Cuando voy a las escuelas y cuento a los niños mi experiencia, les digo que el ser humano es malo. Hasta que no se invente una especie de chip para quitar la maldad, la gente será así. Me gustaría ser más optimista, pero no puedo”.

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – No importa que su historia ya nos la hayan contado. Sigue poniendo los pelos de punta. Ni él mismo se explica cómo sigue vivo y logró salir de un lugar “de donde sólo se salía reducido a humo por una chimenea”. Es la vida de Siegfried Meir, el 117.943. Toda la vida hizo creer a sus hijas que ese número tatuado en el brazo era el de la Seguridad Social.

Siegfried vino al mundo un 4 de mayo de 1934 en Frankfurt. Hijo de una familia judía, con sólo 9 años fue deportado al campo de concentración de Auschwitz. Hasta los 11, vivió una auténtica pesadilla. “Yo no creo en el ser humano después de haber visto lo que pasaba en Auschwitz. No puedes creer en nada. Cuando voy a las escuelas y cuento a los niños mi experiencia, les digo que el ser humano es malo. Hasta que no se invente una especie de chip para quitar la maldad, la gente será así. Me gustaría ser más optimista, pero no puedo”, lamenta.

Durante el sorprendente relato de su vida, este vecino de Ibiza cuenta cómo su padre, muy religioso, le decía que Dios le protegería de los nazis. “Muchas personas que han conocido mi historia me han dicho que era Dios quien me protegía. Como no creo en Él, pienso que he tenido un destino absolutamente increíble y no conozco ninguno parecido al mío. Todo lo que me pasó me ha sido recompensado con creces”, manifiesta.

En Auschwitz su padre y su madre fueron separados y él pudo permanecer junto a su madre, hasta que ésta falleció de tifus. Como en la película “La vida es bella”, mientras ella trabajaba, él evitaba a las guardianas nazis ocultándose en el fondo de las literas de la barraca. Una vez se quedó sólo, también enfermo de tifus, decidió presentarse ante la SS. Su físico, rubio y con ojos azules, le salvó de una muerte segura puesto que a los nazis “les hice gracia”.

“El único trauma que me queda es que no puedo escuchar hablar alemán, aunque no tengo ningún odio hacia ellos. No culpo a los hijos de lo que hicieron sus padres. El idioma me recuerda tantas cosas desagradables, que no lo soporto”, reconoce.

“Cuando llegamos al campo de concentración, a mi madre la desnudaron y le rasuraron todos los pelos del cuerpo y todo en presencia de los nazis, que se burlaban de las mujeres. Mi madre era muy religiosa y se sintió muy mal, y yo peor. En esa época fue un trauma. Sabíamos además que si me veían, me iban a matar. Los días empezaban con la retirada de las personas que habían muerto en las barracas durante la noche”, recuerda.

Sorprendentemente, el doctor Josef Mengele le curó del tifus. Después, el niño fue trasladado a Mauthausen en la conocida como “marcha de la muerte” y conoció a su “ángel”: Saturnino Navazo, un español republicano también preso en el campo de concentración. Siegfried asegura que su amor por el español no para de crecer día a día. “Navazo ha sido un motor en mi vida. Cuando llegó la liberación, mi destino era un orfanato, pero le supliqué que se hiciera cargo de mí y nos marchamos a Francia. Me dijo que, si me preguntaban, mi nombre era Luis y había nacido en Madrid, en la calle Don Quijote 43”, destaca. “Tras escapar varias veces a la muerte, ya no te puede pasar nada peor”, sentencia.

NUMERO

Instalados en Toulouse, el joven comenzó a trabajar en un taller de confección, aunque Siegfried tenía claro que aquello no era lo suyo. Años después, ya en París, llegaría a ser un cantante de moda. “Yo quería ser actor, pero tenía un acento horrible y me decían que veían algo muy triste en mis ojos”, recuerda. Después, llegó la música: “En 12 años de carrera trabajé mucho, tuve éxito, pero nunca llegué a ser el número 1. Se decía que si después de diez años de profesión no llegabas al primer puesto, no lo harías nunca. Además, mi casa de discos me obligó de repente a cantar cosas ye-ye y mi estilo era mucho más serio, así que me enfadé mucho y lo dejé”, relata Siegfried, quien rememora su amistad con su “hermano del alma”, el conocido Georges Moustaki. “Él nació el 3 de mayo y yo el 4. Había además mucha afinidad. Justo él me preguntó sobre el número que llevo tatuado. Cuando se lo conté, me animó a escribir mi historia”, dice.

Tras dejar la música, en 1967 el destino le llevó a Formentera, en pleno mes de febrero y “cuando no había nada, ni un hotel, ni un taxi”. “Fue un desastre. Al día siguiente de llegar, volví a Ibiza en La Joven Dolores y tuve un flechazo. Cuando vuelvo en barco y veo la isla, aún me late el corazón”, reconoce.

Este ibicenco de adopción fue uno de los precursores de la moda Adlib, abrió varios restaurantes de reconocido prestigio y, a nivel personal, se ha casado en varias ocasiones. Siegfried cuenta ahora su increíble historia en el libro “Mi resiliencia”. “Los niños con un trauma, con una infancia muy dura, lógicamente quedan marcados y la resiliencia consiste en superarlo, en tener la suerte de contar con alguien que te ayude a salir del pozo. A mí, después de los campos, me dio por robar y Saturnino, en vez de castigarme, me explicó con amor y cariño por qué no debía hacerlo”, concluye.

“Es bueno para las personas que están en el agujero y no ven solución. He demostrado que sí la hay”, reitera.

Fuente: El País