BRET STEPHENS

Una civilización que no cree en nada finalmente se someterá ante cualquier cosa.

En el último recuento, los miembros de la Unión Europea gastaron más de u$s200 mil millones anuales en defensa, enviaron más de 2,000 aviones de combate y 500 buques navales, y emplearon a unos 1.4 millones de personal militar. Más de un millón de oficiales de policía también caminan las calles de Europa. Pero frente a una amenaza islámica el Continente parece desamparado. ¿Lo está?

¿Francia estuvo desamparada en mayo de 1940?

Estipulemos que una camioneta a toda velocidad por el paseo marítimo no es una división Panzer, y que algunos miles de combatientes del ISIS dispersos desde Mosul a Marsella no es otra Wehrmacht. Pero como en Francia en 1940, Europa hoy exhibe la misma combinación de rigidez doctrinaria y pérdida de voluntad que permitió que un ejército aliado de 144 divisiones fuera expulsado por los alemanes en seis semanas. La Línea Maginot de los “valores europeos” no prevalecerá sobre gente que no reconoce ninguno de esos valores.

Esto fue dejado en claro por el Primer Ministro francés Manuel Valls, quien comentó después del ataque en Niza que “Francia va a tener que vivir con el terrorismo.” Esto puede haber tenido la intención de ser una declaración de hecho pero llegó como una admisión de que su gobierno no está por concentrar al público en una campaña de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor contra el ISIS—otra capitulación prematura en un país que las ha conocido antes.

Valls fue abucheado más tarde en un servicio de recordatorio para las víctimas de Niza. Sería alentador pensar que esto fue porque él y su jefe, el Presidente François Hollande, no han logrado forjar una estrategia para destruir al ISIS. Pero la objeción del público fue que no ha habido suficientes policías junto al Promenade des Anglais para detener el ataque. En términos futbolísticos, es una queja sobre la falla de la defensa, no sobre la falta de un delito adecuado.

Luego está Alemania, sitio de tres ataques terroristas en una semana. Parece casi como un siglo atrás que los alemanes dieron la bienvenida a un millón de inmigrantes meso-orientales en un éxtasis de auto-congratulación moral, liderada por el cántico de Angela Merkel de “¡Podemos hacerlo!” La consigna del verano pasado ahora suena tan anticuada y vacía como el “¡Si, podemos!” de Barack Obama.

Ahora Alemania tendrá que enfrentar una amenaza terrorista que hará que la banda Baader-Meinhof de la década de 1970 parezca trivial. El estado alemán es más fuerte y más astuto que el francés, pero también se rinde más fácilmente ante la intimidación moral. La idea de auto-preservación nacional a toda costa siempre será debatible en un país que busca expiar un pecado que no se puede expiar.

De ahí la pregunta de si Europa está desamparada. En su apogeo de la década de 1980, bajo François Mitterrand y Helmut Kohl, el proyecto europeo combinaba la fuerza económica alemana y la confianza francesa en la política de poder. Hoy, mezcla la debilidad política francesa con el solipsismo moral alemán. Esta es una fórmula para el rápido ocaso civilizacional, sin importar los muchos recursos económicos o militares que la UE pueda tener a su disposición.

¿Puede detenerse la decadencia? Sí, pero eso requeriría un gran desaprendizaje de las mitologías políticas sobre las cuales fue levantada la Europa moderna.

Entre esas mitologías están: que la Unión Europea es el resultado de un compromiso moral de posguerra con la paz; que la Cristiandad es de importancia meramente histórica para la identidad europea; que no existe tal cosa como una solución militar; que no vale la pena luchar por el país de uno; que el honor es atávico y la tolerancia es el valor supremo. La gente que no cree en nada, incluidos ellos mismos, finalmente se someterá ante cualquier cosa.

La alternativa es un reconocimiento que la larga paz de Europa dependió de la presencia del poder militar estadounidense, y que la retirada de esa fuerza requerirá que los europeos se defiendan. Europa también tendrá que encontrar la forma de aplicar la fuerza no simbólicamente, como lo hace ahora, sino estratégicamente, en búsqueda de objetivos difíciles. Eso podría comenzar con la destrucción del ISIS en Libia.

Lo más importante, los europeos tendrán que aprender que la impotencia puede ser tan generadora de corrupción como el poder—y mucho más peligrosa. La tormenta de terror que está descendiendo sobre Europa no terminará en alguna nueva política de inclusión, acercamiento comunitario, más ayuda extranjera o uno de los Rube Goldbergs diplomáticos de Angela Merkel. Terminará en ríos de sangre. ¿De ellos o de ustedes?

*En todo esto, la mejor guía de cómo Europa puede encontrar su camino a la seguridad es el país al que ha pasado la mayor parte de los últimos 50 años dando cátedra y vituperando: Israel. Por ahora, es el único país en el Occidente que se rehúsa a arriesgar la seguridad de sus ciudadanos en la noción de derechos humanos de otras personas o en el altar de la paz.

Los europeos sin dudas buscarán a Israel para consejos tácticos en la batalla contra el terrorismo—técnicas de manejo de multitudes y etcétera—pero lo que ellos realmente tienen que aprender del estado judío es la lección moral. A saber, que la identidad puede ser un gran preservador de la libertad, y que las sociedades libres no pueden sobrevivir a través de acomodamientos progresivos con los bárbaros.

*Marcela Lubczanski

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México