ESTHER CHARABATI

El mundo está hecho para las mayorías. Eso lo sabe cualquiera que pertenezca a una minoría (a menos, supongo, que sea la que detenta el poder económico y político). Pero dejando de lado ese caso, el resto de las minorías las componen individuos que son estigmatizados por una de sus características: la gordura, la fealdad, la falta de una oreja o el ser enano; la locura, el retraso mental o el pertenecer a una raza o etnia, a una nacionalidad o a una religión.

Quien haya asistido a una reunión donde no conoce a nadie y se haya sentido mal por no pertenecer al “gran grupo”, puede imaginarse lo que se siente ser rechazado de tiempo completo. Saber que todo contacto con otros individuos está condicionado por los prejuicios que ellos manejan sobre mi grupo y que el pertenecer a una minoría los hace negar el resto de mis valores. “¿Para qué entrevistarlo si tiene toda la cara de indio?”, “No debo olvidar que estoy tratando con un oriental”. O que el gobierno puede invalidar todo mi discurso con una sola palabra: “Es un extranjero”.

De acuerdo con Erwin Goffman, la demanda básica del estigmatizado es ser aceptado por los demás. Ante el rechazo, las conductas más comunes son:

Separarse con los miembros de su grupo y crear una identidad propia, a la que consideran superior y más humana: “los hombres verdaderos” “El pueblo elegido” (Aunque claro, después los acusarán de “cerrados” y “etnocentristas”, de negarse a participar de la universalidad).

Tratar de corregir el estigma o de desecharlo. (Pero en ese caso uno no se transforma en normal, sino en un “renegado” o alguien que corrigió su estigma).

Usar el estigma para obtener ganancias secundarias, como pedir limosna.

Valorar el estigma como un sufrimiento que enseña cosas importantes (“Los ciegos ven mejor que los videntes”).

—Odiarse a sí mismo.

¿Por qué las minorías tienen que preocuparse tanto por los demás? ¡Que los ignoren! Imposible, porque al nacer en una sociedad ellos también hacen suyas las ideas del medio, y porque para vivir en esa sociedad es necesario aceptarlas. Así, mientras unos tratan de ocultar su estigma (blanquearse la piel), otros se “muestran” haciéndolo evidente (los ciegos que usan bastón) y otros tratan de adaptarse “cubriéndose”, es decir tratando de que el estigma no inquiete al otro.

Los problemas de identidad que enfrentan los miembros de las minorías son evidentes, ya que oscilan constantemente entre dos tendencias:

a) Tratar de ser como la mayoría, con el consiguiente rechazo de los suyos; en realidad nunca serán aceptados como parte la mayoría.
b) Diluirse en su pequeño grupo en busca de la autenticidad. Esta actitud puede desembocar en la lucha política, costosa para el grupo, pero de la que puede beneficiarse la siguiente generación. (Como los negros en EE.UU., los gays en las últimas décadas).

En fin, que cuando nos enfrentamos a las minorías podemos tomar en cuenta que nuestra mirada está cargada de prejuicios o decir: “¿Quién les manda ser…?”