THE WALL STREET JOURNAL

El golpe merecía fracasar, pero su purga causará más agitación.

El golpe fallido del viernes en Turquía probó el adagio de que incluso los paranoicos pueden tener enemigos reales. En los 15 años que el Presidente Recep Tayyip Erdogan ha dominado la política turca, ha buscado vendettas contra oficiales militares, periodistas, policía, activistas sociales, figuras de la oposición kurda y compañeros de viaje islámicos, entre otros. Ahora resulta que había una quinta columna contra él, y la ironía es que su fracaso puede acelerar su marcha a un poder autoritario estilo Putin.

Todos los partidos de oposición de Turquía se unieron a Erdogan en denunciar el golpe clave, y con razón. Erdogan y su partido Justicia y Desarrollo (AKP) han sido ganadores constantes en las urnas, muy recientemente en las elecciones de noviembre. La mayoría de los turcos no quieren regresar a los días en que el ejército manejaba un “estado profundo” para el propio interés que derrocaba gobiernos electos rutinariamente.

El golpe amenazó la estabilidad turca en un momento peligroso. Turquía ya está sufriendo por una economía en desaceleración y repetidos ataques, cada vez más frecuentes, del Estado Islámico. El ejército turco está combatiendo a las guerrillas kurdas en el sudeste del país, y la fuerza aérea ha estado enfrentándose con Rusia por las violaciones del espacio aéreo turco por parte de ésta última. Unos 2.5 millones de refugiados de Siria han inundado el país, miles de ellos van mendigando en las calles.

De haber tenido éxito los conspiradores, habrían tenido que usar la violencia para reprimir a los millones de turcos que habrían marchado contra ellos. A diferencia de Egipto, donde el entonces ministro de defensa Abdel Fattah Al Sisi tomó el poder de manos del presidente electo Mohammed Morsi en el año 2013, en Turquía la multitud no estaba con el golpe.

Tampoco lo estaban el jefe del estado mayor del ejército y otros altos comandantes turcos que podrían haber resistido con guarniciones leales a Erdogan. Incluso los críticos más vehementes del presidente no podrían haber gozado una guerra civil. Una Turquía quebrada habría extendido el caos de Siria aún más cerca de Europa y dado al Estado Islámico y a otros yihadistas la oportunidad de explotarla.

Estados Unidos conduce muchas de sus operaciones contra el Estado Islámico desde la base aérea turca de Incirlik, donde están estacionados unos 1,500 miembros del ejército estadounidense. Mientras escribíamos esto, Turquía ha cerrado el espacio aéreo sobre la base y cerrado la energía externa debido a que algunos de los conspiradores del golpe parecen haber estacionado allí. Cuando podrían reanudarse esas operaciones es incierto, pero al menos Estados Unidos no tendrá que evacuar Incirlik en condiciones de emergencia.

Pero si Turquía ha evitado lo peor, todavía enfrenta lo que podría ser un ajuste de cuentas más amargo. Erdogan no perdió tiempo en culpar por el golpe a los seguidores de su aliado de antaño, el imán exiliado Fethullah Gulen, y exigió su extradición de los Estados Unidos. Gulen, quien enseña una forma mística de Islam, rompió con Erdogan por sus formas cada vez más autocráticas. La administración Obama ha indicado que considerará la solicitud de extradición, Erdogan indudablemente jugará Incirlik y la cooperación contra el Estado Islámico como cartas para tenerlo de regreso.

Gulen y sus seguidores niegan firmemente haber participado en el golpe. Sin evidencia sólida de su participación directa, sería deshonroso y miope por parte de Estados Unidos ofrecer lo que equivaldría a un sacrificio de sangre para la furia de Erdogan. Si Turquía amenaza con desalojar a Estados Unidos de Incirlik, la administración debe indicar una voluntad de relocalizar la base en la capital kurda iraquí de Erbil.

Tan preocupante como eso, está el arresto por parte de Erdogan de miles de opositores en lo que parece podría convertirse en una purga política al por mayor. Hasta ahora unos 2,800 oficiales y soldados han sido arrestados, incluidos cerca de 40 generales. Eso puede ser necesario para restablecer el gobierno democrático, pero es difícil defender eso acerca del despido de inmediato de 2,745 jueces, incluidos dos miembros de la Corte Constitucional. Vale la pena preguntarse si sus nombres ya estaban en una lista antes que el golpe diera a Erdogan un pretexto para despedirlos.

La política estadounidense hacia Turquía debe ser apoyar el principio del gobierno democrático en un estado estable y cohesivo. El fracaso del golpe despuntó una amenaza para la estabilidad turca. Lo que queda por verse es si la venganza de Erdogan hace daño aun mayor a las esperanzas de Turquía del auto-gobierno decente y desestabiliza aún más a la región más peligrosa del mundo.

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México