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ESTI PELED PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El profesor Jakob Bekenstein (1947-2015), galardonado con el Premio Israel, investigó sobre los secretos del universo.

“Yo veo el mundo como un producto de la obra de D-os. Él estableció reglas muy específicas y nosotros disfrutamos al descubrirlas a través de la ciencia – observamos cómo todo se integra,” comentó una vez el físico revolucionario.

“Como judío creyente, estoy interesado en saber cómo funciona la naturaleza. Evidentemente, las cosas tienen su significado, y quiero comprender cómo atar las cosas que parecen no estar relacionadas. Me siento mucho más cómodo en un mundo en el que puedo entender por qué cosas simples suceden. Saber que no todo es al azar me da una sensación de seguridad.”

Bekenstein, galardonado con el Premio Israel, el Premio Wolf, el Premio Rothschild y el Premio Einstein, falleció repentinamente de un ataque al corazón este mes, a los 68 años, mientras viajaba por Finlandia en una gira de conferencias. El reconocido científico obtuvo su estatus como un físico de renombre mundial por sus importantes contribuciones en el campo de la astrofísica, la cosmología y la teoría de la gravedad.

Bekenstein nació en 1947 en la Ciudad de México, donde sus padres Yosef y Esther, encontraron refugio tras la Segunda Guerra Mundial. Jakob asistió a una escuela religiosa y desde niño se interesó en las matemáticas y la química, con el fin de “saber cómo funciona el mundo.” En su tiempo libre experimentaba con cohetes y estaba encantado con la carrera espacial que comenzó con el lanzamiento del primer satélite en 1957.

Más tarde, se trasladó a los Estados Unidos con sus padres, y se interesó en la astronomía. “Pasaba la mitad de la noche en los rincones oscuros del barrio con un pequeño telescopio,” recordó Bekenstein en una ocasión.

“A partir de ahí, no transcurrió mucho tiempo hasta que inicié mis estudios de física en el Instituto Politécnico de Brooklyn, a mediados de 1960. Aprendí que si entendemos la física, podemos comprender los fenómenos cotidianos y sentir que tenemos un mayor control sobre el mundo.”

Bekenstein realizó sus estudios de doctorado en la Universidad de Princeton en 1972. Su tesis le valió el reconocimiento internacional a los 25 años. Todo empezó con una misión de su tutor John Wheeler, el hombre que acuñó el término “agujero negro”. “Él me enfrentó a una contradicción que existía en todas las percepciones de los agujeros negros, y me preguntó cómo resolver la paradoja,” comentó.

En el centro de la paradoja había una taza de té. Wheeler se preguntó qué sucedería si su contenido se vertiera en un agujero negro. Según la segunda ley de la termodinámica, la entropía (caos) del universo no puede reducirse. Al mismo tiempo, sin embargo, cuando un agujero negro absorbe algo, como una taza de té, también se traga el caos del objeto que supuestamente desaparece. Esto reduciría la entropía del mundo, contradiciendo los principios científicos.

Bekenstein sugirió que los agujeros negros tienen su propia entropía. “Mi padre revolucionó la forma en que entendemos el término ‘agujero negro’ transportándolo de la esotérica ciencia ficción a la ciencia objetiva,” señaló su hijo, el físico Yehonadav Bekenstein.

Sus ideas revolucionarias no fueron aceptadas de inmediato. Uno de sus críticos fue Stephen Hawking, quien dos años más tarde respaldó las teorías de los Bekenstein y las utilizó como base para su propia teoría, afirmando que los agujeros negros supuestamente emiten radiación.

Motivado por el sionismo, Bekenstein inmigró a Israel en 1974, y comenzó a colaborar en la Universidad Ben Gurión para luego trasladarse a la Universidad Hebrea de Jerusalem en 1990. “Creo que todavía estoy haciendo cosas importantes, pero tomará tiempo hasta que el público, e incluso los científicos comprendan lo que hice,” dijo Bekenstein hace una década.

En los últimos años, el reconocido científico intentó alterar la teoría de la relatividad con el fin de adaptarla a las nuevas proyecciones astronómicas. “Junto con otros, desarrolló una teoría innovadora que no acepta el hecho de que existe una materia oscura que no vemos o no podemos medir, y explica muchas otras cosas más,” señaló su hijo.

Bekenstein estaba consciente de la importancia de su labor y la dificultad de comprenderla. “Es un verdadero problema explicar lo que estamos haciendo en la física a los que necesitan entenderlo, al público que paga impuestos y básicamente cubre nuestros salarios y el precio de nuestros experimentos. El problema es que la física avanza más allá de lo que los ojos y los sentidos perciben, y esto sólo tiende a empeorar,” dijo Bekesintein en una entrevista a la revista Scientific American de Israel.

“Nuestros sentidos nos permiten actuar en el mundo cotidiano con confianza. Eso no forma parte de la verdadera estructura de la naturaleza, que al parecer es totalmente diferente. Cuando la física se comenzó a desarrollar, la gente trabajaba de cerca con lo que podía observar y palpar. Pero conforme entendemos y profundizamos más y más, nos alejamos del mundo de los sentidos.”

Como ejemplo, Bekenstein mencionó el caso de Newton cuyos principios de la física eran básicas en su tiempo. “Bolas, partículas en movimiento, esas cosas están muy cerca de los sentidos,” comentó. Pero ahora la situación es totalmente diferente. “Los principios básicos de la física ya no provienen de los sentidos. Son conceptos abstractos de los que no nos percatamos cuando examinamos la naturaleza”

Para resolver este problema, Bekenstein sugiere desarrollar en el público el pensamiento abstracto, la capacidad de pensar de manera más abstracta.

Además, Bekenstein cree en el uso de ilustraciones y demostraciones para explicar temas complejos. “Debemos comenzar con algo conocido, una especie de truco para que nuestro locutor comprenda ideas más abstractas. Estos trucos son utilizados por los buenos autores y los grandes filósofos. El problema es que se llega a los niveles mínimos de entendimiento,” añadió.

El profesor era consciente de que su investigación forma parte de un largo proceso. En 2005, escribió en Haaretz que “la expresión ‘agujero negro’ despierta la imaginación. ¿Qué puede ser más interesante que el misterio de hacer desaparecer la luz o la materia? El estudio de los agujeros negros se encuentra a la vanguardia de la ciencia, la razón, pero también tiene raíces más profundas.”

Las raíces de su investigación se remontan al científico británico John Mitchell en 1783, quien creía en la posibilidad de estrellas que se agrupan con tal fuerza que no pueden observarse. Sólo en la década de 1970, el agujero negro pasó de ser un concepto abstracto a algo que se observa en la naturaleza.

“En el futuro, estas ideas fascinantes ayudarán a resolver dos problemas importantes que enfrenta la humanidad. Uno es la acumulación de residuos, y el otro es la falta de fuentes de energía limpia y barata. “La disminución de los residuos en los agujeros negros podría alimentar a un generador, y producir electricidad al convertir los residuos en energía. Según los cálculos, una tonelada de residuos podría proporcionar suficiente energía para toda la humanidad durante 24 horas. Una vez que se crea la energía suficiente, los residuos pueden dejarse caer al agujero negro.”

Bekenstein dejó a su esposa Bilha, sus tres hijos, Yehonadav, Uriya y Rivka, y seis nietos.

Fuente: Ofer Aderet, Haaretz

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