Debemos mirar a Israel no como una presencia extranjera, que no lo es, sino como un componente único y relevante de Oriente Medio que enriquece la región.

FRED MAROUN

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hay muchas cosas que podemos hacer para mejorar nuestra relación con Israel –si queremos–, y hay buenos motivos para pensar que iría en favor de nuestros intereses, a corto y largo plazo. El cambio más crucial es de enfoque. Si cambiáramos el chip, empezaríamos a recomponer los pilares de la relación y habría una buena base para el respeto y la confianza mutuos, sin los cuales cualquier solución seguiría siendo frágil.

Entender Israel

Debemos ver el verdadero Israel, y no la monstruosidad que nos han metido en el cerebro. Nos da tanto miedo llamar a Israel por su verdadero nombre que la denominamos “entidad sionista”. Su nombre es Israel. Como se ha escrito en Haaretz, “Israel viene siendo el nombre de un grupo étnico del Levante desde hace por lo menos 3.200 años”.

El discurso canónico árabe dice que Israel es que es un producto del colonialismo occidental. Este lenguaje también ha sido adoptado por muchos otros, que sostienen que “el colonialismo de los asentamientos empezó con la Nakba (…) en 1948″, lo que implica que todo Israel es una colonia. Esta afirmación no es cierta, y ninguna relación sana se podrá construir si una de las partes sigue repitiendo mentiras sobre la otra.

Israel es el Estado-nación del pueblo judío, un pueblo con una larga y compleja historia en esa tierra. Los intentos de asesinar y exiliar a los judíos han sido variados a lo largo de los siglos, por parte de asirios, babilonios, romanos y cruzados, entre otros. Estos son hechos históricos.

En 1973, la entonces primera ministra de Israel, Golda Meir, dijo: “Los judíos tenemos un arma secreta en nuestra lucha con los árabes: no tenemos a dónde ir”. No importa lo mucho que presionen los árabes a los judíos para que se marchen: no van a irse a ningún sitio. De hecho, esa presión sólo refuerza su determinación. Israel es su hogar.

Debemos mirar a Israel no como una presencia extranjera, que no lo es, sino como un componente único y relevante de Oriente Medio que enriquece la región.

No es nuestro enemigo

Tenemos que dejar de llamar a Israel nuestro enemigo. Decidimos convertir a Israel en nuestro enemigo cuando, en vez de aceptar la existencia de un minúsculo Estado judío entre nosotros, lo atacamos.

Israel (incluidos los territorios anexionados de los Altos del Golán y Jerusalén Este) supone sólo el 19% del Mandato Británico de Palestina (que incluía Jordania), sobre el cual los británicos prometieron en 1924 construir un “hogar nacional judío”. Israel es tan pequeño que tendría que ser duplicado 595 veces para poder cubrir todo el mundo árabe.

Hemos tomado decisiones contraproducentes en nuestra relación con Israel a partir de la creencia de que es nuestro enemigo y de que sólo podemos tratar con él mediante la fuerza, pero el diminuto Estado de Israel no es una amenaza para el mundo árabe.

Cada año, los palestinos celebran manifestaciones, a menudo violentas, para conmemorar laNakba (“catástrofe”), que es como los árabes llaman a sus pérdidas en la guerra de 1948-1949. Van con llaves, que simbolizan las llaves de las casas de las que huyeron sus antepasados en esa guerra. Esta conmemoración, como buena parte del relato árabe sobre Israel, es una visión unilateral que demoniza a Israel y absuelve a los árabes de toda responsabilidad por empezar y continuar un conflicto que dio lugar a décadas de violencia y de desplazamientos de árabes y judíos.

Esta falsa narrativa no deja mucho espacio para la paz con Israel. ¿Cómo podrían aceptar la paz los árabes, si se les nutre constantemente con el relato falso de que todo es culpa de Israel, cuando, en realidad, no todo es culpa únicamente de Israel?

Admitir los errores nunca es fácil, pero si no lo hacemos estaremos tejiendo un relato artificioso contradictorio con los hechos históricos. Para construir un futuro positivo es necesario aceptar que el pasado es el pasado y que no se puede recuperar.

