GUILLERMO ALTARES

Aub, que murió antes de la llegada de la democracia a España, pudo equivocarse en su diagnóstico de que algunos problemas no tienen solución.

En agosto de 1969, el escritor Max Aub (1903-1972) regresó a España de su exilio en México por primera vez en 30 años. Durante varias semanas, el novelista, que fue una de las grandes figuras intelectuales de la República, recorre un país todavía inmerso en el franquismo, pero puede moverse con libertad (aunque no publicar). De aquel viaje surgió un libro imprescindible para entender la España que comenzaba a prepararse para la Transición, La gallina ciega, un testimonio directo y emocionante de lo que significa el regreso —que no fue definitivo— y, sobre todo, de la enorme distancia que tantas veces separa las ilusiones, la memoria y la realidad. Más de 40 años después de su publicación sigue siendo una obra, y una figura, a las que merece la pena volver.

El Centro Dramático Nacional acaba de estrenar en el teatro Valle-Inclán de Madrid una versión de la novela más ambiciosa de Aub, los seis tomos que forman El laberinto mágico, un relato coral de los perdedores de la Guerra Civil española resumidos en dos horas de excelente teatro. Esta es una demostración más de la vigencia de este escritor español, nacido en París y recriado en Valencia, de padre alemán, madre francesa de origen judío, que eligió el castellano como lengua de creación. Releída en 2016, es increíble la vigencia de La gallina ciega. La España de finales de los sesenta no tiene nada que ver con la actual, muchos de los personajes que Aub encontró durante su periplo español ya no están —desde Carlos Barral hasta Vicente Aleixandre—, aunque su huella es profunda. Sin embargo, hay algo tristemente cercano en su mirada.

El novelista encuentra grandes cambios en su país —“progreso evidente: más casas, más gente, más luz, menos presos, mejor nivel de vida”—, aunque se irrita cada vez que le preguntan qué le parece España. “Lo que quieren que les conteste es que estoy asombrado de las carreteras, de los paradores, de los restaurantes, de las comidas”, prosigue. “Hay problemas que no tienen solución”, escribe Aub un poco más adelante. “Lo he dicho muchas veces. Estamos pagando la gran equivocación de nuestros abuelos y bisabuelos que llegaron a creer que todos los problemas la tenían justa: las señaladas en el libro del maestro”. Era imposible entrever en 1969 la España de 2016. Sorprendería incluso al observador más optimista que mirase su futuro desde el franquismo tardío —pese a la sensación de desasosiego, a la corrupción, al daño que sufren todas las instituciones, a la profundidad de la crisis económica y al paro—.

El inconformismo del escritor, su curiosidad, su ausencia de desdén —como recordaba Antonio Muñoz Molina en su discurso de ingreso en la RAE dedicado a Aub—, aunque también su tocudez a la hora de no dejarse llevar por las apariencias, pero sobre todo su lucidez pese al dolor del exilio, convierten este texto en una lección. Aub, que murió antes de la llegada de la democracia a España, pudo equivocarse en su diagnóstico de que algunos problemas no tienen solución. En todo lo demás tenía razón porque quiso ver más allá, entender la solidez de los cimientos sobre los que crece un país.

Fuente:elpais.com