IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Generalmente, la Semana Santa cristiana y el Pésaj judío (Pascua) se celebran con alguna diferencia de días. Es natural: la festividad cristiana se deriva, históricamente, de la festividad judía, aunque por usar diferentes calendarios, no suele pasar que la celebración sea exactamente en la misma fecha, sino con una leve diferencia.

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Pero este año muchos ya habrán notado que está sucediendo algo singular: Semana Santa y Pésaj se van a celebrar con un mes de diferencia, y la festividad judía que está coincidiendo perfectamente con el Jueves Santo cristiano es Purim, algo muy poco usual.

¿Qué está sucediendo? Expliquemos algunas características del Calendario Hebreo.

Los antiguos hebreos fueron nómadas o semi-nómadas del Medio Oriente. Dedicados al pastoreo y no a la agricultura, su principal referente astronómico para la cuenta del tiempo fue la luna, no el sol. Por ello, establecieron una rudimentaria cuenta calendárica en la que la Luna Nueva sería la principal marca, indicando los inicios de mes.

No sabemos cuántos de todos los clanes hebreos de esa época observarían algo similar al Shabat (estamos hablando de mucho antes de que esta práctica se instituyera, de un modo fijo, en uno de los clanes hebreos: el Israelita). Por lo tanto, también resulta difícil saber cómo aplicarían el concepto de “séptimo día”. La única pista que tenemos es que, mil años después, en sus explicaciones sobre el Shabat, Filón de Alejandría mencionó que algunos grupos nómadas del desierto celebraban una versión muy rudimentaria del Día de Reposo: a partir de la Luna Nueva contaban siete días, y entonces celebraban el Shabat, pero sólo una vez al mes. Esperaban hasta la siguiente Luna Nueva, y otra vez contaban siete días para celebrar otro Shabat, y así sucesivamente.

Ese tipo de celebración primitiva estuvo vinculada con la adoración a las deidades lunares (generalmente, femeninas).

Quienes empezaron a desarrollar conceptos calendáricos más sofisticados fueron los clanes hebreos que se establecieron en Egipto a partir del siglo XX AEC, o que ya estaban establecidos en Canaán a partir de que Egipto conquistó esa zona en el siglo XVI AEC. Con el dominio egipcio llegó el reto de sedentarizarse, y eso llevó a los hebreos a practicar también la agricultura. Por lo tanto, se asimilaron a un modo más preciso de tomar en cuenta los ciclos solares, porque son la medición fundamental para determinar cuándo sembrar y cuándo cosechar.

Esta fue la condición de los hebreos bíblicos (es decir, Abraham y su descendencia). Fue la época en la que seguramente se depuró el concepto de Shabat, de tal modo que para los tiempos del Éxodo (entre los siglos XV y XII AEC), ya estaba bien fija la idea de una semana de siete días, independiente de cualquier cálculo lunar o solar.

Y en la Torá, con relación al Pésaj, se señala que el mes de primavera (Aviv, en hebreo) será “el inicio de los meses” para que la celebración de la salida de Egipto siempre se realice, justamente, en primavera. Con ello, se fijó por primera vez un referente solar relacionado con las festividades hebreas. Entonces, para este momento el Calendario Hebreo ya tenía tres características definidas:

  1. Meses determinados por las fases lunares, que iniciaban con la Luna Nueva.
  2. Años determinados por las fases solares, que iniciaban con la primavera.
  3. Una semana de siete días independiente a los meses y a los años.

¿Por qué la autonomía de la semana? Porque todo lo demás no era tan sencillo de determinar. Estamos hablando de un Calendario que todavía se basaba en la observación. Para anunciar el nuevo mes, un grupo de gente instruida tenía que estar pendiente de que en el cielo apareciera el primer filo de la Luna. Para anunciar la primavera, se tenía que corroborar que la cebada había madurado.

Pero este tipo de observaciones podían ser afectadas por cualquier fenómeno natural. Una noche nublada podía impedir que se viera la Luna Nueva, y eso retrasaría un día la celebración del inicio del mes.

La semana, por su parte, tiene un objetivo claro: organizar el ritmo de trabajo. Está claro en el modo en que la Torá lo instituye: “Seis días trabajarás, más al séptimo descansarás”. Se trata de un ritmo laboral que no puede sujetarse a los inconvenientes de la observación del sol o de la luna, porque el trabajo –básicamente agrícola– no podía quedarse suspendido mientras las nubes se disipaban y los encargados del trabajo anunciaban que ya había comenzado el mes.

La solución fue muy simple: la semana se volvió independiente, y desde una época muy antigua dejó de importar en qué día cayera el primer día del mes.

Una vez que todo esto fue quedando bien definido, se estableció el ritmo calendárico más básico para los hebreos: períodos de cuatro años solares con un total de 49 meses lunares. Eso implicaba que la mayoría de los años tenían 12 meses, y en algunas ocasiones había que agregar un treceavo mes. ¿Qué lo determinaba? La maduración de la cebada y la primavera como referentes para la celebración de Pésaj.

Se supone que estas fueron las condiciones generales en las que se mantuvo el Calendario Hebreo durante varios siglos. Sin embargo, eso no evitó su desarrolló técnico. Sobre todo en la época del exilio en Babilonia –uno de los máximos centros mundiales de conocimiento astronómico–, los israelitas del siglo VI AEC desarrollaron sus conocimientos técnicos sobre el cálculo de los movimiento astrales.

De ese modo, el Calendario (tal y como ha sucedido en todos los calendarios de las grandes culturas) dejó de basarse exclusivamente en la observación, y empezó a aprovechar el cálculo matemático que permitía prever los ritmos astronómicos con bastante precisión.

