PROF. EFRAÍM INBAR

El colapso del sistema estatal árabe y el ascenso del Islam político han desestabilizado al Medio Oriente y afianzado la región como la principal fuente de terror global. Incluso los estados más estables, como Irán, Turquía y Arabia Saudita, exhiben fuertes tendencias islámicas y apoyan a grupos radicales que participan en terrorismo. No puede hacerse mucho para cambiar esta situación. Aceptar esta realidad poco placentera conllevará un cambio radical en la perspectiva estratégica occidental.

Muchos acontecimientos importantes en el Medio Oriente mantendrán a la región como una fuente de terrorismo islámico y una fuente de inspiración para los radicales islámicos  del futuro cercano. Debe esperarse que continúen los intentos por perpetrar actos de terror contra los “enemigos” del Islam.

El primer acontecimiento que está contribuyendo al crecimiento del terror ha sido la interrupción histórica del sistema estatal árabe. Los estados árabes relativamente nuevos fallaron en infundir identidades nacionales arraigadas profundamente (con la excepción de Egipto, un verdadero estado histórico). Esta falla permitió el quiebre de estados de acuerdo a líneas étnicas, tribales y sectarias y el surgimiento de milicias armadas.

El surgimiento de numerosos estados fallidos, caracterizado principalmente por la pérdida del monopolio sobre la utilización de la fuerza, comenzó antes de la Primavera Árabe. Líbano, Irak, la Autoridad Palestina y Somalia son ejemplos principales. Esta tendencia se intensificó con el debilitamiento de los gobiernos centrales en Libia, Siria y Yemen. Esos estados fueron transformados en vastos campos de batalla conteniendo a muchas milicias notables por su falta de inhibiciones en contra de utilizar el terror para obtener objetivos políticos.

El desmoronamiento de estructuras estatales también facilitó el acceso a armas. Los arsenales nacionales, una vez cuidados por órganos estatales que desde entonces se han desintegrado, se volvieron accesibles para milicianos y terroristas de todo tipo. De hecho, el Estado Islámico (EI) está luchando con armas suministradas por los estadounidenses al ejército iraquí, mientras que los insurgentes en Siria están usando armas rusas que tenían el propósito de ser usadas por el ejército sirio.

El colapso de estructuras estatales también destruyó los controles fronterizos, permitiendo la libertad de movimientos tanto para terroristas como armamento. El caos y combates intestinos que acompañan la destrucción de un estado causan que la gente huya por su seguridad más allá de las fronteras de su país, y los terroristas pueden ocultarse fácilmente entre las olas de refugiados.

Una tendencia histórica crucial en el Medio Oriente que está alimentando el fenómeno terrorista es el surgimiento del Islam político. La identidad islámica está profundamente afianzada en la región, haciendo a la población susceptible a los mensajes islámicos expresados en contenido tradicional. Los islámicos también han capitalizado la incapacidad de los estados árabes de dar servicios decentes a sus ciudadanos al establecer redes educativas tanto como servicios de salud y sociales.

Esta ha sido una estrategia ganadora para ellos porque que les ha permitido capturar el apoyo popular. Cuando son permitidas elecciones libres en el mundo árabe, a los partidos islámicos les va muy bien. Sin embargo, la mayoría de los islámicos son anti-modernos y anti-occidentales. Los círculos islámicos radicales defienden la violencia y el terror en el interés de instalar el “verdadero Islam,” primero en tierras musulmanas y finalmente en todos los demás lugares. Los islámicos desprecian al “Occidente decadente” y creen que finalmente caerá bajo control musulmán.

La ola islámica está presente no sólo en los estados árabes fallidos. Arabia Saudita, cuya estabilidad e integridad territorial de la que no debe ser dada por sentado, exporta una versión fundamentalista del Islam (wahabismo) a lo largo del mundo musulmán construyendo mezquitas y financiando escuelas. La rama de extremismo islámico que promueve y legitima la violencia está vinculada a esta cepa del Islam centrada en Arabia Saudita. Al Qaeda es uno de sus vástagos.

El estado rico y rebelde de Qatar también apoya a una variedad de organizaciones islámicas radicales. Incluso alberga un “cargo político” talibán afgano en su suelo.

Los estados árabes “moderados” hacen frente al reto islámico. En el estado árabe más grande y más importante, Egipto, la fuerza política más potente – la que es capaz de sacar multitudes de partidarios a las calles – es todavía la Hermandad Musulmana. Aparte, Egipto enfrenta una insurgencia islámica en la Península de Sinaí.

Los dos estados no árabes fuertes en el Medio Oriente (excluyendo a la Israel judía), Irán y Turquía, también exhiben tendencias islámicas. Luego de la revolución islámica de 1979, Irán adoptó un programa chií radical entrelazado con las ambiciones imperiales persas. Su búsqueda de hegemonía en la región fue inducida por el acuerdo nuclear desacertado con los Estados Unidos, el cual no fue vinculado a ningún cambio en el comportamiento iraní internacional y liberó grandes montos de dinero para la fechoría iraní. El modus operandi en Teherán incluye terror, e Irán sigue en la lista de Estados Unidos de estados patrocinantes del terrorismo.

Turquía bajo Erdoğan, particularmente después del fallido golpe militar, es cada vez más autoritaria, con presión interna mayor siendo aplicada para instar a la conformidad con las costumbres de la versión turca de la Hermandad Musulmana. El comportamiento internacional de Turquía está imbuido de impulsos neo-otomanos e islámicos. Presta apoyo a facciones islámicas en las guerras civiles siria y libia (incluyendo al EI) y a Hamas en Gaza. También está involucrada en los Balcanes, especialmente en los estados musulmanes (Albania, Bosnia y Kosovo).

El Medio Oriente, más que ninguna otra región en el mundo, está asediado por fanáticos religiosos listos para utilizar la violencia en forma indiscriminada contra personas que no adhieren al enfoque religioso “correcto.” Estos fanáticos tienen una gran cantidad de energía, y muchos musulmanes frustrados están preparados para culpar al Occidente por su situación miserable.

La mayoría de los musulmanes en la región no condona los aborrecibles actos terroristas, pero están en gran medida en silencio. Muchos que no participarían en tales actos muestran comprensión cuando son cometidos por otros. Lo más trágico, ellos son reticentes a asumir la responsabilidad por traer a sus sociedades al siglo XXI.

El Occidente puede hacer poco para cambiar esta situación. El cambio debe llegar desde adentro. El intento ambicioso de “arreglar” a Irak y Afganistán, que consumió grandes cantidades de sangre y dinero, pero terminó en fracaso, sugiere los límites de la ingeniería política. Una región atrapada en tendencias históricas como las experimentadas por los estados árabes no puede cambiar fácilmente.

Esto significa que los malos vientos que soplan desde el Medio Oriente se cernirán sobre el mundo durante muchas décadas al menos. El Occidente debe digerir este pronóstico espantoso y adaptarse. Esto significará un cambio radical en la perspectiva estratégica occidental y en las políticas contra-terroristas a ser adoptadas.

*Efraim Inbar, director del Begin-Sadat Center for Strategic Studies, es profesor emérito de estudios políticos en la Universidad Bar-Ilan y un miembro en el Middle East Forum.

Fuente: The Begin-Sadat Center for Strategic Studies

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México