JENNY ASSE

Salir del límite de lo oscuro e ir hacia la luz del Monte, donde yace el espíritu divino ardiendo en la zarza del pensamiento, fuego perenne que invita a una lectura del tiempo interno. Inspiración que acontece dentro, en la luz de la luz que germina pueblo.

Salir de Egipto, librarse de las cadenas de los instintos. Librarse de las formas de la idolatría hacia la consecución de lo divino, del D-os único que se revela incesantemente y que nos hace conocer sus designios en formas de la Luz que son instantes de lo eterno, breves instantes donde el sol se hunde en el sol del pensamiento.

Salir de Egipto, escuchar el corazón del fuego y desencallarse de los nudos inservibles del pensamiento. Borrar las horas en que nos supimos muertos y vivir bajo el signo de lo nuevo, de lo que acontece sin cesar y nos impulsa hacia la tierra prometida, al espacio del paraíso, a la tierra donde mana leche y miel. Entender que todas las fuerzas de la naturaleza son una, es decir, todas son manejadas por el Ser único que en su unidad devela los signos de sus deseos para la humanidad. Salir de Egipto es emerger triunfantes, de pronto inusitados, y compartir el fuego de la zarza ardiente que no se consume porque es la zarza del conocimiento eterno, aquel que brilla para todos y al que se puede acceder con el corazón puro o que sirve para purificar nuestros aspectos más bajos y elevarlos a la cima de la montaña donde arde la llama.

El fuego de la zarza es un llamado que apremia; la luz se mezcla en energías sutiles que descubren las partículas de D-os,  que están en todos lados, chispas hundidas en las cosas  como decían los cabalistas. El fuego de la zarza arde en el Libro de los libros,  es una inteligencia superior que bajó al mundo por intermedio del profeta y maestro Moisés Z”L, quien entregó a los hombres una sabiduría intensamente humana y sublimemente divina.

La espiritualidad es el roce del fuego en las almas, es la cadencia de la llama que se teje con el corazón para alumbrarnos, invitación que inicia  y convoca, boca que habla desde la llama. Arder con el fuego de la zarza es saber que a lo largo y ancho de nuestro desierto está la promesa de la revelación, signo de un mundo mejor, que se deja tocar por lo antiguo y lo renueva. La razón es una herramienta insuficiente para conocer la realidad otra, lo que nos convoca y nos invoca más allá del fuego, en ese espejismo de voces que se encuentran unidas en un solo deseo: estar en paz, completos.

Estar iluminados es conectar la razón con la revelación.

Salir de Egipto es internarse en lo profundo de nuestras almas y nuestros corazones para encontrar la libertad y, ¿qué es la libertad? Quizá la capacidad de encontrar en el fuego de la fe la sanación.

Salir de Egipto es encontrar a D-os, buscarse en su Nombre y ejercer las rutas del pensamiento superior, nube que teje los destinos, agua que quita la sed de los sedientos, y que cual maná del cielo, da de comer a los hambrientos.

El hombre es hambre del Ser, hambre de ejercerse pleno y conocer los ecos de la Voz que narra el universo, implícito en nuestras palabras. Cada diálogo con nosotros mismos puede ser o es un diálogo con el otro, cada diálogo con el otro, es una forma de conversar con Él, siempre y cuando este diálogo sea desde el amor que no se deja corromper, el amor que construye y se adueña del mundo para llenarlo de luz.

Salir del Egipto es el arquetipo de lo humano que en sociedad con lo divino revoluciona al mundo rompiendo las jerarquías establecidas en pro de la libertad, la libertad no es un imaginario, es el deseo mayor de un pueblo disperso entre los pueblos, un pueblo que, extranjero entre los pueblos, quiere retornar al centro de sí mismo que es el centro de su corazón diaspórico para elevarlo a D-os, y desde ahí caminar con los brazos extendidos y las cadenas rotas hacia su Tierra Prometida, su Centro, donde el retorno marca también el renacimiento. Pueblo de los pueblos, Libro de los libros, Canto de los cantos que se allega  a través  de la magia del espíritu divino al paraíso.

Retornar a Sión es una entrega, una promesa que el pueblo judío ha esperado pacientemente y confía ver realizada pronto y en nuestros días.

Salir de Egipto es conquistar nuestra libertad interna y externa es reír frente a la muerte y la esclavitud, es iluminarnos con la fe del otro, con la risa del otro, el conocimiento del otro y saber que todos somos uno, y que en la unidad del pueblo está la libertad del pueblo, porque  la unidad del pueblo representa la unidad de D-os.

La confluencia de la unidad de los seres del pueblo confluye con la unidad divina, ideal máximo del monoteísmo. Por ello el ideal máximo del pueblo de Israel es el shalom, y el shalom no es solamente la paz es, más allá de la paz, la comprensión que da la fe en la utopía, la paz fundada en el amor, la paz fundada en el servicio en el entendimiento del otro como el yo mismo, el que se busca al igual que yo dentro para ser feliz y que merece no solo la felicidad sino el respeto a sus derechos y sus prioridades humanas.      Salir de Egipto es revolucionarnos el espíritu e iniciarnos en un tiempo que marca el Final de los tiempos y el principio de una nueva Era, salir de Egipto es amar al D-os que nos dio la libertad, al D-os entendido también como el D-os de la libertad, el D-os de la revolución, el D-os de la justicia, el D-os que se revela y en este cara a cara con el pueblo revoluciona al mundo, revoluciona el interior del pueblo, y de cada uno de los hombres y mujeres que lo componen.  Salir de Egipto es querer ser libres y la libertad es una elección que conlleva muchas responsabilidades, salir de Egipto es salir hacia al desierto, hacia el vacío, y enfrentarse con la inmensidad, ser capaces de escuchar la voz de la noche y las estrellas.

Salir de Egipto es también, a veces, saber esperar, tener paciencia pero ir tras el llamado, cuando el llamado es un estruendo que ya inevitable nos arroba el alma.