141222165512_selfie_stick_624x351_gettyimages

JULIÁN SCHVINDLERMAN

 

Las selfies-el auto-retrato tech del siglo XXI- dan para todo. Las hay pintorescas, como la del macaco que sorprendió a los turistas Lizzy Ware y Ben Holmes en Bali al robarles la cámara para tomarse algunas propias; o como la de las gaviotas que se hicieron sus selfies con el IPhone que dejó olvidado Rebecca Mills en una playa de Inglaterra.

Las hay desubicadas, como las que se sacaron sonrientes Barack Obama, David Cameron y Helle Thorning-Schmidt en el funeral de Nelson Mandela en Sudáfrica. Las hay ridículas, como las que alegremente se hicieron Shannon Neuman y su esposo, tomadas a la salida de la corte australiana que efectivizó su divorcio. Las hay peligrosas, como la del veinteañero que cayó al vacío desde lo alto de un puente moscovita tras sacarse  una, o como las de los visitantes al Parque Nacional de Yellowstone que se llevaron de recuerdo las cornadas de los bisontes con los que quisieron sacarse las suyas. Y las hay suicidas, como las que detalló Matt Siegel de Reuters: el pasado junio, en los montes Urales dos hombres removieron la horquilla de una granada y eternizaron su selfie en ese instante, el mes previo una mujer se sacó una al momento en que se disparaba un tiro a la cabeza (presumiblemente por accidente), y recientemente un joven padre texano se sacó una selfie disparándose en su cuello.

Los artistas fueron precursores de excentricidades y flagelaciones que parecen haber permeado a la gente común. Un individuo con un smartphone puede ser un artista en potencia. En 1978, Robert Mapplethorpe hizo su selfie exhibiéndose con un látigo de cuero incrustado en su ano; la foto se vendió veintinueve años más tarde en una subasta de Christie´s en 26.400 dólares. Unos años antes, en 1971, Chris Burden se paró contra la pared de una galería de arte californiana y se hizo disparar por un amigo al hombro. La fotografía-performance se tituló Shoot. Karen Finley mostraba su cuerpo desnudo cubierto de chocolate, Vito Acconi dialogaba con los visitadores de su performance mientras se masturbaba oculto bajo una plataforma en una galería de arte, y el acto artístico de una estudiante de la Universidad de Yale consistía en inseminarse con semen de donantes para provocarse luego abortos inducidos. Célebremente, en 1961 Piero Manzoni puso en venta, a un valor de cien mil dólares, noventa latas que presumiblemente contenían su Merda d´artista. Los críticos y curadores festejaron este tipo de osadías y provocaciones, pero el público general fue perdiendo paciencia -y más gravemente aún para el futuro de los artistas, interés- con este arte abyecto. Tal como ha señalado el experto en arte Michael Lewis, los museos dejaron de ser principalmente lugares que exhiben obras para convertirse en espacios que prometen experiencias y sensaciones. Como los circos de siglos pasados, el espectáculo pasó a ser su seña distintiva. El museo es donde el artista exhibe y se exhibe. Para el resto de los mortales está Facebook.

Efectivamente, Facebook es hoy en día el museo de las personas comunes. Es el espacio para la exhibición de sus alienaciones, exotismos y extravagancias. Quienes se toman esas selfies insólitas -colgados de un puente, al lado de un león, descerrándose un tiro en la cara- anhelan ser vistos por multitudes en ese acto final de autodestrucción. La selfie no permanece resguardada en la privacidad del smartphone sino que va automáticamente a la Nube o a Facebook o a Instagram. Paradójicamente, el auto-retrato es para consumo masivo, no personal. La tecnología ha facilitado esta promoción pública del sujeto de manera extrema. Alarmados, algunos gobiernos han lanzado campañas de concientización: “Una selfie canchera puede costarte la vida” dice un póster alusivo de Rusia. Apelando a los signos de tránsito, la campaña indica que está prohibido sacarse selfies, por ejemplo, frente a un tren veloz que avanza en dirección a uno, colgado de la antena de un techo o en la empinada ladera de una montaña.

A esto hemos llegado: a deber velar por la supervivencia del Homo-Selfie, el más novedoso eslabón en la evolución de la especie humana.

Fuente:Semanario Búsqueda