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ESTHER CHARABATI

 

Dicen que viajar ilustra. Se conocen otras formas de vivir, historias, arquitecturas y gastronomías distintas. Descubrimos que hay gente que come a las doce, tiendas que cierran a la hora de la siesta, hoteles donde nadie ayuda a cargar el equipaje, poblaciones donde predominan el gris, el negro y el café (el rosa mexicano nunca ha aterrizado por ahí)… Sin embargo, de todas las sorpresas que podemos tener en un viaje, una de las que a mí más me ha desconcertado es la diversidad en los mecanismos de los baños, sanitarios, servicios o toilettes para mujeres. El universo de los hombres me es desconocido en este aspecto.

Una entra al baño de una cafetería, confiada en que conoce los sofisticados dispositivos para manejarse adecuadamente al utilizar un inodoro y lavarse las manos. Qué ingenuidad. La creatividad humana nos sorprende detrás de cada puerta con abanico o pipa. Bueno, desde ahí empiezan los problemas. Recientemente encontré en una de las dos puertas correspondientes al tocador, una reproducción de un cuadro de Picasso en el que el pintor dibuja a la modelo. ¿Con quién había que identificarse? No quedaba más que probar y, como en tantas otras ocasiones, fallar… También me ha sucedido en algún antro primermundista encontrarme con alegres baños unisex para gente sin pretensiones de intimidad.

Salvado el primer obstáculo, una entra al baño esperando ver un retrete. A veces, es así. Otras no. En ciudades tan civilizadas como Montevideo o Madrid he encontrado que en el baño de la cafetería solamente hay un agujero en el piso.  Los dueños —hombres, sin duda alguna— pensarán que la clienta sabrá arreglárselas. Y los inspectores estarán de acuerdo.

Pero la mayoría de las veces nos encontramos con algo parecido a un excusado, donde, si no hay esos extraños recubrimientos plásticos que se autorremplazan constantemente, uno hace lo que tiene que hacer y luego empieza la búsqueda para realizar ese movimiento que conocíamos como “jalar la cadena”: tal vez haya que subir o bajar una palanca del lado derecho del tanque, oprimir un botón arriba o un pedal en el piso; quizá haya que jalar un cordón a cierta altura o levantar una manija en el tubo; o tal vez estemos frente a uno de esos baños pretenciosos que creen saber cuándo una ha terminado y el censor (óptico) pone fin a la iniciativa… También es posible que pasemos un buen rato tratando de descifrar el misterio y al final salgamos de puntitas para que nadie se dé cuenta de nuestra falta de educación.

Al fin libres. Sólo falta lavarse las manos. Si no encontramos el jabón nos vamos directamente a la llave del agua, que puede ser un botón para oprimir o para jalar, una palanquita, un pedal en el piso, otra vez un censor que hace salir al agua apenas nos paramos frente al espejo o ponemos las manos bajo el grifo… o nada. Nada visible. Y nuevamente tendremos que salir de puntitas. Claro que si logramos lavarnos tendremos una secadora esperándonos: papel, tela, un botón para accionar el aire, un censor o, muy probablemente, nada. En ese caso habrá que usar la propia ropa y salir rápidamente de ese espacio sin hacer alarde de nuestra ignorancia.