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¿Cuándo en la historia un déspota ha sido conciliado permanentemente?

CLIFFORD MAY

El “apaciguamiento” tiene una mala reputación, pero hablando estrictamente, la palabra implica nada más que un intento por hacer la paz. Si los adversarios agraviados pueden ser pacificados por medio de concesiones razonables, ¿qué hay de errado con eso?
Por supuesto, cuando la mayoría de nosotros habla sobre apaciguamiento, tenemos en la mente la política del primer ministro británico Neville Chamberlain, quien en 1938 fue a Múnich con la esperanza de apaciguar a Alemania y de este modo lograr ‘paz para nuestro tiempo.’ Winston Churchill le advirtió y predijo: ‘Le fue dada la opción entre guerra y deshonor. Usted eligió el deshonor y tendrá guerra.’

Es  justo plantear dos puntos en defensa de Chamberlain. En primer lugar, él no originó la política de apaciguamiento. Comenzando en la década de 1920, muchos en Inglaterra creían que había sido amontonada demasiada culpa sobre los hombros de Alemania y que el Tratado de Versalles fue injusto. Dada esa premisa, la posibilidad de que el apaciguamiento podría llevar a la reconciliación era difícilmente infundada.  En Las Raíces del Apaciguamiento, el gran historiador,  Sir Martin Gilbert, describió este esfuerzo, al menos inicialmente, como ‘una idea noble, originada en la cristiandad, valentía y sentido común.’

En segundo lugar, durante la década de 1930 los británicos, cansados de la  guerra, permitieron que disminuyera su vigor marcial, inclusive cuando Alemania estaba reconstruyendo en forma agresiva sus músculos militares. Churchill reconoció cuán temerario era esto, pero sus argumentos probaron no ser persuasivos, en parte debido a que sus oponentes lo etiquetaron como un ‘belicista.’ El resultado fue que para la época de la reunión de Múnich, Chamberlain no pudo amenazar en forma creíble con usar la fuerza para impedir que Alemania marchara dentro de los Sudetes o cualquier otro lado dentro del Continente.

¿Entonces el apaciguamiento es una política buena o una política mala? Yo argumentaría que es, en el mejor de los casos, una táctica dilatoria. ‘Un apaciguador’, observó también Churchill, ‘es uno que alimenta un cocodrilo, esperando que este lo coma al último.’ ¿Pero cuando en la historia un tirano o un constructor de un imperio ha sido alguna vez conciliado permanentemente?

Sospecho que ustedes saben adónde me estoy dirigiendo. Durante seis años y medio el Presidente Obama ha contactado a los adversarios y enemigos de Estados Unidos. Durante los primeros meses en el cargo intentó ‘reiniciar’ las relaciones con Rusia. Para demostrar su compromiso, canceló el escudo misilístico que Estados Unidos había prometido instalar en Polonia y la República Checa. Ahora sabemos que Putin no fue aplacado. Lo que no sabemos es cuán lejos llegará el Sr. Putin – y dentro de qué países además de Ucrania y Georgia.

Al año siguiente, el Presidente Obama se hizo la vista gorda ante la Revolución Verde contra los teócratas de Irán. De igual manera, en el año 2011, se negó a dar apoyo al disenso pacífico contra el dictador sirio Bashar al-Assad. Luego, se negó a apoyar a la oposición laica que se coalicionó en respuesta a la brutal represión de ese disenso por parte del régimen de Assad. Este fue un regalo no sólo para Assad sino también para sus patrones, Rusia e Irán.

Este año, el Presidente restableció las relaciones diplomáticas con el régimen de Castro en Cuba y prometió restablecer las relaciones comerciales – concesiones que hasta ahora no han sido correspondidas. Los ataques informáticos por parte de China y Corea del Norte no han sido recompensados, pero ninguno de ellos ha provocado consecuencias serias.

En cuanto al acuerdo que ha negociado Barack Obama con Irán, éste enriquecerá y dará poder a los gobernantes de la República Islámica. A cambio, ellos están prometiendo retrasar un programa de armas nucleares que afirman no ha existido nunca.
Es sólo justo señalar que estas políticas son menos un alejamiento del pasado que una extensión de una tendencia de largo desarrollo. El Presidente Reagan no buscó apaciguar a la República Islámica, pero tampoco hizo que los gobernantes de Irán pagaran un duro precio por la invasión y ocupación de la embajada de Estados Unidos y la detención y tortura de los rehenes estadounidenses. Él respondió en forma irresponsable a la matanza de 241 soldados estadounidenses en Beirut tanto como a otras atrocidades dirigidas contra estadounidenses por parte de Hezbolá.

El Presidente Clinton no hizo nada en respuesta al ataque a las Torres Khobar que mató a 19 soldados estadounidenses, un acto de guerra “planificado, financiado y patrocinado por el alto liderazgo en el gobierno de la República Islámica de Irán,” según un fallo de un tribunal federal en el año 2006.

La semana pasada los saudíes, según se informa, capturaron al reconocido cabecilla de ese ataque, Ahmed al-Mughassil, un líder de alto rango de otro grupo terrorista respaldado por Irán, Hezbolá al-Hijaz (la región de Hijaz es una región de Arabia). Él había estado viviendo en Beirut bajo la protección del Hezbolá libanés.

Vale la pena destacar que las familias de las víctimas de las Torres Khobar nunca han recibido indemnización. En su lugar, en virtud del acuerdo con Irán, serán liberados miles de millones de dólares para los gobernantes responsables por la matanza.

Los que orquestaron el intento por parte de Irán de volar el Café Milano en Georgetown en el 2011 se han salido con la suya también. Hace dos años, Mannsor Arbabsiar, un estadounidense iraní, fue condenado a 25 años de prisión; según los fiscales había sido reclutado por un funcionario de alto rango en el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, la organización más poderosa de Irán.

Ha habido algunas excepciones a esta tendencia. En negociaciones con los soviéticos, el Presidente Reagan realmente prefirió ningún acuerdo antes que acuerdos malos. El Presidente George H.W. Bush obligó a Saddam Hussein a restituir Kuwait. El Presidente Clinton utilizó fuerza aérea para salvar a las comunidades musulmanas en los Balcanes. El Presidente George W. Bush depuso al régimen de Assad y, finalmente, encontró a un general capaz de derrotar tanto a Al-Qaeda en Irak como a las milicias chiitas respaldadas por los iraníes. El Presidente Obama respaldó a los rebeldes que estaban combatiendo al dictador sirio Muammar Kaddafi.

De todas estas experiencias pueden aprenderse lecciones. Entre ellas que no hay alternativa viable al apaciguamiento y que el apaciguamiento, por lo tanto, debe ser consagrado como la política por defecto de Estados Unidos en un mundo donde los pueblos libres son, cada vez más, una especie en peligro.

Fuente: The Washington Post

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México