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LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

La Ciudad de México

Repetidamente he realizado comentarios en este espacio sobre el descontrolado crecimiento urbano de la Ciudad de México que no solo constituye un “ecocidio”, sino que ha terminado con todo vestigio de la otrora Ciudad de los Palacios.

Vivir en la Ciudad de México se ha convertido en una verdadera pesadilla; insuficiencia de servicios públicos, carencia de agua, acotamiento de los espacios verdes, falta de infraestructura y las vías para el transporte de carga y personas se han convertido en estacionamientos gran parte de el día y de la noche; los vehículos y las bases de transporte roban espacio a las banquetas, el crecimiento explosivo del comercio de ambulantes obliga a que los peatones se vean obligados a caminar en avenidas y calles donde circulan vehículos con riesgo de sus vidas; los comercios ambulantes que expenden comida, algunos de ellos se extienden hasta 10 metros cuadrados sobre la banqueta, se han convertido en un polvorín por el riesgo de que estallen sus improvisadas instalaciones de gas o hagan corto circuito sus “diablitos” conectados ilegalmente a los cableados públicos; las condiciones antihigiénicas en las que venden sus productos son la causa de las enfermedades gastrointestinales de los consumidores y, por su alto contenido de grasa, contribuyen a la obesidad de la gente; estos grupos de ambulantes son protegidos por líderes populistas coludidos con diversas autoridades delegacionales para ejercer su actividad y no pagar impuestos, producen zonas insalubres por la basura que generan; en cambio, como medida para abatir la obesidad en el país, las empresas que elaboran productos con alto contenido de azucares están sujetas a mayores gravámenes que repercuten en el consumidor final.

Los costos por habitar en la Ciudad de México cada día se incrementan, no solo en términos económicos, también en relación a la salud de las personas por la contaminación ambiental, el estrés en que viven entre otros. Huelga decir que la criminalidad reina en la ciudad ante la mirada pasiva de las autoridades, políticos y legisladores. Esta realidad me deprime porque por mucho tiempo disfruté de una ciudad limpia y tranquila; en mi infancia y adolescencia disfruté de los arcoíris que frecuentemente aparecían después de la lluvia. En particular, me afecta la despiadada destrucción de la edificación con gran historia y formidable arquitectura de la zona de Coyoacán, San Ángel y el Centro Histórico, principalmente, y que por su estética y valor histórico quisieran tener muchas ciudades de Europa, EUA, y en general, de todo el mundo.

En este contexto, el destacado economista Jorge Suárez Vélez, (JSV), columnista del periódico El Financiero, quien reside en la Ciudad de Nueva York, en un artículo publicado en ese diario del 24 de diciembre pasado, “la Ciudad de México y el Potencial Desperdiciado”, describe con gran sensibilidad sus impresiones de la Ciudad de México, de donde es originario, en sus recientes vacaciones decembrinas.

JSV menciona que la Ciudad de México es un microcosmos de los grandes contrastes del país; dice que en el camino al Centro, por ejemplo, vi a dos individuos manejando un Lamborghini, el otro un Ferrari, ambos seguidos por guardaespaldas derramándose por las ventanas de sus enormes camionetas. JSV señala que esos automóviles tienen precios de mercado que permitirían que la mayoría de los adultos con quienes me topé caminando por las calles del centro, mantuvieran a sus familias por una década.

JSV apunta que se ha rescatado La Alameda y las aceras de la Avenida Juárez, que serían la envidia de las de la Quinta Avenida en Nueva York; mientras tanto, las calles de la parte mas vieja de la ciudad, “son una desgracia”, claramente hay problemas de cañería, delatados por olores indignos, y joyas arquitectónicas rodeadas de edificios espeluznantes. JSV dice que ha faltado un plan integral que comprenda toda la recuperación del centro, víctima del abandono y de políticas públicas tan populistas como absurdas, como lo fueron las décadas de rentas congeladas.

Para políticas populistas entre otras, es el escenario que presenta el Zócalo de la Ciudad en la época decembrina desde hace tres administraciones de la misma. JSV expresa que la monumental plaza del Zócalo se deforma y se obstruye por completo con la presencia de la grotesca pista para patinar que es el epítome de la mala asignación de recursos públicos. Ahora, además, hay grandes toboganes para aumentar la diversión. JSV se pregunta ¿a quién se le ocurrió tan colosal disparate? ¿En qué otra gran plaza se cometería tal sacrilegio de poner tan absurda muestra de ignorancia y falta de cultura ambiental en medio de monumentos históricos? A final de cuentas se trata de dar pan y circo al pueblo.

JSV considera que con menos populismo, más dignidad, más respeto por la historia y mucho más sentido de desarrollo del potencial turístico, un sólido proyecto público privado en el centro de la Ciudad de México podría ser el imán para atraer a millones de visitantes.

En el ámbito de “Ciudad Colapsada” en que vive la capital del país, es obvio que se requiere el orden que tratan de establecer las grandes urbes del mundo, acciones administrativas gubernamentales “como tener las calles limpias, mantener las vialidades sin baches, topes, ni promontorios, tener un cuerpo policiaco respetable y moral que se encargue efectivamente de mantener la seguridad de la ciudadanía”; en cambio, el gobierno de la Ciudad de México establece un nuevo reglamento de tránsito, en vigor desde el pasado 15 de diciembre, que ha puesto “los pelos de punta” de la ciudadanía, la cual percibe de antemano que será objeto de arbitrariedades por parte de las autoridades de tránsito, con un elevado costo en sus bolsillos por lo onerosas que resultan las infracciones (6 a 7 veces más que las previas), existe la impresión de que el nuevo reglamento tiene fundamentalmente objetivos recaudatorios y no lo que proclaman las autoridades “regular la circulación de peatones y vehículos en la vida pública y la seguridad vial en la Ciudad de México.

Expertos en vialidad consideran que previo a la expedición del reglamento se deben crear o reforzar en las escuelas los programas de civismo para fomentar actitudes de respeto de los ciudadanos, no solo en materia vial sino de convivencia en general. Antes de expedirlo, las autoridades tendrían que haber hecho la nomenclatura y señalización en calles y avenidas, pintar los cruces de peatones, capacitar a los automovilistas, ciclistas, peatones y a la propia autoridad sobre las nuevas disposiciones vigentes.

Los habitantes de la Ciudad de México sabían de antemano que el reglamento no sería aplicado a altos funcionarios, vehículos oficiales, incluyendo a las patrullas o a las supercontaminantes camiones de basura; al “pulpo” camionero que forman “bases” donde se les da la gana y el mantenimiento de sus vehículos es deficiente, se forman todas las filas que quieren y contaminan y atropellan sin remordimiento al prójimo que se les atraviese. Tampoco se aplicará a “influyentes” protegidos por “guaruras” (escoltas).

El nuevo reglamento “es un conjunto de sorpresas para muchos y un agravio por el monto de las multas”; difícilmente mejorará la compleja e irritante circulación de automotores, motocicletas, bicicletas, y a la mejor de patinetas. Antes que nada, los “chilangos” (oriundos del Distrito Federal) tendremos que enfrentar a 1,440 policías “con capacidad de sancionar” a todo el mundo. México aún es parte del mundo subdesarrollado.