NATHAN LOPES CARDOZO

Este año, Yom Haatzmaut conmemora el 68 aniversario de un matrimonio que ha perdurado más de 3,500 años. Esto puede parecer una paradoja, pero es la realidad sobre la Tierra de Israel y los judíos. Ningún matrimonio se ha preservado tanto tiempo, ninguno ha requerido un compromiso tan profundo en base a un amor tan abrumador como el que existe entre los judíos y su tierra natal. Sin embargo, ninguno ha sido tan doloroso o tan trágico, ya que la pareja fue obligada a separarse hace casi 2,000 años. Los cónyuges se prometieron un amor incondicional, pero trascurrieron 1878 años hasta que lograron reunirse nuevamente. Durante esos años, seguían unidos emocionalmente, incluso a miles de kilómetros de distancia. Esta unión no dependía de dónde se encontraban físicamente, sino dónde habitaban sus almas.

Para que funcione el matrimonio, los judíos, metafóricamente y sin precedentes, levantaron la Tierra de Israel de su lugar de origen y la transformaron en una patria portátil, llevándola a los cuatro rincones de la tierra. Sólo en 1948 el pueblo se reunió con su tierra físicamente.

Sin embargo, el establecimiento del Estado de Israel no es el principio de la unión entre la tierra y el pueblo judío, sino una reafirmación del compromiso matrimonial que tuvo lugar hace miles de años entre Dios y Abraham. El Estado de Israel no se fundó en 1948, sino hace más de 3,500 años, cuando Abraham adquirió la Cueva de los Patriarcas con el fin de enterrar a su esposa Sara. Se reafirmó cientos de años más tarde, cuando los hijos de Israel, dirigidos por Yehoshúa, heredaron la tierra inmediatamente después de la muerte de Moshé.

El matrimonio no debe darse por un hecho. Ni siquiera después de 3,500 años. Cuando el novio ofrece a su nueva esposa un anillo como signo de compromiso, él sabe que ésta es sólo la primera parte de una promesa en curso. Ninguna relación puede preservarse si no es alimentada constantemente por ambas partes. En el momento en que un matrimonio se cuenta en años más que en un esfuerzo compartido de nuevas oportunidades, ha llegado a su fin. Sólo una misión – un sueño común – puede sostenerlo, y sólo algo más grande que ello puede llevarlo al éxito. Parafraseando a Aristóteles, el matrimonio es una sola alma que habita en dos cuerpos. Sin embargo, un alma que ha perdido su propósito se ha perdido amisma.

Irónicamente, actualmente una gran parte de la población israelí está luchando para mantenerse unida a su tierra espiritualmente. El materialismo rampante, el secularismo y el fanatismo religioso han erosionado el sentido de la identidad judía y la conciencia histórica que da sentido a su existencia nacional. Un creciente número de personas carecen de una auto-comprensión de su judaísmo y cuestionan su existencia en el país. Es cierto que los maravillosos soldados israelíes están dispuestos a sacrificar sus vidas por nuestro Estado. Pero ¿cuánto tiempo puede continuar esto cuando Israel no es más que un país? Las personas están dispuestas a morir sólo por lo que han vivido. Y los seres humanos pueden vivir una vida con sentido sólo cuando saben que hay algo eterno por lo que vale morir.

Por lo tanto, es esencial identificar el factor que ha unido a ambos cónyuges por miles de años. Ese elemento es la misión de ser “una luz para las naciones,” tal y como fue pronunciada por Dios al profeta Isaías. El matrimonio integra una fuente de enseñanzas religiosas y morales que inundan la humanidad con el conocimiento de que la vida es sagrada y que Dios espera la respuesta del hombre a su llamado con el fin de redimir a su mundo.

Esta es, pues, la tarea de la Tierra y el Pueblo de Israel: elevar la raza humana convirtiéndose en un enlace entre lo divino y lo terrenal, ya que la vida es un mandato, un privilegio – no un juego o una mera trivialidad. El pueblo judío se unió con la tierra a fin de crear una sociedad que sea emulada por toda la humanidad.

Los rabinos consagran el matrimonio, pero eso es sólo una parte de su función. Como pastores, su responsabilidad es garantizar el éxito del mismo y rehabilitarlo si se tambalea o se estanca. Esta es la función de los líderes religiosos de Israel hoy en día. Ellos deben transformar al pueblo judío mediante la creación de un anhelo espiritual para su misión, restaurando así su unión a su máximo potencial tras la larga y difícil separación.

Los verdaderos líderes religiosos no deben ser “honrados” o “bien respetados”. Más bien, como hombres de verdad, deben ayudar a eliminar el temor. Al mismo tiempo, sus imponentes personalidades deben unir al pueblo con su desbordante amor.

Los tiempos exigen una inquebrantable orientación religiosa y moral. El liderazgo religioso debe liberarse del pantano en el que se ha estancado. Mediante una iniciativa sin precedentes, debe guiar la nave de un judaísmo rejuvenecido e inspirador hacia el corazón de la sociedad israelí, provocando ondas que repercutan en todos los ámbitos. Ya no puede ocuparse sólo de los alimentos kosher o de nuestro judaísmo. Por encima de todo, tiene que inspirar el kashrut de nuestras almas. Al igual que los antiguos profetas, nuestros líderes religiosos deben generar una revolución espiritual, una conmoción ética-religiosa que sacuda los cimientos del Estado. Los israelíes esperan ese tipo de iniciativas y no hay duda de que su respuesta será abrumadora.

Sólo entonces el pueblo judío volverá a relacionarse con su tierra. Sólo entonces podrá permanecer eternamente comprometido con su tierra, y nadie logrará romper su vínculo matrimonial, ya sea el antisemitismo europeo, el movimiento BDS, el extremismo islámico, el odio o el engaño de la UNESCO. Esta es la esperanza y el futuro de Israel.

¡Que Dios bendiga esta unión eterna!

Fuente: The Times of Israel

Traducción: Esti Peled

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