REUEL MARC GERECHT

Robert Levinson, un ex agente del FBI, debió haberse vuelto una causa célebre después que fue capturado en Irán en el 2007. Washington no hizo casi nada.

Desde que el contratista de la Agencia Central de Inteligencia, Robert Levinson, desapareció después de un viaje a la isla iraní de Kish en el 2007, periodistas, funcionarios de gobierno y curiosos me han preguntado: ¿De las distintas historias contadas sobre la desaparición de Levinson, cuál tiene más sentido?

¿Él había viajado a Irán a instancias de la CIA? ¿O el ex agente del FBI había ido para recuperar a Dawud Salahuddin, un asesino estadounidense que se había puesto nostálgico? Tal vez él estaba allí para convertirlo en un activo. O tal vez Levinson viajó a Kish como un detective para un cliente corporativo que había quedado en el lado perdedor de una transacción comercial turbia.

Estas preguntas han sido imposibles de responder ya que la parte de esta historia de la CIA sigue clasificada. Pero el libro de Barry Meier, “Hombre Desaparecido,” ofrece información más que suficiente para dar sentido al trágico viaje de Levinson a Kish, un punto de transbordo anárquico que los estadounidenses pueden visitar sin visas y donde las fuerzas de seguridad iraníes capturaron al estadounidense, lo encarcelaron y se mofaron de su familia y ex colegas con fotos de él despeinado y hecho un desperdicio. El Sr. Meier, un periodista del New York Times que ha cubierto esta historia durante años, da una imagen deprimente de los apetitos voraces de inteligencia y de algunos en la CIA.

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Meier simpatiza con su asunto. Un agente del FBI por 20 años que se había enfocado en el crimen organizado ruso dejó la agencia en 1998 para hacer más dinero en el sector privado, pero su corazón permaneció en el trabajo gubernamental. Cuando se convirtió en contratista de la CIA en el 2006 “estaba emocionado de estar de nuevo en el juego”, como lo dice Meier. Las entrevistas con colegas y amigos y selecciones de emails de Levinson describen a un patriota ardiente que estaba menos interesado en entregar información a sus clientes corporativos que en dársela a su amiga, Anne Jablonski, en el Grupo de Finanzas Ilícitas de Langley.

Para la época en que Levinson parte para Irán—aproximadamente un tercio del camino a lo largo del libro—el lector tiene la impresión distinta que el hombre de familia gregaria (siete hijos y una esposa amada) fue a Kish a desenterrar información sobre el clero gobernante principalmente para mejorar su posición y su facturación potencial con los analistas de la CIA. También está bastante claro—el Sr. Meier deja alguna duda—que el Grupo de Finanzas Ilícitas no tenía idea que él estaba viajando a Kish para recopilar información en su nombre. La CIA ha admitido tener una relación con Levinson, pero se ha apegado a la historia de que él era un contratista “delincuente.”

Dicho eso, la Sra. Jablonski y sus colegas analistas en el Grupo de Finanzas Ilícitas parecen haber tenido un hambre de información insaciable. Ellos estuvieron presionando a sabiendas del límite de Levinson, permitiéndole salir a la cazas de información de forma que ningún analista de la CIA sabía seguramente que estaba “operativo”—o sea, dándole la tarea de recopilar información sensible en circunstancias posiblemente peligrosas. Este es un delito de despido potencial en Langley, ya que el directorio de operaciones controla toda la recopilación de “inteligencia humana.” Y sin embargo, en agosto del 2006, la Sra. Jablonski envió lo siguiente por correo electrónico a Levinson, quien estaba inundando a su grupo con memorandos: “Estamos todos encantados con el material. Ahora tenemos un nuevo problema en nuestras manos—cómo procesarlo sin agobiar a la gente que se supone está recopilando este tipo de material para nosotros pero que está muy ocupada saltando a través de aros burocráticos y poniendo excusas. Realmente… ¡estamos teniendo reuniones para resolver ésto! Tú sacudes nuestro mundo.”

En agosto del 2008, después que la CIA comenzó a revisar a regañadientes el registro, gracias a la presión del Congreso, la familia y amigos de Levinson, la Sra. Jablonski fue obligada a renunciar.

Sin embargo es difícil no sentir alguna simpatía por ella y los otros analistas que fueron castigados. La sed de información y trabajo analítico del Grupo de Finanzas Ilícitas probablemente diferían poco de la de otros en la CIA. Y no resulta imaginable creer, como aparentemente cree la familia del Sr. Levinson, que Jablonski y sus superiores habrían aprobado el viaje de Levinson a Kish para ver a Salahuddin, un musulmán estadounidense quien en julio de 1980, bajo la orden de la República Islámica, había asesinado a un ex miembro del gobierno del Shah en suelo estadounidense. El huyó luego a Irán.

Cualquiera que conozca algo sobre el régimen clerical sabe que un musulmán estadounidense negro, sin importar su logro estimado para la revolución, tendría cero acceso a la élite gobernante iraní. Un ex agente del FBI también sabría los peligros de enviar correos electrónicos dentro de la República Islámica y habría sabido que Salahuddin, sin importar el testimonio de amigos de confianza, por sus actos pasados estaba comprometido y era posiblemente hostil. Meier registra los correos electrónicos que el propio Levinson estaba enviando a amigos profesionales cuando estableció la reunión con Salahuddin en Kish. Él sabía que podía estar caminando hacia una trampa. Y así fue.

Desesperado por renovar y mejorar su contrato con Langley, no queriendo parecer muy temeroso para viajar a terreno peligroso y sin pistas sobre cómo se veía la información verdadera contra el régimen clerical, Levinson selló su propia suerte. Meier establece respetuosamente la culpabilidad de Levinson sin condenarlo. Más que nada, el periodista va detrás de la negligencia de la CIA, la cual finalmente pagó a la Sra. Levinson más de u$s2 millones en compensación por lo que sucedió a su esposo.

Sin importar su propia estupidez, Levinson debió haberse vuelto una causa célebre en Washington, un tema fijo en las relaciones entre Estados Unidos e Irán. Él era un agente del FBI que había trabajado con la CIA. Secuestrar y torturar (y, las probabilidades ahora son altas, matar) a un ex funcionario estadounidense debe producir alguna ira justa. Sin embargo el gobierno de Bush y especialmente la Casa Blanca de Obama, tan ansiosa por involucrar a los mulas, no hicieron casi nada, mientras el régimen clerical negaba tener algún conocimiento de Robert Levinson.

Marc Gerecht, ex agente en la Agencia Central de Inteligencia, es un miembro principal en la Fundación para la Defensa de las Democracias.

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México