BRET STEPHENS

Barack Obama descubre muy tarde que no puede ordenar que retroceda la marea de la guerra.

En la primavera del 2013 Barack Obama dio un discurso que definía su postura respecto al tema del terrorismo. Su premisa estuvo errada, como lo estuvo su tesis y como lo estuvieron sus predicciones y recomendaciones. Ahora estamos pagando el precio por esta cascada de disparates.

“Hoy, Osama bin Laden está muerto, y así lo están la mayoría de sus principales lugartenientes”, se jactó el presidente en la Universidad de Defensa Nacional, en Washington, D.C. “No ha habido ningún ataque a gran escala contra los Estados Unidos, y nuestra patria está más segura.” El “futuro del terrorismo”, explicó él, consistía en afiliados “menos capaces” de Al Qaeda, “amenazas localizadas” contra occidentales en lugares remotos tales como Argelia, y asesinos vernáculos como los atacantes de la Maratón de Boston.

Todo esto sugirió que era hora de renunciar a lo que Obama ridiculizó como una “‘guerra global desmesurada contra el terror.” Eso significaba recortar marcadamente los ataques con drones, completar la retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán, y cerrar la prisión de Guantánamo. Significó renovar esfuerzos “para promover la paz entre israelíes y palestinos” y buscar “transiciones a la democracia” en Libia y Egipto. Y significó trabajar con el Congreso para repeler la Autorización del 2001 para el Uso de Fuerza Militar (AUMF) contra Al Qaeda.

“Esta guerra, como todas las guerras, debe terminar,” dijo Obama. “Eso es lo que aconseja la historia. Eso es lo que demanda nuestra democracia.”
El Rey Canuto de la leyenda se paró sobre una costa inglesa y ordenó retroceder a la marea. El Presidente se paró ante un público del Beltway y ordenó que terminara la guerra. Ni la marea ni la guerra obedecieron.

En el 2010, Al Qaeda en Irak—el predecesor del Estado Islámico—estaba “exhausto”, como dijo al Congreso el experto en terrorismo, Michael Knights. Mundialmente, el gobierno de Estados Unidos estimó la fuerza total de Al Qaeda en no más de 4,000 combatientes. Eso fue el resultado del aumento de George W. Bush en Irak, del propio aumento de Obama en Afganistán, y de la campaña agresiva de ejecuciones con drones en Pakistán y Yemen.

Pero entonces irrumpió la doctrina Obama. Entre los años 2010 y 2013 el número de yihadistas se duplicó mundialmente, a 100,000, mientras que el número de grupos yihadistas subió un 58%, según un estudio de Rand Corp. Eso fue antes que ISIS declarara su califato.

Hoy, el gobierno estadounidense estima que ISIS puede contar con tantos como 25,000 combatientes. Esto es después de una campaña de ataques aéreos de dos años para destruir al grupo. En Libia solamente, la inteligencia estadounidense duplicó hace poco su estimado de combatientes de ISIS, a tantos como 6,000. Incluso “el núcleo” de Al Qaeda está surgiendo nuevamente en sus centros afgano y pakistaní, gracias en parte a las victorias militares que han obtenido los talibanes frente a la retirada de Estados Unidos.

Los apologistas de Obama volverán a coincidir en que es injusto culparlo por las tendencias en el terrorismo, un argumento que tendría más credibilidad de no haber estado él tan dispuesto a asumir el crédito por esas tendencias apenas tres años atrás. Los mismos apologistas también afirman que Estados Unidos no puede curar posiblemente lo que aqueja al Medio Oriente, y que ninguna agencia de aplicación de la ley puede detener a un “lobo solitario” como Omar Mateen.

Pero estos argumentos fallan. El surgimiento de ISIS fue un resultado predecible de la abdicación de Obama en Irak y especialmente en Siria—un resultado que el mismo Obama previó en su discurso del 2013. “Debemos fortalecer a la oposición en Siria, mientras aislamos a los elementos extremistas”, dijo él, “porque el fin de un tirano no debe dar camino a la tiranía del terrorismo.” ¿Fue fortalecida la oposición? ¿Fueron aislados los extremistas?

En cuanto a los lobos solitarios, un estudio del año pasado citó 38 casos de terrorismo de “lobos solitarios” entre 1940 y el año 2001, otros 12 durante los ocho años del gobierno de Bush—pero más de 50 desde entonces.

El fenómeno se está imponiendo en parte porque el ISIS es sagaz en utilizar el internet y redes sociales para atraer y activar reclutas. Pero lo que hace principalmente el ISIS es dar a hombres jóvenes sin objetivos e insignificantes lo que la mayoría de los hombres jóvenes anhelan en secreto—una causa por la cual vale la pena morir. Cuando Obama intenta tranquilizar a los estadounidenses sugiriendo, como lo hizo el lunes, que Mateen no fue parte de “una conspiración más grande,” demuestra una vez más que no entiende al enemigo. El ISIS, Al Qaeda y otros grupos yihadistas no son conspiraciones criminales. Son un movimiento religioso. No se requiere ninguna coordinación para que el creyente verdadero ponga en acción su fe.

Haría falta más humildad de la que es capaz de reunir Obama para admitir que lo que sucedió en Orlando es también una consecuencia de sus decisiones—de permitir que Irak y Siria caigan en el caos; de fingir que podíamos cancelar la guerra contra el terror porque combatirlo no se ajustaba a una narrativa política; de fracasar en derrotar rápidamente y absolutamente a ISIS; de negarse a reconocer las raíces religiosas del terror; de tratar la masacre en San Bernardino como una oportunidad para dar una conferencia sobre Islamofobia a los estadounidenses, y a Orlando como otro argumento para el control de armas.

Este es el historial del presidente. Su sucesor tendrá que hacerlo mejor para evitar futuros Orlandos. ¿Lo hará ella?

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México