Leonardo Nierman (Ciudad de México, 1932), pintor y escultor judío mexicano, quien recibió un homenaje el pasado miércoles en el edificio de la Lotería Nacional, apareció con su característico buen humor y emocionado por celebrar sus 60 años de trayectoria artística.

Además, este día, su foto en el “cachito”.

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO- En el evento, además de dar el tradicional campanazo para iniciar con el sorteo millonario, Nierman inauguró una exposición que reúne 20 de sus piezas creadas en los últimos años, entre esculturas y pinturas como Preludio sinfónico o Furia volcánica, con las cuales recordó que, tras ofrecer un fallido recital de violín en el Palacio de Bellas Artes, abandonó sus estudios en el Conservatorio Nacional de Música, para dedicarse a la pintura.

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—¿Qué temas le inquietan y afligen?

—La pintura es una liberación de alegría, de sueños y de ilusiones, no hay dolor en la pintura, es más, hay cuadros a los que he prometido que nunca los voy a vender, de que nunca se preocupen.

—¿Lee los periódicos?

—Las noticias no me gustan leerlas, trato de brincarme esa sección, ya tengo bastante turbulencia con lo que veo. No quiero ver más.

—¿Qué temas ha trabajado en los últimos meses?

—Todo lo que ahora se expone y tengo muchas cosas (inconclusas), no quisiera decir cuáles para que los demás no se sientan (mal). La pintura es como el noviazgo: siempre está uno enamorado de la última novia. Yo siempre vivo enamorado.

—Cuando trabaja, ¿escucha música?

—Siempre. Tengo una de las más grandes colecciones de discos de México, no mayor a la que tienen las estaciones de radio. Escucho música, pero jamás pongo un disco a la hora de pintar porque al acto de escoger una obra musical, implica que estoy pre programándome. Siempre escucho la radio, es decir, lo dejo a la suerte.

“Voy a platicarle algo, una vez escuché en la Sala Nezahualcóyotl a un violinista, creo que era polaco, me gustó mucho y lo volví a escuchar el siguiente día por televisión, en el intermedio lo entrevistaron y le preguntaron que qué se requería para ser un gran maestro, a lo que respondió: ‘Se necesitan tres cosas: nacer con mucho talento, trabajar muy duro y tres, tener muy buena suerte. Si tiene lo tercero olvídese de las otras dos’.

—No le gustan las rutinas, ¿por qué?

—La libertad es una cosa fantástica y las rutinas quitan esa libertad, por ejemplo, cuando decimos: ya es la hora de desayunar, ya es la hora de comer, de hablar por teléfono…

—¿Cuál es su color favorito?

—El azul es mi color favorito porque me recuerda el cielo cuando no está nublado. El azul es parte de la libertad, me encanta el fuego, pero le tengo miedo.

—¿A quiénes considera sus maestros (en la pintura)?

—A ninguno porque es importante mantener tu individualidad, luego en la personalidad el maestro se apodera de ti, terminas siendo su ayudante y después su falsificador.

—¿Cuál es su mayor inspiración?

—El vino, las mujeres y el canto.

El doctor honoris causa de la Universidad de Concordia, California, y el ganador de la Palma de Oro a las Bellas Artes de Mónaco, también dice que en el caso de la escultura, le gusta trabajar con materiales de acero inoxidable, le hace feliz que las piezas y, en general, los objetos brillen, porque le transmiten alegría.

“No es sencillo hacer una descripción de mi vida con colores. Hace poco estaba comiendo con mi hija, estábamos comiendo en un restaurante afuera de la Casa Lamm y me dijo: ‘Oye, papá, ¿cuál ha sido tu mayor logro en la vida?’ Me lo dijo así de sopetón, pensé la respuesta como 25 segundos y le dije: mira, hija, mi mayor logro es que no le tengo envidia a nadie de los vivos, de los muertos a muchos, pero ésos ya se murieron”.

—¿Expondrá próximamente su obra en otros espacios?

—Siempre tengo exposiciones porque creo que un cuadro no está terminado hasta que no encuentra a alguien que lo vea y sienta algo. Tengo mi vida llena de exposiciones, no siempre me tratan bien, pero me gusta correr el riesgo.

—¿Extraña recorrer las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, como lo hacía en su niñez?

—Soy un gran cliente del Café Tacuba, yo nací en el número 86 de la calle de Tacuba, muy cerca del famoso café, de modo que ya hasta las piedras (de ese lugar) me conocen. Aún voy muy frecuentemente al Café Tacuba, ¿a poco no se me nota (con esta gran panza)?.

Durante el acto protocolario del sorteo número 104 de la Lotería Nacional, Nierman recordó que de niño siempre quiso entrar al edificio ubicado en Paseo de la Reforma, porque sabía que en su interior las personas hacían magia.

“La Lotería Nacional tuvo un instante luminoso en mi época de estudiante. Soy alumno de la primera generación de la Ciudad Universitaria, ahí tuve la gran fortuna de haber tenido un maestro que un día nos deslumbró a todos diciendo: ‘jóvenes, les sugiero que ocasionalmente utilicen parte de los sobrantes para comprar un boleto de lotería’. Eso en un aula universitaria era muy controvertido. Y siguió hablando: siempre es adecuado, ocasionalmente dejarle una venta abierta a la suerte por si se quiere meter, comprar un billete de lotería es una operación de compra venta, de ilusiones y esperanzas”, recordó.

Pero esas palabras, añadió, tenían oculta una poesía que el artista aplica a su vida: “no puede ir uno por la vida, sin ilusiones ni esperanzas y sin sueños”.

—¿Es cierto que no ha vuelto a tocar el violín, ni por nostalgia o curiosidad?

—El ultimo concierto que toqué fue en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, ese día, se me acercó un señor y me dijo que quería grabar mi concierto, entonces torpemente le dije que sí. Al final, me entregó una cinta y la guardé en una bolsa de mi saco, después me fui con mis amigos a celebrar, durante la cena escuché todas las mentiras que me decían mis amigos, que después de ese concierto seguía el Carnegie Hall de Nueva York, el Royal Festival Hall de Londres… Llegué a mi casa, escuché la grabación y lo primero que se me ocurrió fue que el señor tenía descompuesta su grabadora, lo escuché un ratito, no resistí, la quité y puse una grabación de la misma obra: La sinfonía española, de Édouard Laló, tocada por Yehudi Menuhin. En ese momento abrí el estuche, abracé al violín y le dije: amigo, tú y yo nos vamos a reencontrar en la eternidad y no antes.

Fuente:crónica.com.mx