ISRAEL – La eterna lucha entre el bien y el mal ha sido un eje central en el devenir del ser humano. En los últimos dos siglos la tendencia ha girado en torno a la definición de ambas entidades, y ha llegado a asentarse en el mainstream occidental la idea de que, la mayoría de las veces, tanto el bien como el mal son definidos en su contexto, lo que desecha las concepciones absolutas. La primera mitad del siglo XX nos puso como baremo la guerra más terrible de la historia de la humanidad, con el bien encarnado en personas como Oskar Schindler o Ángel Sanz Briz y el mal representado por las chimeneas de Auschwitz-Birkenau.

Samir Kuntar
Samir Kuntar

Por Elías Cohen

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Pero la Segunda Guerra Mundial fue una foto fija y no un fotograma. Con la Guerra Fría y los conflictos regionales e internos se volvieron a relativizar los conceptos, más aún tras la proliferación de conflictos de tercera generación a la caída del Muro de Berlín.

Atendamos ahora al conflicto entre israelíes y palestinos y a la figura de Samir Kuntar, abatido el pasado domingo en un ataque, supuestamente israelí, al edificio desde donde dirigía tropas de Hezbolá para “liberar los Altos del Golán” y reforzar a las tropas de Al Asad en su lucha contra el Ejército Libre de Siria –que, por cierto, ha reivindicado la autoría del aatque–, en el distrito de Jaramana, al sur de Damasco.

Como nos recordó Mario Noya, a Kuntar se le jaleó en Beirut, en Damasco y, por supuesto, en Ramala cuando fue liberado en 2008, tras un canje de prisioneros por cadáveres entre Israel y Hezbolá tras las segunda guerra de Líbano. Después de su detención y juicio, en 1979, estuvo 29 años en una cárcel israelí, desde donde pudo obtener una carrera universitaria, casarse, tener un hijo y comprarse una casa en Beirut –qué sistema penal tan represor y asesino, este de los israelíes–. Tras su liberación, Hezbolá lo fichó como gran activo en la lucha contra Israel y, debido a las circunstancias, en la defensa del régimen de Asad. Previamente, le recibieron en el Líbano como a un héroe el entonces presidente Michel Suleiman; el presidente del Parlamento, Nabih Berri, junto a varios diputados, así como clérigos cristianos y musulmanes. La estación libanesa de Al Yazira brindó una fiesta de cumpleaños en directo al “héroe panárabe”. En Siria, el mismo presidente Asad le rindió honores. Túnez hizo lo propio en 2012. Amnistía Internacional locatalogócomo “prisionero político”.

El motivo de que lo recibieran como si de un Nelson Mandela se tratara en Beirut y en Damasco fue que asesinó a sangre fría a un padre de familia, Dany Harán, residente en Nahariya, con la saña de 30 balazos a quemarropa delante de su hija de cuatro años, a la que posteriormente despedazó la cabeza con la culata de su arma. La otra hija del matrimonio Harán, Yael, de dos años, fue asfixiada involuntariamente por su madre cuando ésta le tapaba la boca para impedir que emitiera cualquier tipo de ruido y evitar así que Kuntar y sus secuaces los encontraran en el asalto a su casa. En Beirut, miembros de Hezbolá calificaron la carnicería de Kuntar como “una humillación al enemigo israelí”; el líder de la comunidad drusa en Beirut declaró por su parte:”No hay contradicción entre la libertad, la independencia, la soberanía y la resistencia”.

Entonces, en 1979, Kuntar tenía 16 años y, sin haber nacido en territorio palestino –nació en el Líbano y era druso–, militaba en el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). Un año antes fue detenido por las autoridades jordanas cuando intentaba entrar a Israel para secuestrar un autobús de civiles. Teniendo en cuenta las edades con las que cometió tales actos, hoy, en nuestra atalaya occidental, nos habríamos empachado los oídos de escuchar cómo este menor es la víctima, el producto involuntario de una situación cruel, y la culpa de la muerte de los Harán recaería, en última instancia, de los israelíes. Sin exageraciones: en España, un eurodiputado del partido político emergente Podemos, Miguel Urbán, tras los ataques del Estado Islámico en París del pasado 13 de noviembre dijo: “Mucha gente no tiene otra salida que inmolarse”. Pablo Iglesias, el líder de ese mismo partido, yacomentó en 2014, después de su visita a Israel, que a los de Hamás había que venerarlos como a los miembros de la resistencia del gueto de Varsovia. La comprensión de los atentados terroristas contra civiles occidentales, no digamos ya si son israelíes, se enmarca en la versión contemporánea del mito del buen salvaje. Lo que hizo Kuntar recibe la comprensión general, la aquiescencia, la contextualización… porque, principalmente, asesinó israelíes, que llevan grapado en sus pasaportes una tremenda culpa existencial.

No. No existe situación o tragedia alguna que justifique el asesinato con saña de un bebé de cuatro años. Como tampoco hubo nada que justificara que unos terroristas palestinos asesinaran en junio de 2011, cuchillo en mano, a la familia Fogel y a su bebé de ocho meses en el asentamiento judío de Itamar, por muy colonos usurpadores e imperialistas que fueran. Y, sin paliativos, tampoco tuvo justificación el quemar vivo a un bebé palestino en Duma, como hicieron terroristas judíos -calificados así hasta por el primer ministro Netanyahu– el pasado verano. Mientras los líderes palestinos y los países árabes no entiendan esto, mientras sigan aplaudiendo y rindiendo honores a los Kuntar de turno (en reciente visita diplomática, el ministro de industria de Australia, Christopher Pyne, dejó descolocado al ministro de educación de Al Fatah, Sabri Saidam, al pedirle explicaciones por la incitación al terrorismo antiisraelí en Cisjordania, donde abundan las calles que llevan nombres de terroristas sanguinarios), la paz y la coexistencia en Oriente Medio serán imposibles. Samir Kuntar era el mal, y relativizar sus crímenes es la antítesis del entendimiento.

Saltándonos a Edmund Burke, el primer paso para que triunfe el mal es justificarlo. Es también una perversión de la causa que lo justifica. El juez que sentenció a Yigal Amir, el asesino de Isaac Rabin, lo delineó perfectamente: “Toda ideología que justifica el asesinato acaba convirtiendo el asesinato como ideología”. Aunque fue quizás Thomas Paine quien atinó mejor: “Una mala causa será defendida siempre con malos medios y por hombres malos”.

Fuente: Libertad Digital

Edita: Silvia Schnessel para Enlace Judío México

https://www.enlacejudio.com/2015/12/25/israel-samir-kuntar-y-la-relativizacion-del-mal/

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