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En su Pirush haMishanyot, Maimónides (1135-1204) formuló los 13 principios de la fe judía.

 

RABBI YOSEF BITTON

“El primer principio consiste en creer en la existencia de Dios y que Él es la causa de la existencia de todo lo que existe”.  En otras palabras, Maimónides explica que la creencia en Dios es la creencia en la existencia de un Creador del Universo. Eso es lo primero que debemos saber de Dios.

Siempre hubo oposición a este principio, que aparentemente es tan evidente. Por siglos, la idea que prevaleció fue la de Aristóteles, quien sostenía que el Mundo no fue creado por Dios, es eterno, y siempre existió así como lo vemos hoy.

Llevó mucho tiempo hasta que esta idea cambió.  En 1929 Edwin Hubble descubre algo revolucionario.  El universo no es estático ni se está moviendo en forma orbital (circular). El universo, Hubble demostró, ¡está en expansión!  Y si está en expansión, tuvo que haber un momento inicial, un punto cero, en el cual todo comenzó.  Ese fue el primer indicio en la historia del pensamiento científico que el universo tiene un Creador.  Como explique en mi libro “Awesome Creation”, los científicos seculares de la época (década de 1930, Albert Einstein, Arthur Eddington y muchos otros) rechazaron contundentemente la idea de un Universo en expansión, ya que lo consideraban un concepto “religioso”. Postular el principio del universo es una idea muy cercana, razonaban estos científicos naturalistas, a la idea de Creación. Con inusual franqueza Eddington dijo así: “Filosóficamente, la idea de que el universo haya tenido un principio, me repugna…”.

De cualquier manera, a partir de ese momento la idea del universo eterno de Aristoteles, que dominó el pensamiento del mundo científico por más de 25 siglos,  finalmente colapsó.

Y aunque hay muchos científicos que aún siguen tratando de negar que lo que la ciencia descubre refuerza la creencia en la existencia de un creador, estas evidencias son hoy más sólidas que nunca. ¿Por qué? Porque al igual que el poderoso telescopio de Hubble colaboró para que la humanidad “descubriera” al Creador del universo, los microscopios que poseemos hoy nos ayudan a apreciar mejor que nunca la sofisticación del microcosmos y especialmente la increíble complejidad de la célula y sus componentes:  “A pesar de que las células bacterianas son increíblemente pequeñas, pesando menos de -10^20  gramos, cada célula es una micro fábrica que contiene miles de piezas exquisitamente diseñadas de intrincada complejidad molecular, compuesta de un total de cien mil millones de átomos, y mucho más complicada que cualquier maquinaria construida por el hombre y absolutamente sin paralelo en el mundo inorgánico. Cada célula es tan compleja como una pequeña ciudad. Cuando se magnifica 50.000 veces a través de micrografías electrónicas, vemos que una célula se compone de múltiples estructuras donde cada una cumple con un papel diferente en el funcionamiento de la célula. A medida que nos adentramos más en el mundo celular, la ciencia descubre un ‘mundo liliputiense imprevisto’ y de enorme complejidad que ha llevado a la teoría de la evolución a un punto de colapso.”

Hoy, gracias a la posibilidad de observar la increíble complejidad del macrocosmos y del microcosmos que nos rodea, es más accesible que nunca percibir el exquisito diseño  de la creación y la consecuente existencia de HaShem, como su Creador inteligente.