ADE PALOMAR

Eva Benatar, de familia húngara judía, consiguió sobrevivir al holocausto nazi. Actualmente vive en Madrid, donde coordina una asociación de mujeres israelitas.

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Eva Laitman Bohrer Benatar (ella se presenta como Eva Benatar) nació en Hungría en plena II Guerra Mundial y fue, junto a parte de su familia, una de los muchos judíos que consiguieron huir de la persecución del ejército naziy salvar sus vidas. Tiene una voz agradable, y cuando habla lo hace con sosiego y la mirada fija, como si al tiempo viera las imágenes en su memoria. Benatar lleva más de 20 años en Madrid, ha organizado varios años el acto en memoria del Holocausto y es miembro del comité de dirección del Consejo Español de Mujeres Israelitas, una organización cultural y de lucha por la mujer en muchos países que este año celebra su 40 aniversario.

Es usted judía, vive en Madrid… pero no es sefardita (judíos con antepasados españoles).

“No, yo soy húngara de familia judía. Nací en Budapest el 29 de junio de 1944, en una cueva el mes en el que los aliados (Unión Soviética junto a Rumanía) bombardeaban la ciudad. Allí había un millón de habitantes en aquel momento, de los cuales la cuarta parte eran judíos. Y en Budapest todo el mundo tenía un amigo o alguien cercano judío, no era algo fuera de lo común hasta el año 1943: cuando en el resto de Europa los judíos estaban masivamente enviados a los campos de la muerte. En Hungría todavía no habían comenzado a deportar judíos, pero estos tampoco estaban bien; tenían que llevar la estrella amarilla y poco a poco se les fueron quitaron los derechos: de los médicos a ejercer, de los niños a ir al colegio… Poco a poco se les fue arrinconando en un barrio que resultó ser el gueto de Budapest. A mi padre se lo llevaron los alemanes cuando mi madre estaba embarazada, y murió en las marchas de la muerte. Mi madre, con un hermano que después murió también, se refugió.”

 ¿Cómo consiguieron huir?

“Tenemos que volver un poquito hacia atrás: en el año 1941 o 1942, viendo que las cosas se ponían feas, mis abuelos decidieron irse de Hungría, aunque no sabían muy bien dónde querían ir. Mi abuela y su cuñada tenían un poco de dinero y dijeron: «Nos vamos a París y de allí ya veremos». Mi abuelo tenía una empresa de camiones. Tenía que vender los camiones y quedaron en que después se verían en París. Mi madre, que estaba recién casada, también se quedó. Mi abuela y su cuñada llegaron a París y estaba ocupado por los alemanes. Eran judías y no se podían quedar. Se encontraron por allí con unos húngaros que les dijeron que en España se estaba muy bien porque no había guerra y se fueron a Madrid. Como tenían que trabajar y no sabían hacer otra cosa, montaron un restaurante. Cocinaban la comida que sabían: la húngara. Resulta que el restaurante no tenía nada de éxito con los españoles (era una cocina con paprika y cosas así). A los que les gustaba era a los espías alemanes, que Madrid estaba lleno de espías de Europa Central.”

Pero, si se estaban escondiendo precisamente, ¿no?

“Estaban muertas de miedo. Se les llenaba siempre de alemanes y las podían denunciar. Empezó a entrarles miedo y vendieron el restaurante y se fueron a Tánger, que era considerada ciudad internacional. Durante el año y medio –del 43 al 44– que estuvieron en España, mi abuela le escribía a mi madre cartas diciendo que estaban en Madrid. Mi madre las recibía todas y, unos meses después, cuando ya echaron a mi madre de su casa y se tuvo que esconder en un sótano, se enteró por ellas de que en Hungría había unas casas protegidas que estaban bajo un encargado español: Ángel Sanz-Briz. Y con la carta y el sello demostraba la conexión con España (porque su madre estaba allí), y la dejaron refugiarse. Yo era un bebé.”

