ENRIQUE RIVERA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

Los sueños, sueños son, y las pesadillas son peores cuando se materializan, cuando se viven o matan a las personas, junto a sus sueños, anhelos e ilusiones. Ayer 17 de septiembre escuchamos de un terremoto de 8.4 (para algunos 8.3) que sacudió las costas de Chile. Mañana 19 de septiembre se cumplirán 30 años de un terremoto que golpeó la Cd. De México y algunos Estados de la costa del Pacífico.

A las 7:19:40, del 19 de septiembre, muchos estábamos en cama aún, otros en el colegio, unos más rumbo al trabajo o ya en labores. Lo cierto es que todo aquel con más de 6, 7 u 8 años de edad seguramente recordará algo de esa jornada que no terminó el 19, sino que la mayor replica se dio a horas de la noche del siguiente día, rematando los edificios que el sismo había dañado.

Hasta donde yo recuerdo, nos habíamos acostumbrado a movimientos de tierra de alrededor de 6 grados o menos, y como que ya nos habíamos hecho a la idea, o así nos lo hicieron sentir algunas autoridades, de que la Cd. De México estaba a prueba de vaivenes de tierra. Sin embargo, otra  fue la realidad con la que nos enfrentamos a los pocos minutos del sismo. No había luz, y en mi caso un amigo casi me obligó a correr para comprar unas baterías para mi radio de transistores. Lo primero que salió del pequeño radio rojo fue la voz siempre querida, siempre extrañada, de Jacobo Zabludosvsky. Él hablaba y yo no entendía, palabras más, palabras menos, oí que dijo: “es como si caminara por Beirut, Líbano; edificios destruidos, caídos, calles como si las hubiesen bombardeado”. Ahí decidí tomar mi cámara y salir a la calle. Yo vivía en la calle Martín Mendalde, a unas casas de la fábrica  de galletas del Sr, Manuel Taifeld. Me fui caminando y lo primero que vi en torno al desastre fue parte del edificio derruido del Centro Médico. Tiempo después se descubriría que los castillos fueron hechos con varilla de media pulgada, es decir, la corrupción quedó al descubierto.

Pronto estuve cerca de la Alameda Central, ahí, donde del Hotel Regis sólo quedaban escombros y cerca del que fuese el Hotel del Prado. Ahí, viendo el Regis, llegó un compañero periodista que me contó que él venía manejando cuando le tocó un alto. Paró su auto, volteó a su derecha  y vio el Edificio Nuevo León, en Tlatelolco, miró al frente nuevamente, giró la cabeza otra vez hacia el edificio y ya no estaba: “Ya no vuelvo a tomar”, se dijo para sus adentros. Después supo que se había derrumbado.

Hoy, 18 de septiembre, entre los asistentes al rezo en Bet El, entrevistaba a los hermanos Polishuk. Uno de ellos comentó que recuerda cómo la gente se organizó espontáneamente y salió a las calles a tratar de ayudar. En su caso llevaban agua a la Cruz Roja, pero ya ni la recibían pues estaban saturados. Su hermano, en tanto, señaló que el sismo les sorprendió en el camión de la escuela y que nunca llegaron, pues se regresó el transporte.

Jaime Elohani, quien iba a la primaria, nos comentó que no se  le borrará nunca lo que él pasó. Pues además de los libreros que se cayeron en su casa, al otro día acompaño a su papá a su fábrica, cerca del centro y la imagen del inmueble caído es algo que no olvida y le causa tristeza. El Sr. Ibrahim se enteró del suceso hasta que el rabino en Venezuela le dijo que D-os no había querido que a él y a su familia les pasará nada, ya que un temblor había sacudido desde los cimientos  a la Cd. de México.

Después del 19 se sucedieron muchas cosas que realzaron tanto lo bueno como lo malo de nuestro país: en Estados Unidos se fletó un tráiler con baterías para México. Se dice que allá le abrían pasó  los autos para que llegará pronto a su destino. Cuando llegó a una garita de la aduana en México, le pidieron “una corta” para dejarlo pasar, el tráiler dio la media vuelta y volvió a Estados Unidos. Los bomberos españoles llegaron en un Avión Hércules de la Real Fuerza Aérea Española, con equipo para mover escombros y demás. La aduana les causó problemas por no traer la documentación del equipo. Suiza mandó casas de campaña totalmente equipadas para los damnificados, mismas que después se podían ver en aparadores de tiendas. Recuerdo que el destacamento israelí que llegó mostraba en la televisión un periódico donde se leía que México se había acabado. Afortunadamente era bastante imprecisa esa noticia.  Llegó ayuda también del interior del país; maquinaria para remover escombros, la cual era transportada en tráilers, mismos que fueron detenidos por agentes de tránsito que deseaban una “mordida”. Yo recuerdo, con mucho cariño, que llegué a Bet-El y como pude fui a ayudar  a clasificar medicinas. En las calles se ofrecían tortas o algún tipo de alimento a quienes trabajan tratando de sacar a personas de los escombros, Los “topos” se hicieron famosos, así como los mineros que abrieron túneles en un hospital para sacar a mujeres y a sus bebés del área de Ginecología y Obstetricia.

Después, el viernes en la noche, fui por las calles de San Luis Potosí a remover escombros. Llevaba una kipá y una señora, al anochecer, se me acercó para desearme Shabat Shalom. Luego vino la réplica y todos se abrazaban unos a otros, yo me quedé como salero.

Mil y una anécdotas que cada uno de los que vivimos ese devastador fenómeno podríamos contar. Hace algunos años entrevisté a un científico mexicano especialista en movimientos telúricos y me explicaba que se puede predecir, para nuestra desgracia, que un sismo de igual o mayor magnitud ocurrirá nuevamente en esta zona en un lapso de 100 años. La cuestión es que la ciencia aún no podía precisar cuándo será.

En resumen, se reportaron al menos 20,000 muertos, 2831 inmuebles afectados y pérdidas por al menos 5,000 millones de pesos, según señala un artículo en internet.

Se dice que hay dos formas de catalizar la realidad, con lágrimas o con risas. La verdad no me atrevería a decir cuál de las dos es la mejor, pero sí puedo asegurar que aún había replicas y ya los chistes corrían a nuestras propias costillas:

¿Por qué ya no viene Superman a México? Porque se cayó el Súper Leche.

¿Por qué las mujeres mexicanas se sentían tan sexis? Porque los franceses les tiraban los perros.

¿Qué le dijo Paloma de la Madrid a Nancy Reagan cuando vino a vernos? Disculpará usted el tiradero

¿Por qué dormimos con un hueso de pollo enredado en el pelo? Para que los perros nos encuentren más pronto.

Todo esto, dicho con mucho respeto.