El Gobierno de Hungría, aliado del Reich, protegió a sus ciudadanos hasta que Alemania invadió sus fronteras. Y entonces, el pánico.

 

La historia dicta que los nazis fueron responsables del mayor genocidio de la historia, pero a menudo obvia que lo hicieron con la inestimable colaboración de aliados y gobiernos títeres en los países de Europa que ocuparon entre 1939 y 1944. Entre ellos, la Francia del Gobierno de Vichy del mariscal Pétain.

La muerte de Imre Kertész, uno de los testigos de aquella tragedia, devuelve a la memoria la historia de su país durante aquellos años. Hungría, aunque aliado de Alemania desde 1941, fue uno de los gobiernos que menos colaboró para la Solución Final nazi. Bajo la figura del general Miklós Horthy, que ejercía de jefe de estado del país desde 1920 como regente de Hungría (heredó la legitimidad del Imperio Astro-Húngaro tras su derrota en la Primera Guerra Mundial y su desmembramiento en diferentes naciones), las autoridades húngaras preservaron el grado de autonomía necesario para eludir la persecución y deportación de los judíos a los campos de exterminio. El Gobierno de Horthy -que nunca promovió la persecución- resistió la presión, especialmente a partir del 20 de enero de 1942, cuando el Tercer Reich sentenció a todos los judíos de Europa a las cámaras de gas tras adoptar la denominada Solución Final en la conferencia de Wannsee.

Antes de esa fecha el régimen nazi no sólo permitió, sino que alentó a los países bajo su esfera de influencia a solucionar el “problema judío” por medio de la expulsión de sus fronteras. Sin embargo, a partir de Wannsee, la furia asesina del Reich se extendió a todos los rincones de Europa y se tradujo en continuas presiones para que sus aliados se implicaran de forma efectiva en el judenrein -estado “libre de judíos”- y por tanto, el asesinato masivo.

Horthy se resistió entonces a las demandas nazis al igual que había hecho Mussolini en Italia -que eludió con evasivas a sus aliados-, hasta que la paciencia de Hitler se agotó. En marzo de 1944, las tropas de la Wehrmacht entraron en Hungría forzando al regente a nombrar a un ministro pro alemán. La comunidad judía húngara, que había permanecido prácticamente a salvo del horror con el que se alimentaban ya los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka o Sobibor, corrió la misma suerte que en el resto de países ocupados. Fue entonces cuando comenzó la crucial labor de los diplomáticos de Suecia, Raoul Wallengberg, España, Ángel Sanz-Briz, Suiza, Carl Lutz, y la decisiva ayuda del Nuncio Apostólico de Roma, Angelo Rota, que salvaron miles de vidas.

Las protestas lograron que Horthy rectificara su política y suspendiese las deportaciones de judíos a los campos del este hacia julio. Sin embargo, en octubre de 1944, tan sólo seis meses antes de que el Tercer Reich fuera definitivamente aplastado por los aliados, y cuando el Ejército Rojo se encontraba ya a en la frontera húngara, los nazis derrocaron el gobierno de Horthy -que había intentado firmar un armisticio con los aliados- e impusieron el del partido nazi húngaro, la Cruz Flechada de Ferenc Szálasi, que tomó el poder en noviembre.

A partir de entonces comenzaron las deportaciones en masa y los asesinatos cometidos por los nyilash húngaros, que llegaron a ejecutar a unos 10.000 judíos hasta febrero, cuando el ejército de la URSS tomó Budapest. En total, se estima que más de 430.000 judíos fueron deportados en esos pocos meses, de los cuales la inmensa mayoría fueron llevados a Auschwitz-Birkenau donde fueron asesinados en las cámaras de gas.

Fuente: https://www.cciu.org.uy/