DINA SIEGEL VANN

Latinos y judíos están sumando fuerzas en el establecimiento de una coalición que trae consigo porcentajes demográficos de peso.

CONCORD, NH - FEBRUARY 09: Sen. Bernie Sanders (D-VT) speaks on stage after declaring victory over Hillary Clinton in the New Hampshire Primary onFebruary 9, 2016 in Concord, New Hampshire. Sanders was projected the winner shortly after the polls closed. (Photo by Spencer Platt/Getty Images)

Las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos han colocado el creciente empoderamiento político de las comunidades latinas y judía en este país nuevamente en el tapete de las discusiones. Para bien y para mal, debido a la retórica populista y paranoica de ciertos candidatos que buscan polarizar y enardecer a sectores insatisfechos del electorado. Sin embargo, con 28 millones de votos potenciales, los latinos no pueden ser ignorados, como ha sido evidente en comicios recientes. Y por primera vez, la posibilidad de elegir un candidato judío a la presidencia toma vuelo.

Dentro de este universo, de por si diverso y complejo, existe una pequeña pero importante minoría que tiene el enorme potencial de ser catalizador y puente. Nos referimos a los judíos y latinos, más de 200,000 en este país, o 3 % de la población judía de 6.7 millones, y mucho menos de la latina de 55, quienes arribaron y continúan arribando como inmigrantes desde distintos países de América Latina y por un sin fin de circunstancias.

Como grupos minoritarios, latinos y judíos están sumando fuerzas en el establecimiento de una coalición que trae consigo porcentajes demográficos de peso, así como amplia experiencia, influencia y alcance políticos. Más allá de las conexiones históricas y coincidencias éticas, ambas comunidades tienen intereses compartidos que incluyen la promoción de una reforma migratoria, la confrontación de la retórica y el comportamiento de odio y la articulación de apoyos para patrias nativas o ancestrales en América Latina y en Israel.

Hasta el pasado reciente poco se conocía sobre este grupo, una minoría dentro de otras dos. Pero ahora gracias a un estudio comisionado por AJC (Comité Judío Americano) tenemos la oportunidad de entender en profundidad el rol que este grupo en particular pude jugar tanto en los ámbitos inter-grupal como en el de la diplomacia pública. Y cómo, a través de la articulación de sus múltiples identidades, pueden apalancar conexiones domésticas, iberoamericanas y trasnacionales.

Diez grupos de enfoque se llevaron a cabo en Miami, Nueva York, Chicago, Houston y Los Ángeles recientemente, centrados en las identidades étnica y cultural, conexiones transnacionales y participación comunitaria. Los participantes confirmaron cómo sus identidades judía y latina impactan su cotidianeidad y cómo su combinación excepcional los hace sentir al mismo tiempo parte de y extraños a ambos grupos.

La edad promedio de este sector es de 48, más jóvenes que los judíos de Estados Unidos, cuya edad promedio es de 50 años y por encima de la de los latinos de 34. Son particularmente bien educados, 92% son egresados de la universidad, y la mayoría cuenta con ciudadanía o residencia en este país. Mantienen lazos no solo afectivos sino de participación activa con sus países latinoamericanos de origen. De hecho se autodefinen hoy por hoy más en términos de su país de origen que como americanos.

Una gran mayoría, 81%, proviene de México, Argentina y Venezuela resultado de diversas crisis socio-económicas y políticas a lo largo de las ultimas 5 décadas. Su identidad judía gravita en torno a su conexión con Israel y no con la pertenencia a la sinagoga, lo cual difiere marcadamente del resto de los judíos americanos. Están comprometidos a la transmisión no solo de su identidad judía de generación en generación sino de su ser latinoamericano. De hecho, el hablar español y viajar continuamente a América Latina como a Israel forma parte de su acervo cultural inter-generacional.

Aunque comparten rasgos con otros inmigrantes latinos y judíos en este país, su participación permanente con América Latina se manifiesta no solo en lazos con sus familias y comunidades sino en su interés por influir positivamente en las relaciones entre sus patrias actual, nativa y ancestral, incluso décadas después de haber abandonado la región. Muchos de ellos aún expresan aprecio por el hecho que sus países de origen, algunos de ellos inmersos hoy por hoy en graves problemas que motivaron su inmigración, hayan abierto sus fronteras a sus familias cuando muchas otras permanecieron cerradas.

Esto contrasta con las actitudes de una gran mayoría de latinos que en el mejor de los casos se identifican con sus lugares de origen o el de sus familias en forma anecdótica, sin percatarse del rol significativo que pueden jugar en ayudar a fortalecer las relaciones interamericanas. De hecho, la política exterior no forma parte de las prioridades de la comunidad latina organizada. Afortunadamente estamos evidenciando cómo distintas diásporas del universo latino de EE.UU. están abandonando esta tendencia y junto con los gobiernos de sus lugares de origen tejen redes de solidaridad y de intereses compartidos que benefician a la vez las relaciones bilaterales con su nueva patria.

Los judíos latinos de EU son un claro ejemplo de trasnacionalismo, que es el signo de nuestros tiempos con movimientos migratorios multitudinarios y conflictivos en todo el orbe. Muchas sociedades del siglo XXI – como lo hemos evidenciado en Europa- aunque desde el pasado se han ido construyendo con miembros de distintos grupos nacionales, étnicos o religiosos, no terminan en dejar atrás de una vez por todas esa peligrosa y destructiva aspiración por la homogeneidad. A través de sus identidades y pertenecías múltiples que suma más que divide, los judíos latinos refuerzan el concepto del mundo como aldea global.

*Dina Siegel Vann es Directora del Arthur and Rochelle Belfer Institute for Latino and Latin American Affairs del American Jewish Committee en Washington DC.

Fuente:elpais.com