A pesar del Holocausto, Alemania es hoy uno de los amigos más cercanos de Israel, pero esto sólo ha sido posible porque Alemania admitió su colapso moral. Aunque nuestra negativa a aceptar a Israel no sea moralmente equivalente al Holocausto, es innegablemente un colapso moral, y pasar página nos permitiría establecer unas relaciones constructivas con Israel.

Resolver la cuestión palestina

Para que se resuelva con éxito la cuestión palestina, debemos entender algunos asuntos fundamentales sobre los que Israel no se puede comprometer. El mundo árabe, y especialmente los palestinos, demuestra no entender casi nada de los asuntos fundamentales que hacen que la opinión pública israelí no tenga demasiada fe en las negociaciones de paz. Como publicó el Jerusalem Post, “la mayoría de los israelíes (el 67,7%) no cree que las negociaciones vayan a traer la paz en los próximos años, y menos de un tercio (el 29,1%) cree que jamás se logrará dicho resultado”.

La capacidad de Israel para seguir siendo un Estado judío y un refugio para los judíos de todo el mundo es su necesidad existencial más básica. Sin ella, Israel sería sólo un nombre. Por este motivo, el primer ministro Netanyahu declaró sin ambages que no había “margen de maniobra” en la demanda palestina del derecho al retorno de los descendientes de los refugiados palestinos. Tal vez no sea razonable esperar que países relativamente pequeños y débiles como el Líbano, Siria y Jordania absorban a todos los refugiados que viven allí, pero los países ricos del Golfo tienen capacidad para ayudar. Si Europa puede absorber a millones de refugiados musulmanes, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros?

Una segunda necesidad existencial de Israel es que necesita fronteras defendibles, como explica un detallado estudio. Israel ha estado defendiendo su propia existencia contra ataques árabes durante siete décadas. Ha sido atacado por todas partes mediante todos los métodos imaginables, desde misiles a suicidas con cinturones explosivos y túneles. Para Israel, las líneas de armisticio previas a 1967 no son defendibles, como explicó ya en 1977 el entonces primer ministro Rabin, ampliamente considerado un moderado a favor de la paz.

Un tercer punto fundamental es el acceso judío a los lugares sagrados, empezando por el más importante, la Ciudad Vieja de Jerusalén Este. Los judíos no ven su triunfo en Jerusalén Este en la guerra de 1967 como una conquista, sino como la liberación y la reunificación de su hogar histórico desde los tiempos del rey David, alrededor del año 1000 aec. Aunque los Gobiernos israelíes, tanto en 2000 como en 2008, ofrecieron ceder el control de parte de Jerusalén, no debemos dar por supuesta la probabilidad de que se produzca una oferta similar en el futuro. En junio de este año, el primer ministro Netanyahu prometió: “La idea de una ciudad dividida, separada y herida es una idea a la que jamás volveremos”. Otros asuntos, como las fronteras, la compensación por los refugiados, la retirada de algunos asentamientos y el grado de soberanía palestina, parecen ser negociables. Netanyahu declaró posteriormente: “Israel quiere la paz. Yo quiero la paz. Quiero renovar el proceso diplomático para alcanzar la paz”.

Pero nosotros, los árabes, debemos entender que esto sólo será posible dentro de los límites de esas tres cuestiones fundamentales.

La iniciativa para la paz de la Liga Árabe

La Liga Árabe apoyó una iniciativa por la paz en 2002, y de nuevo en 2007, pero esta iniciativa falló tanto en su contenido como en su forma.

La iniciativa exigía que Israel se retirara a las líneas de armisticio previas a 1967. Ya no es que Israel considere indefendibles esas fronteras: es que en los cincuenta años transcurridos desde entonces ha construido grandes bloques de asentamientos en la Margen Occidental. Los árabes habíamos expulsado anteriormente a los judíos nativos de esas tierras, y es poco realista esperar que Israel acceda a volver a victimizar a sus propios ciudadanos judíos.

