THE WALL STREET JOURNAL

Una vestimenta playera no es la primera línea de defensa contra el Islam radical.

La libertad de expresión, festividad nacional, religión tradicional, policía y salidas de noche de viernes en Francia han quedado todos bajo ataque por parte de terroristas islámicos. Así que es extraño que la vestimenta playera, de entre todas las cosas, es donde la burocracia de Francia está trazando la línea sobre práctica musulmana y asimilación nacional.

Estas leyes vagas toman por objetivo primordialmente al “burkini,” un traje de baño holgado vendido a las mujeres musulmanas como una forma de evitar mostrar demasiada piel mientras disfrutan un día de playa. Los aproximadamente 30 gobiernos locales que han prohibido esta vestimenta no la mencionan por nombre sino que prohíben los trajes de baño que tienen una “connotación contraria al principio del laicismo.”

El más alto tribunal de Francia abatió el viernes una de las prohibiciones locales por violar la libertad de conciencia, pero la controversia continuará. Otros alcaldes han prometido defender sus prohibiciones de burkinis. Los franceses tienen una historia de imponer el equivalente en este siglo XXI a la ley suntuaria medieval sobre otros elementos de vestimenta musulmana. La vestimenta manifiestamente religiosa ha sido prohibida de escuelas públicas, una restricción que afecta a los yarmulkes judíos y cruces cristianas pero está dirigida primordialmente a las coberturas de cabeza musulmanas. Los velos completos del rostro, tales como los niqab, están prohibidos también.

Estas prohibiciones son controvertidas precisamente porque sus partidarios tienen razón en que la vestimenta carga significado cultural y comunica normas sociales. Lo que el Islam enseña o debe enseñar sobre el cuerpo humano y la modestia es el objeto de un acalorado debate, con los reformistas moderados cuestionando si la religión exige la vestimenta aplicada sobre las mujeres.

Entonces nuevamente, este tampoco es un asunto resuelto dentro de la sociedad occidental. Gran cantidad de hombres judíos o mujeres cristianas no están cómodos con la sexualización exagerada en clubes nocturnos y playas, y un budista o hindú podría estar personalmente incómodo con vestimenta que ve como demasiado reveladora. Estas preguntas no están relacionadas directamente con el patriotismo o la tranquilidad. Las monjas católicas son dechados de modestia, mientras que el islámico que manejó un camión hacia decenas de personas inocentes en Niza el mes pasado tenía una historia de alcoholismo y uso de drogas.

El error francés es enfocarse en lo debatible a costa de lo consecuencial. Si bien los argumentos acerca de los velos han dado vueltas durante más de una década, París sólo comenzó a abordar en forma agresiva la radicalización islámica en prisiones—y sólo después que surgió que los perpetradores de muchos ataques recientes adquirieron sus conexiones islámicas mientras estaban en prisión por delitos menores. Los oficiales de policía ahora deben patrullar playas obligando a las mujeres musulmanas a desvestirse para las normas francesas, pero un islámico que estuvo bajo vigilancia policial—con tobillera y todo—se las arregló para eludir la vigilancia durante el tiempo suficiente como para asesinar a un sacerdote el mes pasado.

Las prohibiciones de burkini son tan populares que los políticos a la izquierda y derecha están dispuestos a defenderlas. Nicolas Sarkozy, al anunciar otra carrera por la presidencia el año próximo con su oportunismo característico, ha prometido una prohibición aún más general sobre la vestimenta musulmana.

Pero los votantes pronto podrían preguntarse si tiene sentido negar a los musulmanes adaptaciones razonables para su religión, tales como modestia en la playa, mientras se falla en defender valores liberales más importantes tales como la libertad para publicar caricaturas ofensivas acerca de la religión sin temor a represalias violentas. Ese es un debate digno de tener en la campaña del año próximo, si a algún político le importa intentar.

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México