SAMMY DROBNY PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

La principal amenaza al Estado de Israel no proviene del odio de los millones de civiles musulmanes, ni de un Irán nuclear, ni de resoluciones parciales de naciones europeas siempre predispuestas a condenar cualquier acción israelí en nombre de la “causa palestina”, ni menos de la política exterior ambivalente y contradictoria del gobierno de Obama.

Tampoco de organizaciones islamistas de carácter integristas como Hezbolá, Hamas o la Yihad Islámica. Todos ellos son enemigos que surgen como consecuencia de un problema más grave y que está en la raíz del mal que aflige a nuestro pueblo en pleno siglo XXI: La desunión y querellas entre hermanos.

Cuando los diferentes grupos judíos se unen en torno a un ideal, cualquiera que sea éste, los milagros ocurren frente a toda posibilidad. El más claro es la creación del Estado de Israel en 1948, momento en que casi todas las comunidades judías del mundo apoyaron la división del territorio de Palestina para el establecimiento del Hogar Nacional del Pueblo Judío luego de que dos tercios de los judíos europeos fuesen aniquilados en la Shoá.
Así, el sueño sionista de Herzl fue apoyado con votos y armas por la potencia más antisemita tras la II Guerra Mundial: la URSS de Stalin. Mientras Gromiko, embajador soviético en la ONU, defendía la partición territorial, su jefe en Moscú ordenaba a su todopoderosa policía secreta arrestar y condenar a muerte a los últimos escritores en idish que habían sobrevivido a la bestialidad nazi pocos años antes.

Ben Gurión lo resumió perfectamente con una célebre frase: “En Israel para ser realista hay que creer en los milagros”. Y ese milagro es producto de un poderoso concepto que en el judaísmo se conoce como Ahavat Israel, amor por los otros judíos.

La historia judía está repleta de eventos en los que la unión hace la fuerza y consigue victorias que parecían imposible. Por eso hasta hoy celebramos Janucá, Purim el triunfo de la guerra de los seis días y de Yom Kippur, y hasta la liberación de Egipto en el que el pueblo aceptó el liderazgo de Moisés como emisario de D’s. En cambio cuando estamos desunidos y en conflicto ocurren eventos trágicos como el destierro de las diez tribus de Israel, el cautiverio de Babilonia por Nabucodonosor, la destrucción del I y el II templo, las derrotas frente a los romanos y expulsiones y matanzas en los siglos posteriores hasta desembocar en el peor genocidio del siglo XX. Hoy el régimen del Ayatola Ali Jamenei ha prometido la desaparición futura de Israel, la Europa “progresista” ha condenado al sionismo como sinónimo de colonialismo y los palestinos han ganado el favor de la opinión pública internacional acusando al Estado judío como un régimen que práctica el apartheid. Las cifras lo desmienten categóricamente pero la propaganda masiva en la prensa siempre ha superado la realidad mientras los simpatizantes externos no sufran el calvario directo que significa convivir con el terror.

Por más que nos esforcemos en hacer Hasbará nuestros argumentos serán infructuosos mientras el receptor tenga una imagen mental ya fijada de antemano respecto a lo que está bien y mal. Los fuertes son los malos, los débiles los buenos, o como falazmente señalo el premio Nobel de Literatura peruano, Mario Vargas Llosa en un reciente reportaje: “De victimas nos transformamos en victimarios”. ¿Cómo comunidades pequeñas en un entorno hostil podemos combatir contra esa propaganda maniquea en un entorno donde impera la ignorancia y los prejuicios? Creo que la respuesta está en fortalecer los vínculos humanos e identitarios que nos ha permitido sobrevivir históricamente como Am Israel. Una buena forma de darles la razón a nuestros enemigos sería, por el contrario, pelearnos entre nosotros mismos al punto de aceptar que tenemos responsabilidad colectiva en los crímenes generalizados que nos atribuyen repetida e irracionalmente.

Eso no significa despreocuparnos por los temas de seguridad ni descuidar el apoyo financiero y emocional de la diáspora hacia Israel. Pero hay que tener claro que nuestros enemigos no desaparecerán porque el IDF sea uno de los ejércitos más preparados del mundo o porque los laboratorios científicos israelíes produzcan grandes avances tecnológicos que benefician a la humanidad en su conjunto. Nuestra meta más profunda es siempre interna, hacer que cada judío se sienta integrado en presencia de otros judíos y para ello se requiere potenciar la enseñanza (desde la infancia) de que los buenos actos personales constituyen el pilar de una nación en paz. Y de paso acabar con las etiquetas y los prejuicios atávicos que nos separan y fomentan la desconfianza mutua entre hermanos.