BRUCE MADDY-WEITZMAN

Riad está ingresando a una nueva e incierta era , generacionalmente, económicamente y estratégicamente.

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En una reciente entrevista de cinco horas con Bloomberg News, el segundo Príncipe de la Corona de Arabia Saudita y recien hombre fuerte emergente, el Ministro de Defensa, Muhammad bin Salman, de 30 años, reiteró una declaración anterior que Arabia Saudita se estaba preparando para privatizar parcialmente la empresa petrolera estatal ARAMCO y transferir sus acciones a un Fondo Público de Inversión gigante de u$s2 billones. El Fondo entonces desempeñará un rol principal en la economía, invirtiendo en casa y en el exterior.

“Sería lo suficientemente grande como para comprar Apple Inc., Alphabet Inc. la empresa matriz de Google, Microsoft Corp. y Berkshire Hathaway Inc. ‒ las cuatro empresas más grandes del mundo que cotizan en bolsa”, se jactó.

El objetivo final es que, en 20 años, Arabia Saudita ya no será dependiente del petróleo, sino más bien del ingreso producido por sus inversiones. Apuntalando el plan está la necesidad de lidiar con los desafíos múltiples: La caída estrepitosa en el precio del petróleo y efectos nocivos resultantes sobre el presupuesto saudí; los levantamientos regionales que han presentado nuevos desafíos de seguridad para el reino y resultaron en un grado sin precedentes de demostración de fuerza militar; la incertidumbre por la durabilidad de la colaboración con Estados Unidos, el garante final de la supervivencia y bienestar del régimen durante los últimos 70 años; los cambios sociales y demográficos profundos dentro del país derivados de décadas de modernización; la centralidad continuada del establishment religioso wahabita ultra-conservador, y la necesidad del  establishment de dar forma a instituciones gobernantes apropiadas para las  realidades nuevas y más complejas.

En última instancia, la preocupación principal es mantener la legitimidad y asegurar la supervivencia del régimen. Esta no es ninguna tarea simple. En los últimos años, el ascenso de al-Qaida y el Estado Islámico (ISIS) ha echado una dura luz sobre la ética wahabita de Arabia Saudita y su diseminación global, aun cuando el régimen saudí se volvió el blanco de su terrorismo.

Más de 1,000 jóvenes saudíes se han unido a las filas del ISIS en Siria e Irak, y los recientes ataques del ISIS dentro del reino incluyeron los asesinatos de miembros de las fuerzas de seguridad saudíes. La crítica al medio educativo y social que fomentó el sectarismo suní violento ahora se ha vuelto muy parte del discurso mediático e intelectual en Arabia Saudita, aun cuando la tendencia a negar que el ISIS es en forma alguna “islámico” e insistir en que su ascenso es debido principalmente a las acciones de otros (el Occidente, Irán, los chiíes) sigue siendo generalizada.

Un estudio reciente de mi colega en el Centro Moshe Dayan de la Universidad de Tel Aviv, Paul Rivlin, apunta a los desafíos entrelazados que enfrenta el liderazgo saudí, y proporciona contexto a la iniciativa de ARAMCO .

La población del país ha aumentado en 50% desde el año 2000, sumando casi 30 millones (incluidos unos 9 millones de extranjeros), con más del 55% por debajo de los 30 años de edad. El desempleo juvenil se encuentra en el 30% y durante los próximos 15 años, cerca de cinco millones de personas ingresarán al mercado laboral ‒ más si aumenta la tasa de mujeres que participan en la fuerza laboral.

Arabia Saudita, por lo tanto necesita producir tres veces tantos empleos para los ciudadanos saudíes (y no para trabajadores extranjeros) que lo que hizo durante 2003-2013. Mientras tanto, las ganancias por exportación de petróleo cayeron en casi dos tercios entre los años 2012 y 2015, propulsando el déficit presupuestario al 15% del PIB del país. Cien mil millones de dólares de los u$S650 mil millones de reservas extranjeras del país ya han sido utilizados para achicar las brechas dejadas por las ganancias petroleras reducidas.

Según un estudio de McKinsey, el modelo de desarrollo petrolero del país ya no funciona más. Por lo tanto, los últimos planes de desembolso del país incluyen un enorme incremento en el precio del petróleo, la electricidad y agua junto con una promesa de presentar un impuesto al valor agregado del 5% e impuestos adicionales sobre las bebidas sin alcohol y el tabaco.

La asertividad de Bin Salman no ha sido menos advertible en los asuntos extranjeros; apoyando la rebelión siria y al régimen egipcio por el valor de decenas de miles de millones de dólares, y la oposición a cualquier proyección de poder iraní, en forma directa o a través de representantes chiíes, resultando en una guerra costosa y controvertida en Yemen. Sobre todo, entonces, Arabia Saudita está ingresando en una era nueva e incierta, generacionalmente, económicamente y estratégicamente. El régimen tiene considerables activos a mano, pero no obstante enfrenta desafíos formidables que requerirán un alto grado de cohesión de élite y atención a los sectores más amplios de la población, si va a evitar la suerte de los estados fallidos circundantes.

*El autor es profesor en el Departamento de Historia Meso-Oriental y Africana, y un Miembro Investigador Principal en el Centro Moshe Dayan para Estudios Meso-Orientales y Africanos, Universidad de Tel Aviv.

Fuente: The Jerusalem Report

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México