Cementerio-Judio-restaurado

TOMÁS ALCOVERRO

En la larga calle de Damasco, línea del frente de la guerra civil libanesa, hay un recinto cercado de camposantos que encierra un cementerio judío de difícil acceso. Sus tumbas construidas en mármol, piedra o cemento armado, marcadas con la estrella de David, quedaron muy dañadas durante la contienda de 1975 a 1990.

Nagi Gergi Zeidan, estudioso e investigador libanés de la historia de los judíos en este país, que ha iniciado las obras de rehabilitación de otro cementerio judío en Saida -la Sidón de los fenicios- gracias al benefactor judío de origen libanés Isaac Diwan proyecta extender su trabajo a este camposanto del barrio de Ras el Naba, en la línea divisoria entre barrios musulmanes y cristianos de la capital.

En Saida ha emprendido su encargo discretamente, sin obstáculo ninguno por parte de las autoridades locales. Su cementerio de trescientas trece tumbas fue destruido y profanado desde la guerra de 1967 entre los estados árabes e Israel, ocupado por palestinos del vecino campo de refugiados de Rachidiye, tomado por soldados hebreos durante su invasión de 1982, sepultado después bajo basuras, escombros, hierbajos. Quebraron lápidas, arrancaron epitafios, acribillaron sepulturas.

Existían comunidades judías desde tiempo inmemorial en Saida, en Tiro, en tierras de Canaán. Jesú las visitó en varias ocasiones como en Canaán, famosa por su primer milagro en el que convirtió el agua en vino, que algunos antiguos historiadores eclesiásticos situaron cerca de Tiro, y no de Nazaret. El doctor Martiniano Roncaglia, amigo fallecido, confirmó en su obra Huellas de Jesús en el sur del Líbano estos viajes. Nagi Gergi Zeidan elabora la historia de esta comunidad, reconocida en el Líbano como una de sus dieciocho comunidades religiosas, que configuran su estado confesional. En su libro recientemente publicado, Albert Jamous cuenta que en Beirut había tres sinagogas en el centro de la ciudad: una grande que se conserva en buen estado, pero que necesita trabajos de rehabilitación, y otras dos pequeñas, destinadas a los judíos asquenazíes y sefarditas. Hoy en día la comunidad judía es invisible y cuenta apenas con unas docenas de personas integradas en la sociedad libanesa. Abandonaron progresivamente este país desde 1967 a 1982, con destino a Israel, a Europa, a EE.UU., al Brasil.

Recién llegado a Beirut, en el otoño de 1970, conocí a Sidi del Burgo, judío sefardita entonces canciller de la embajada de España, que emigró a Río de Janeiro, en plena guerra civil. Cuando me alojé en el hotel Omar Kayam, ya desaparecido, no sabía que había ido a vivir junto al barrio judío de Wadi Abu Jamil. Su aspecto decadente le daba un cierto misterio. Aquí y allí había accesos tapiados, tiendas kosher, y a veces se podía subir a pisos de modestas viviendas por una cuerda colgada en el hueco de las escaleras de caracol.

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Narra Albert Jamous los miedos que se apoderaron de la pequeña comunidad judía con el golpe de Estado militar de Nasser en Egipto, la nacionalización del canal de Suez en 1956, la primera guerra civil libanesa de 1958. Todos sabían que el día del éxodo estaba a la vuelta de la esquina.

Después de la guerra, el barrio, muchas veces campo de batalla entre milicias musulmanas y cristianas, fue arrasado por las excavadoras de la empresa Solidere, encargada de la reconstrucción del centro de la capital, en su escandalosa especulación inmobiliaria. En medio de los nuevos edificios lujosos y funcionales, de Wadi Abu Jamil queda intacta su sinagoga de Magem Abraham, edificada en 1926, con su puerta tapiada, discretamente vigilada por gendarmes. Durante años se hicieron cábalas sobre su próxima rehabilitación, asegurándose que la organización chií de Hezbolá no tenía ningún reparo para llevarla a cabo. Con la bárbara tempestad de los oscurantistas islámicos, ya nadie habla de la gran sinagoga de Beirut. Por paradójico que sea, sólo he podido asistir a la fiesta del shabbat en la pequeña sinagoga aún abierta al culto, del damasceno barrio de Bab Tuma.

Fuente:lavanguardia.com