¿Y no se quedaron en esas casas?

“Qué va. Estuvimos unas semanas, luego logramos escapar de Hungría; estuvimos por Praga hasta que aterrizamos en París. Ahí se enteró mi madre de que su marido había muerto, y se encontró con el señor con el que se casó después, Joseph Bohrer, que es mi «padre», el que me ha criado. Él estaba solo, habían matado a sus padres y a su hermano. Mi madre le dijo que iba a buscar a mi abuela a Tánger (no sé cómo, pero se enteró de que mi abuela estaba allí) y decidió ir también. Luego se enrollaron y se casaron. En Tánger vivimos unos años, hasta 1954, que empezaron las revueltas por la independencia y a manifestarse por la calle. Mis padres dijeron «Ya hemos vivido una guerra, no vamos a vivir otra revolución que no nos concierne». A mi padre le ofrecieron un trabajo en Madrid y vinimos.”

¿Tuvieron problemas cuando llegaron a España?

“Como era la época del franquismo, España no estaba acogida a una convención llamada Nansen –que proporcionaba un documento de viaje válido para refugiados de guerra– de Naciones Unidas para los apátridas. Cuando eras refugiado político, teniendo un pasaporte Nansen tenías una manera de viajar y de tener una identidad. Pero nosotros no. Éramos apátridas totales, lo único que teníamos era un pasaporte español en el que al abrirlo se leía: «no es protegido del Gobierno español».

¿No podía viajar?

“Sí, pero para cada viaje tenía que ir a la Dirección General de Seguridad, pedir un pasaporte, ir al consulado de cada sitio, y sólo podía ir a dos países, no me daban permiso para más. Terminé Bachillerato, trabajé un año y luego me fui a estudiar a Suiza. Llegaba a Ginebra en tren a través de Francia y en cada frontera pasaba todo el mundo y a mí, con 18 – 20 años, me paraban. Pasaba mucha vergüenza, ¡esperando como una idiota!”

¿Qué estudió?

“Fui a la escuela de intérpretes en Suiza. Hice mi diploma y me casé en París. En el tiempo que pasé allí tuve a mis dos primeros hijos, el tercero nació en Venezuela.”

¿Venezuela?

“Sí, a mi marido le destinaron a Venezuela en la compañía en la que trabajaba y estuvimos bastantes años viviendo allí. Vivimos el primer golpe militar de Chávez, fue una semana de tiros y bombardeos y nos fuimos antes del segundo. Nosotros no fuimos a emigrar a Venezuela, así que nos volvimos. Yo allí trabajaba y me gustaba mucho mi trabajo, la gente es encantadora y es el país es el más bello del mundo. Pero cuando eres europea es muy difícil vivir con esa pobreza, con la gente en chabolas… yo no soy capaz. Me sentía muy incómoda.”

Y entonces sí, Madrid.

“Sí. Al volver a Madrid empecé a trabajar como voluntaria en el rastrillo de la asociación Nuevo Futuro, una obra muy bonita para niños. Luego fui vicepresidenta de la Comunidad Judía de Madrid, y ya me metí de lleno en temas de judaísmo. Desde el año 2000 he colaborado en la organización de todos los actos de recuerdo del Holocausto en Madrid, y ahora estoy en el Consejo Español de Mujeres Israelitas, la filial española del International Council of Jewish Women. Es una organización cultural y de lucha por la mujer en muchos países. Somos unas 30 o 40, nos reunimos, encontramos calidez, risas…”

Sobre el Holocausto, ¿le contaba tu madre lo que pasaba?

“En mi casa nunca se habló. Empezaron a hablar hace 20 años, y yo tengo 70.”

¿Y no echa de menos saber más?

“Hoy sí. Hace años también, pero si no te quieren contar nada… Nunca era el momento. Yo iba a mi madre a preguntarle cómo era mi padre y siempre me decía: «ahora no, no tengo tiempo».”

Fuente:abc.es