La iniciativa declara que los Estados árabes rechazan “todas las formas de repatriación de los palestinos que entren en conflicto con las circunstancias especiales de los países árabes de acogida”, lo que implica que Israel y el nuevo Estado palestino serían los responsables de absorber a los descendientes de todos los refugiados palestinos. Para el nuevo Estado palestino sería una enorme carga, que se sumaría a la propia empresa de construir ese nuevo Estado, ya que esto supone que su población pasaría de 6 millones a 9 millones. Esto dejaría a Israel como único receptor de los refugiados, cosa que no sucederá.

Tampoco es realista la referencia causal de la iniciativa a la “creación de un Estado palestino independiente y soberano”. En las actuales condiciones es muy probable que condujera a un Estado dominado por Hamás y violentamente hostil hacia Israel. La Autoridad Palestina debe transformarse en una entidad pacífica y estable para considerarla capaz de gobernar un Estado.

El mayor problema de la iniciativa por la paz de la Liga Árabe, sin embargo, es la forma en que se planteó. Se le arrojó a Israel como un hecho consumado, sin discusión. La Liga ni siquiera respondió a la petición del entonces primer ministro israelí, Ariel Sharón, de acudir a la cumbre que la propia Liga celebró en 2002. Más recientemente, Netanyahu propuso una aproximación para lograr que funcionara la iniciativa por la paz, pero el secretario general de la Liga Árabe, Nabil al Arabi, la rechazó de pleno. No es así como se construyen las relaciones armoniosas entre los países, especialmente tras décadas de animosidad árabe hacia Israel.

No había ninguna necesidad de redactar ese documento. Lo único que tenía que hacer la Liga Árabe era declarar que los Estados árabes estaban abiertos a hacer la paz con Israel, aceptar la petición de Sharón de acudir a su cumbre y enviar después una delegación a Israel como muestra de buena voluntad. Ese gesto no comprometía a nada, pero sí demostraba que la Liga Árabe se lo tomaba en serio. Es así como el presidente egipcio Anuar el Sadat enfocó la paz egipcia con Israel.

Sadat, en sus propias palabras

Deberíamos inspirarnos en y seguir el ejemplo de Sadat, un líder árabe que dio audaces pasos hacia la paz y logró un acuerdo que incluso el Gobierno de los Hermanos Musulmanes se vio obligado a respetar, 35 años más tarde.

Sadat sabía que dar esos pasos hacia la paz requería algo más que escribir documentos y hablar desde la lejanía, y por eso fue a Israel a exponer su punto de vista. Dijo en la Knésetisraelí:

Hay momentos en la vida de los países y los pueblos en que a quienes se destacan por su sabiduría y clarividencia les corresponde ignorar el pasado, con todas sus complejidades y el peso de la memoria, con un firme impulso hacia nuevos horizontes.

Sadat demostró que había comprendido parte de las cuestiones fundamentales sobre Israel cuando dijo:

¿Qué significa la paz para Israel? Significa que Israel viva en la región con sus vecinos árabes con seguridad y protección.

Sadat supo entender el beneficio de la paz para todos los pueblos de Oriente Medio, incluido el árabe, y que los líderes tenían el deber de convertir la paz en una realidad. Dijo:

Se lo debemos a esta generación y a las futuras: no escatimaremos esfuerzos en pos de la paz. (…) La paz y la prosperidad en nuestra región están estrechamente vinculadas e interrelacionadas.

Una nueva etapa

El mundo árabe tiene un pésimo historial en materia de derechos humanos, está inmerso en guerras intestinas y mantiene una absurda hostilidad hacia Israel, un vecino que nos lleva mucha ventaja científica y económica, y del que nos podríamos beneficiar enormemente.

Debemos responsabilizarnos de nuestros actos pasados hacia Israel, y debemos hacer los cambios necesarios para pasar página. Como dijo Sadat: “Debemos superar todas las formas de fanatismo y autoengaño, y las teorías anticuadas sobre nuestra superioridad.”

 

Fuente: Gatestone Institute