LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El proceso de globalización económica, social, política y cultural que se percibió como un proceso creciente e irreversible en los países desde los setentas del siglo pasado, en buena medida impulsado por el rápido avance de la tecnología, particularmente la Tecnología de la Información y las Comunicaciones (TIC), hoy día muestra reversión; un indicio de ello es el plebiscito llevado a cabo entre la población de Gran Bretaña en junio pasado en el cual el 52.0% de los votantes estuvieron a favor de que ese país saliera de la Unión Europea (UE), el denominado Brexit, que se estima se concretará en un lapso de dos años.

La creación de la UE ha sido evaluada como el fenómeno de integración más importante y exitoso en el mundo; tuvo su origen en el establecimiento de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) en 1951, a través del Tratado de París; esta entidad supranacional fue fundada por Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Holanda para regular a sus miembros en esos sectores. Posteriormente, se crearía la Comunidad Económica Europea, cuya unión se pactó en 1957 mediante el Tratado de Roma para ampliar la cooperación económica entre los Estados europeos.

En este contexto, cabe destacar que antes del Brexit; Escocia había promovido en el 2014 un referéndum para independizarse del Reino Unido y permanecer en la UE. El no se impuso en el 55.3% de los que acudieron a las urnas. Sin embargo, después del Brexit su primera ministra, Nicola Sturgeon, declaró que un segundo referéndum de independencia era altamente probable. Asimismo, los líderes de Irlanda del Norte han contemplado la posibilidad de abandonar el Reino Unido, aunque el país se mantendría en la UE. El Reino Unido vive una clara etapa de desintegración.
En general, el Brexit está acentuando las tendencias de soberanía en varias regiones de España y en otras naciones europeas. En este sentido, de acuerdo a la última encuesta del gobierno de Cataluña, a finales de julio pasado, el 47.7% de la población entrevistada estuvo de acuerdo por la creación de un Estado propio, proporción que subió cinco puntos porcentuales respecto a Enero, el no fue de 42.14%.

La decisión mayoritaria de los votantes del Reino Unido de dejar la UE ha alentado a diferentes líderes políticos en Holanda, Francia e Italia, principalmente, para pedir consultas a sus poblaciones para salir del bloque europeo, sobre todo las fuerzas de partidos de extrema derecha han creado preocupación porque al no pertenecer a la UE tendrían mayor libertad para generar políticas antinmigrantes, en las que centran sus odios xenófobos. Es el caso de la presidenta del ultraderechista Frente Nacional en Francia, Marine Lepen, que podría sorprender con un triunfo en las elecciones presidenciales del 2017 o en Holanda el líder del partido de extrema derecha, abiertamente antimusulmán, Geer Wilders, quien también ha solicitado un referéndum para que su país salga de UE; igualmente lo ha pedido el Europarlamentario italiano y el líder de la ultraderechista Liga Norte, Matteo Salvini.

La desintegración que se experimenta entre la población de Europa refleja de alguna manera la pérdida de su identidad y de los valores que surgieron en el siglo XVIII, ello se vincula en parte con aspectos demográficos, entre otros, el decremento de la tasa de natalidad europea frente al aumento de los migrantes que llegan al continente del Medio Oriente, África y Asia y cada vez más representan una mayor proporción de la población total, y que traen consigo una cultura y valores radicalmente opuestos a la población europea, de aquí que se presente un enfrentamiento intercomunitario con matices violentos.

Ciertamente, de acuerdo a la agencia Eurostar, en el 2015 Europa registró 5.1 millones de nacimientos, comparado con 5.2 millones de defunciones; no obstante, la población Europea ese año tuvo un alza de casi dos millones hasta 510 millones, derivada de una significativa menor tasa de natalidad de los europeos no musulmanes y en relación a los musulmanes y a la relevante afluencia de refugiados y migrantes provenientes principalmente de países árabes, tan solo Alemania acogió a más de un millón.

La civilización europea se encuentra amenazada por la fragmentación de culturas; barrios enteros y ciudades de Europa son dominados por musulmanes no integrados a las sociedades en donde residen; un número indeterminado de ellos se han convertido en centros de la Yihad (Guerra Santa). En Europa existe ya una soterrada guerra civil entre las poblaciones locales y las musulmanas que alimenta la desintegración de la armonía social.

Los enfrentamientos intercomunitarios no pueden atribuirse solo a los musulmanes europeos y la xenofobia de grupos de extrema derecha; el problema de fondo reside “en el déficit existente de políticas eficaces relacionadas con la justicia social, la educación, la vivienda y el empleo para los jóvenes musulmanes europeos. La marginación genera frustración, que a su vez es alimentada por una creciente islamofobia y el ascenso de estridentes movimientos de derecha de todo el continente”.

La mayoría de los yihadistas proceden de entornos desfavorecidos; en principio no son individuos conocedores de las verdaderas enseñanzas del Islam, y en virtud de que carecen de oportunidades para mejorar sus vidas, se convierten en presas fáciles de los yihadistas, quienes les ofrecen una identidad y un propósito (violento) para dar salida a esta gente del lugar que llaman su hogar.

Por otra parte, está el Islam no radical, la mayoría, que sin ser violentos están arraigados a un pasado medioeval anacrónico en pleno siglo XXI, por sus conductas de intolerancia a otras religiones, por su misoginia y ausencia de democracia en sus comunidades y por consiguiente se auto segregan.

El nivel de tolerancia de una parte significativa de los europeos hacia los musulmanes cada vez es menor, sobre todo estimulada por las arengas de los partidos de ultraderecha y ante el estancamiento económico que se registra. Europa vive una ruptura, cuyas consecuencias son inciertas, parece que ha perdido la capacidad de reinventarse como lo hizo después de la Primera y Segunda Guerra Mundiales. Con respeto a los derechos humanos Europa precisa volver a sus raíces.