PILAR RAHOLA

Tanto el museo de Auschwitz-Birkenau como el Museo del Holocausto de Washington han prohibido jugar al Pokémon Go en sus instalaciones.

SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La expresión “extremadamente inadecuado” resume la indignación que ha provocado entre quienes consideramos que no todo vale por vender un producto, ni todo es una broma, ni nadie tiene el derecho a usar para provecho lúdico el exterminio de millones de personas. El Holocausto no puede ser el escenario de un juego, ni la excusa para una diversión, y los museos que recuerdan el horror deben ser respetados como lo que son: el templo de la memoria trágica. Porque detrás de sus paredes palpitan millones de corazones asesinados. De ahí que sea “extremadamente inadecuado” que los responsables de Pokémon Go no lo hayan pensado, como si la realidad virtual estuviera por encima de la moral, la ética, el respeto y la ­decencia.

Y ese es el núcleo de la cuestión: el no pensar en ello. En estos tiempos líquidos, que avanzan en superficialidad lo que pierden en solvencia, nada parece respetable y, al tiempo, todo es banalizable. Y no me refiero solamente al Holocausto, porque estoy convencida de que los Niantic, estos personajillos del Pokémon Go que aspiran a ser cazados en la pantalla, pisarán muchos otros límites, tanto como despreciarán las tragedias que los delimitan.

¿Dónde estará la frontera? O peor aún, ¿han imaginado sus responsables que debe haber fronteras? Porque ese es el punto exacto donde la banalización se convierte en una nueva ideología, aquella que considera que nada es profundo y, por ende, nada es respetable. Hanna Arendt (obligado citarla en un artículo como este) escribió en pleno proceso del nazi Eichmann, el ejecutor de la “solución final”, que si había alguna forma de superar realmente el pasado, esa superación sólo podía consistir en narrar lo que había sucedido. La memoria solemne de lo trágico, para arrancarle al mal su voluntad de convertir a la víctima en anónima. Es decir, en nadie.

Pero ¿qué ocurre cuando se da un paso alternativo, igualmente perverso? Ese paso es el jijijaja, considerar que todo es una diversión, que nada es suficientemente solemne ni nece­sariamente respetable y que, por ello, todo se puede tomar como un trivial chascarrillo. Por ejemplo, en este caso no se trata de negar el Holocausto, o de enviarlo al olvido, se trata de pasear por sus escenarios trágicos jugando a la última imbecilidad que se le ocurra a una multinacional del juego, para goce de la alienación planetaria. Y así, cazando muñequitos virtuales entre cámaras de gas y trenes de la muerte, ni la propia muerte parecerá importante. Trivializar es aún peor que negar, porque la negación exige tanto ­esfuerzo argumental y tanta perversidad que fácilmente es rebatible. Pero cuando se banaliza el mal, todo parece más digerible, menos trágico. Y en­tonces el mal vuelve a matar a sus ­víctimas.

Fuente: La Vanguardia – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico