poner nuestras vidas en manos de lo absurdo.