SHLOMO BEN AMÍ

Devolver Cisjordania a Jordania sería más eficaz que otra negociación para formar dos Estados

La iniciativa de Francia para organizar una conferencia internacional y relanzar las conversaciones directas entre israelíes y palestinos, con miras a alcanzar la escurridiza “solución de dos Estados”, es producto de una resistente fantasía. Ni la sociedad israelí ni la palestina están preparadas para llegar a un acuerdo. En Israel, el creciente nacionalismo se ha convertido en un obstáculo fundamental para cualquier negociación. Mientras el primer ministro Benjamín Netanyahu intente satisfacer a los elementos ultranacionalistas, no hay posibilidades de que logre producir las propuestas de paz buscadas por sus predecesores, Ehud Barak y Ehud Olmert. En cuanto a los palestinos, su fragmentada política socava cualquier negociación eficaz.

El papel de la historia y la religión en el conflicto, junto con lo reducido del territorio por el que luchan las partes, dejan un margen de ajuste demasiado estrecho. Existe otro motivo fundamental: el interlocutor palestino no es un Estado, sino un movimiento impredecible, institucionalmente invertebrado y dividido entre islamistas, que sueñan con una nación árabe sin límites, y nacionalistas seculares ineficaces, que rechazaron cuatro veces (en 1937, 1947, 2000 y 2008) ofertas para crear un Estado palestino.

Existe una alternativa a la solución de dos Estados que tiene en cuenta estos factores: Cisjordania podría volver a Jordania, que entonces se convertiría en una especie de confederación jordano-palestina. En esencia, esta opción representa un regreso a los parámetros de la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, donde la delegación jordano-palestina representó a la causa palestina.

Israel, en este escenario, tendría el beneficio de conseguir como interlocutor a un Estado ordenado con tradición de negociar y cumplir acuerdos —e interés en ello—. Esto debiera bastar para impulsar a los líderes israelíes al menos a considerar la opción y a comportarse con menos falsedad que la que han mostrado en las negociaciones con los palestinos.

En Israel, el creciente nacionalismo se ha convertido en un obstáculo fundamental para cualquier negociación

Si Israel deja de contar con la debilidad institucional palestina como justificación para su constante ocupación de Cisjordania, Palestina podría verse beneficiada. Además, Israel no podría, como ha intentado en el pasado, anexionar áreas estratégicas de Cisjordania y devolver el resto a Jordania, sino que tendría que retirarse hasta las fronteras de 1967 con modificaciones e intercambios de tierras acordados.

Los palestinos parecen reconocer estos beneficios. En 2013, según encuestas llevadas a cabo por el Centro Palestino de Investigación sobre Políticas y Encuestas, el 55% de los palestinos estaba a favor de la opción jordana (un aumento del 10% en cinco años).

Tal vez el mayor obstáculo sea Jordania, que no está interesada en involucrarse. Eso solo cambiará si se enfrenta una amenaza para su propia seguridad que surja, digamos, de un aumento de inestabilidad palestina desde Cisjordania. Paradójicamente, un posible disparador de ese tipo de riesgo para la seguridad podría constituir un aparente avance hacia la solución de dos Estados. El fallecido rey Hussein temía que un Estado palestino independiente pudiera convertirse en una entidad radical irredentista; su decisión en 1988 de desestimar el reclamo de Cisjordania por parte de Jordania nunca fue ratificada en el Parlamento y aún es considerada por muchos como inconstitucional.

El temor por la inestabilidad Palestina también impulsó a dos ex primeros ministros jordanos, Abdel Salam al Majali y Taher al Masri, a defender una confederación jordano-palestina. Majali continúa siendo un defensor incondicional de la idea, algo que dejó en claro en una reciente reunión con el presidente palestino Mahmud Abbas. Su intrincado plan de 2007, indudablemente compartido con el rey Abdalá, fue instigado por las perspectivas de caos en caso de que un Gobierno israelí decidiera asegurar la supervivencia de su país como Estado judío retirándose de gran parte de Cisjordania. El Gobierno jordano temía que ese caos pudiera extenderse a Cisjordania y dar un golpe fatal al reino.

La comunidad internacional está por embarcarse, una vez más, en un proceso de paz que busca crear un Estado palestino ordenado, viable e independiente en Cisjordania. Sería el resultado más justo. Desafortunadamente, es algo improbable, lo que nos deja con la confederación jordano-palestina como última esperanza de un Estado palestino.

Fuente: El País