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Las diferencias y los desacuerdos dentro de los integrantes de la Unión Europea han sido notables, con casos como el de Alemania mostrando un alto grado de hospitalidad para los migrantes.

ESTHER SHABOT

La oleada de refugiados intentando llegar a países europeos en su huída de la guerra y el terror ha sido la principal noticia internacional en las últimas semanas. Impactantes escenas han sido transmitidas una y otra vez en los medios como pruebas irrefutables del dramatismo de este éxodo sin parangón en la historia del mundo a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Se encuentran entre los buscadores de asilo ciudadanos afganos, eritreos, libios y de otras nacionalidades, aunque la mayoría está integrada por la gigantesca masa humana proveniente de Siria, país que lleva cuatro años y medio sumido en una cruenta guerra por la que se contabilizan cerca de 250 mil muertos, cuatro millones de refugiados y una cantidad incierta, pero que se calcula similar, de desplazados internos.

La disposición a recibirlos por parte de los países europeos ha sido hasta el momento bastante dispareja. De hecho, las diferencias y los desacuerdos dentro de los integrantes de la Unión Europea al respecto han sido notables, con casos como el de Alemania mostrando un alto grado de hospitalidad, mientras que Hungría, Polonia, Dinamarca y Gran Bretaña, entre otros, se manifiestan renuentes a absorber cuotas de refugiados que rebasen las modestísimas cantidades que han fijado como límite. Ante este panorama, ha sido natural que aparezca la pregunta de cómo se han comportado frente a este desafío los países del mundo árabe y musulmán, cuya afinidad con los solicitantes de asilo en cuanto a identidad étnica, religiosa y cultural es clara.

Al respecto, cabe señalar que la situación ha sido también profundamente desigual. Hasta antes del inicio de la avalancha de refugiados que pretenden establecerse en Europa, tres países colindantes con Siria habían sido quienes en cantidades enormes asumieron la recepción de ellos. Dos de ellos son árabes, Jordania y Líbano, mientras que el otro, Turquía, es musulmán no árabe. El primero, que de ninguna manera constituye un país rico, ha recibido más de un millón, al tiempo que Líbano, a pesar de lo reducido de su tamaño y de su población —poco más de 10 mil kilómetros cuadrados y 4.5 millones de habitantes— ha aceptado también una cantidad similar no obstante el delicado equilibrio prevaleciente en su mosaico poblacional siempre al borde del derrumbe. Turquía, por su parte, tiene ya dentro de sus fronteras a dos millones de sirios que llegaron ahí escapando de los horrores de la guerra en su país.

En contraste, está la respuesta de los ricos países del Golfo Pérsico, entre ellos principalmente Arabia Saudita, Kuwait, Qatar y los Emiratos. Información falsa ha estado circulando en el sentido de que Arabia Saudita habría recibido cerca de un millón de refugiados, pero la realidad es que la ayuda ha estado reducida a aportar recursos económicos para el sostenimiento de los asilados en Líbano y Jordania. Las justificaciones que han dado para su nula hospitalidad se basan en los siguientes argumentos: que siendo ellos países amenazados por terrorismo, no pueden arriesgarse a que entre los que lleguen haya quienes pretendan practicarlo; que geográficamente ellos están lejos de Siria y, por tanto, se dificultaría su repatriación una vez que el conflicto en Siria terminara; que la demografía en esos ricos países es problemática porque los realmente ciudadanos nativos constituyen una minoría frente a la mayoría integrada por trabajadores extranjeros que eventualmente regresan a sus países; que los aspirantes al asilo poseen una cultura y una forma de practicar la religión distintas a la de estas naciones del Golfo y, en ese sentido, su integración resultaría problemática.

Todos y cada uno de esos argumentos son fácilmente refutables y de hecho, los funcionarios encargados de responder a quienes cuestionan el mutismo de estos países de cara al drama de los refugiados, sólo balbucean y se contradicen porque en realidad lo que está en el fondo es, a final de cuentas, mero egoísmo aunado a una condenable falta de sensibilidad y empatía con los hermanos en desgracia.

Fuente:excelsior.com.mx