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BRET STEPHENS

En París es más fácil combatir una crisis climática que enfrentar a los yihadistas en las calles de París.

Los niños pequeños tienen amigos imaginarios. El liberalismo tiene enemigos imaginarios.
El hambre en Estados Unidos es un enemigo imaginario. Los grupos de defensa liberales afirman, en forma rutinaria, que uno de cada siete estadounidenses está hambriento – en un país donde los condados más pobres tienen las tasas más elevadas de obesidad. La estadística es una extrapolación absurda de una medida dudosa del Departamento de Agricultura de “inseguridad alimentaria.” Pero la línea da a esos grupos de defensa una razón para existir, mientras alimentan la narrativa liberal de Estados Unidos como una sociedad salvaje de tener y no tener.

La epidemia de violaciones en los campus universitarios – en la cual se dice que una de cada cinco estudiantes universitarias es víctima de ataque sexual – es un enemigo imaginario. No importan los desacreditados escándalos de violación en Duke y la Universidad de Virginia, o el caso que pronto será desacreditado en el corazón de “El Coto de Caza”, un documental acerca de un presunto ataque sexual en la Escuela de Derecho de Harvard. La verdadera pregunta es: Si los campus universitarios modernos fueran verdaderamente zonas de depredación masiva -Congo en el patio- ¿por qué mujeres jóvenes inteligentes pensarían siquiera en asistir a una escuela co-educativa? Lo hacen porque no hay epidemia. Pero la narrativa de las violaciones en los campus sostiene las ficciones liberales de una guerra interminable contra las mujeres.

El racismo institucionalizado es un enemigo imaginario. En cierta forma se supone que creamos que los mismos administradores universitarios que han hecho una religión de la diversidad son realmente la segunda llegada de Strom Thurmond. Se supone que de alguna manera creamos que elegir dos veces a un presidente negro es prueba de nuestra incorregibilidad racial. Se supone que creamos esto de cualquier forma porque el futuro del racismo liberal -desde la acción afirmativa a los cupos de diversidad y a las reparaciones por la esclavitud- requiere visiones periódicas de los fantasmas de un pasado racista.

Menciono estos ejemplos a modo de prefacio a la cumbre de cambio climático que comenzó esta semana en París. Pero primero adviertan un patrón.

Las crisis dramáticas -para las cuales la evidencia tiende a ser anecdótica, subjetiva, invisible, tendenciosa y a veces inventada- son promovidas sobre la base de estudios diseñados en forma incompetente, estadísticas mal entendidas, o prestidigitación semántica. Inseguridad alimentaria no es ni remotamente lo mismo que hambre. Un policía abusivo no iguala a un departamento de policía intolerante. Un beso o toque indeseado no es lo mismo que ataque sexual, al menos si la palabra ataque va a significar algo.
Pero los estudios y estadísticas falsos sobreviven porque las industrias artesanales de la compasión los necesitan para ser creíbles, y porque la repetición sin pensar tiene una forma de hacer las cosas casi ciertas, y porque las crisis dramáticas requieren soluciones drásticas y abarcativas. Aparte, según el pensamiento, la falsedad y la exageración pueden servir a un propósito si inducen a comportamiento virtuoso. Cuanto más temerosos estamos de la sombra del racismo, podríamos volvernos más conscientes de nuestros propios sesgos insospechados.

Y así pasa con París.

No soy el primero en advertir la incongruencia de esta reunión enorme de líderes mundiales reunidos para combatir a un enemigo nocional en el mismo lugar donde un enemigo real acaba de infligir tanto daño mortal.

Entonces nuevamente, es también apropiado, ya que la sustitución de la realidad es la forma en que el liberalismo moderno conduce el negocio político. ¿Cuál es el proyecto liberal central del siglo XXI, si no persuadir a las personas que el cambio climático representa una amenaza infinitamente mayor para la civilización humana que los bárbaros -perdón, extremistas violentos- de Mosul y Molenbeek? ¿Por qué exagerar en algunos cientos de muertes hoy cuando cientos de miles estarán muertos en un siglo o dos si no logramos actuar ahora?

Aquí está nuevamente en funcionamiento el mismo modelo deshonesto. El truco semántico en la frase “cambio climático” -permitir que toda anomalía climática sirva como prueba adicional de la teoría general. La histeria generada por un imperceptible aumento de la temperatura de 1.7 grados Fahrenheit desde 1880 -como si la tendencia está obligada a continuar para siempre, o no es un producto de la variación natural, o no puede ser mitigada excepto a través de intervenciones de políticas drásticas. La promoción de estudios endebles -mezclando los glaciares del Himalaya; el hielo polar que está desapareciendo- para impulsar el argumento político. La seguridad de empleo y aires de importancia que esto proporciona a las decenas de miles de personas -burócratas de la EPA, fabricantes de turbinas eólicas, litigiosos científicos del clima, gnomos de las ONG- cuyos sustentos dependen de una crisis climática. La creencia que aun cuando la crisis no es tan lo que tiene que ser, nos hace muy bien ser más conscientes sobre el medio ambiente.

Y por supuesto, la posibilidad de cambiar el tema. Si tu enemigo es la yihad global, entonces para derrotarla necesitas medios militares, talentos marciales y voluntad política. Si tu enemigo es la estructura de una economía global de alto consumo energético, entonces necesitas un justificativo irresistible para cambiarla. La distopía climática puede obrar maravillas, siempre que los yihadistas no la interrumpan muy a menudo.

Aquí va una predicción climática para el año 2115: Los liberales estarán todavía organizando campañas contra otra crisis social o ambiental debatida. Las temperaturas serán aproximadamente las mismas.

Fuente: The Wall Street Journal                                                                                                         

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México