Por ejemplo, saber que el ciclo lunar tiene una duración de 29.56 días ayudó a que se supiera con precisión en qué momento sería el siguiente inicio de mes (Luna Nueva), sin que importara si el cielo nublado no permitía la observación.

Pero vino un nuevo factor que le complicó la vida a los israelitas: su expansión global. Hacia el siglo III AEC ya había comunidades judías dispersas por toda el Mediterráneo, y hacia el oriente se habían extendido hasta la India. ¿Cómo lograr que las festividades más importantes, como Yom Kippur o la primera cena de Pésaj, se celebraran exactamente el mismo día? Se supone que la referencia obligada eran las condiciones calendáricas en la tierra de Israel, pero no siempre resultaba sencillo coordinar a tanta gente dispersa en un territorio tan grande.

La situación se mantuvo sin una solución definitiva hasta el siglo IV EC (casi mil años después del exilio en Babilonia), cuando en el año 359 el rabino Hillel II introdujo las reformas definitivas que hicieron del Calendario Hebreo un sistema científico que puede basarse exclusivamente en el cálculo matemático astronómico, y no requiere de la observación más que como elemento protocolario tradicional.

Hillel II implementó los grandes avances científicos de su época, y organizó el ritmo calendárico en lo que llamamos Ciclos Metónicos, o períodos de 19 años (se les llama así porque el primero en lograr su medición fue Metón de Atenas). Cada 19 años, la luna y el sol están en la misma posición salvo por una pequeña diferencia de dos horas, 8 minutos y 15 segundos.

La norma de Hillel II fue que 12 años tendrían doce meses, y 7 tendrían trece meses. En el ciclo de 19 años, los años de 13 meses –llamados “embolismales”– corresponden a los años 3, 6, 8, 11, 14, 17 y 19.

Las dos horas extras en el ciclo de 19 años provocarían nuevos desfases, así que además se agregó un sistema que añade o resta un día al mes de Adar, a veces en el año embolismal o en el año anterior. En consecuencia, se tienen seis tipos de años en el Judaísmo:

  1. Año Deficiente, de 353 días, cuando se le quita un día a Adar.
  2. Año Normal, de 354 días, cuando los doce meses lunares se celebran sin ajustes.
  3. Año Excesivo, de 355 días, cuando se le agrega un día a Adar.
  4. Año Embolismal Deficiente, de 383 días, cuando se le quita un día a Adar en un año de 13 meses.
  5. Año Embolismal Normal, de 384 días, cuando los trece meses lunares se celebran sin ajustes.
  6. Año Embolismal Excesivo, de 385 días, cuando se le agrega un día a Adar en un año de 13 meses.

Como puede verse, los ajustes caen en el mes de Adar. Por eso, los años embolismales tienen dos meses de Adar, llamados Adar Alef y Adar Bet (literalmente, primer Adar y segundo Adar).

Cuando esto sucede, la festividad de Purim (14 de Adar) se celebra en Adar Bet, y el 14 de Adar Alef es celebrado por algunas personas como el Purim Katán (Pequeño Purim). Si se compara con el Calendario Gregoriano imperante en occidente, esto provoca que las fechas de las festividades a partir de Purim “se retrasen”, y por eso se da un fenómeno como el de este año: mucha gente celebrará Purim en Acapulco, que es lo mismo que decir que Purim coincidirá con la Semana Santa.

El Calendario Hebreo no es una cuestión de magia. Es, simplemente, una manera de contar el tiempo. Al igual que todos los grandes calendarios de la Historia, pasó por las tres fases obligadas: observación (que data de la etapa Hebrea), observación y cálculo (que data de la etapa Israelita), y exclusivamente cálculo (que data de la etapa Judía). Sus ajustes se hicieron para garantizar la precisión en la celebración del inicio de los meses (siempre en Luna Nueva) y Pésaj (siempre en Primavera), con una semana de siete días autónoma que regule los ritmos laborales.

En el siglo VIII hubo una escisión en el Judaísmo en Bagdad, y se consolidó un grupo disidente que hasta hoy se llama Karaísmo. Uno de los temas de discusión fue el calendárico, porque los Karaítas –de un talante sumamente tradicionalista y partidario de las antiguas ideologías sacerdotales– apelaron a que la normatividad del Calendario debía regresar a la observación.

Aparte de este punto y otros más que generaron amplios debates, el resultado fue que Judaísmo y Karaísmo siguieron cada uno su propia ruta.

El Karaísmo le resulta atractivo a muchas personas porque pareciera una manera más “genuina” de hacer las cosas, pero hacia el final de la Edad Media los propios Karaítas ya se habían topado con la realidad de que la pura observación no garantiza, ni remotamente, la precisión en las cuentas calendáricas, y estaban perfectamente acostumbrados a usar el Calendario Hebreo reformado por Hillel II cuando no tenían la posibilidad de resolver las cosas simplemente mirando al cielo.

Uno de sus sabios lo dijo de una manera hermosa: “en esos casos, no tenemos más alternativa que usar el Calendario de nuestros hermanos los Rabinos”.

El Calendario Hebreo es ciencia pura, bien aplicada. Tal y como fue el objetivo del Creador al darnos cabeza, fuerza de voluntad, normas de organización e imaginación.

Puede parecerle extraño a quienes están acostumbrados al sistema tan regular del Calendario Gregoriano, que sólo ajusta un día extra cada cuatro años (29 de Febrero) pero que, por lo mismo, es bastante impreciso (en los últimos 2 mil años, el Solsticio de Invierno se ha recorrido del 25 al 22 de Diciembre).

#Purim