IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La noticia del derrame cerebral sufrido por el ex-Primer Ministro y ex-Presidente israelí Shimon Peres nos ha impactado, hondo y fuerte, a todos los judíos e israelíes del mundo. Y es que todos estamos conscientes de que con él, un hombre anciano que tarde o temprano tiene que cumplir con su ciclo vital, morirá toda una era de nuestra Historia.

La muerte de mi papá, hace ya doce años, fue una de las experiencias que más me impactaron, en todo sentido. Una de las cosas que más me quedó clara desde ese momento fue que, quisiera o no, me gustara o no, con su partida yo me había convertido en un poco más adulto. Mientras los padres viven, uno sigue siendo “la segunda generación”. Una vez que ya no están aquí, uno es el viejo de la familia, el mayor, el adulto en su máxima expresión posible.

Eso es lo que está pasando con Israel: tras la muerte de Ariel Sharon, Shimon Peres se convirtió en el último gran político israelí que estuvo presente y como adulto desde la fundación del Estado, en 1948.

Nacido en 1923 en Vishneva, Bielorusia (en esas épocas parte de Polonia) y originalmente llamado Szymon Persky (primo de Joan Persky, que en Hollywood fue mejor conocida como Lauren Bacall), heredó de su padre la devoción por la causa sionista. La familia llegó a Israel cuando Peres tenía 11 años, y poco después comenzó una amplia militancia tanto en los grupos políticos como en el grupo de autodefensa conocido como Haganá. Al fundarse el Estado de Israel en 1948, Peres ya era una de las personas de confianza de David ben Gurion.

Su primer cargo público llegó en 1953 (Director General del Ministerio de Defensa), y su participación en la Knesset (Parlamento) comenzó en 1959.

Por todo ello, Peres representa para nosotros el vínculo directo con la generación que vio renacer a Israel. La historia del moderno Estado Judío es la biografía política de Shimón Peres. De los actuales políticos importantes, es el último que nació en el exilio y llegó a su verdadera nación como uno de tantos inmigrantes que tuvo que cambiar su nombre y apellido para hebraizarlos.

No sabemos si Peres se recuperará de su crisis de salud actual. Aún en ese caso, es evidente que su ciclo vital está concluyendo y que tarde o temprano recibiremos la noticia de su defunción. Con él, todos los políticos que actualmente están a la cabeza del país, comenzando por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, dejarán de ser “la segunda generación”.

En un sentido muy concreto, con la muerte de Peres Israel habrá dejado de ser un país recuperado y reconstruido por inmigrantes, y será plenamente (en realidad, ya lo es en términos prácticos) un país cuya vitalidad proviene de los propios israelíes, nacidos, crecidos y educados allí mismo.

Es obvio que los judíos –israelíes o de la diáspora– nos sentiremos huérfanos con su partida. Por todo lo que representa, Shimon Peres es como una padre para todos nosotros. Cuando ya no esté aquí tendremos que asimilar nuestra condición de plenamente adultos, y entender que la primera etapa concluyó: Israel renació; derrotó a sus enemigos; construyó una alternativa viable para todos los judíos del mundo; la esperanza milenaria de los judíos dejó de ser sólo un sueño y se convirtió en una realidad.

Ahora nuestra responsabilidad es preservarlo, cuidarlo y engrandecerlo. Es un Estado joven –un poco menos de 70 años para un pueblo que se remonta a 4 milenios es, realmente, poco–, pero pujante; pequeño en sus recursos humanos (apenas un poco más de 8 millones de personas), pero incansable y creativo.

Cuando yo nací en 1970, Israel ya estaba en la fase final de consolidarse como eso. Ya había derrotado a sus enemigos en la Guerra de los Seis Días (1967), y le faltaba poco para volver a hacerlo en la de Yom Kippur (1973).

Como judío de esa generación, crecí enterándome de la lucha de Israel contra el terrorismo. Para mí, los grandes conflictos bélicos contra las naciones árabes siempre fueron datos de Historia.

Por eso la importancia de alguien como Shimon Peres: hasta este momento, fue nuestro vínculo humano, de carne y hueso, con toda eso que de otro modo sólo hubiera sido un dato en alguna página de alguna enciclopedia.

Israel es lo que es gracias a la generación de Shimon Peres, los primeros constructores, los que derrotaron a los árabes y al desierto para construir un hermoso país, pequeño, indestructible.

Mientras esa luz se apaga poco a poco para buscar el descanso eterno, bien merecido, los que seguimos vivos y comprometidos a colaborar de un modo u otro con Israel, nos tenemos que asimilar a la idea de que ahora somos los adultos de primera línea. Ahora todo está en nuestras manos. Ahora es tiempo de pensar en la herencia que le vamos a dejar a nuestros hijos.

Dentro de unos 15 o 20 años, cuando ya no quede ningún israelí de la generación de Peres, ningún sobrevivinte del Holocausto, nadie que haya estado presente en la Guerra de Independencia (1948-1949), y los últimos sobrevivientes de la Guerra de los Seis Días sean personas nonagenarias, la psicología judía habrá cambiado por completo.

Nuestros hijos y nietos nunca volverán a sentir que fueron un pueblo exiliado. Ese sentimiento simplemente no existirá para ellos. Nos verán a nosotros, los que ahora andamos a la mitad de la vida, como el frágil eslabón con todo aquello que fue nuestro pasado trágico que desembocó en el Holocausto y comenzó su fase final con la creación del Estado de Israel.

En ese tiempo, tendré el orgullo de poder decirle a esos niños judíos que tuve el privilegio de conocer en persona a sobrevivientes de Auschwitz, Birkenau o Terezin. También les contaré que yo vi por televisión como el ejército de Israel destrozó la estructura terrorista de Yasser Arafat en Líbano y lo obligó a huir a Túnez, y como veinte años después lo volvió a derrotar reduciéndolo a un viejo terrorista frustrado e inútil, viejo y decrépito. Les podré decir que en mi juventud fui testigo de cómo poco a poco Israel se convirtió en uno de los países más avanzados en investigación tecnológica y médica. Les podré presumir que todavía tuve ocasión de escuchar a Zubin Mehta dirigiendo a la Filarmónica de Israel, y que me hice fan de los cuentos de Ephraim Kishon cuando este todavía estaba vivo.

Y, entre todo eso, les podré contar de un hombre al que conocí siendo ya viejo, pero con una vitalidad asombrosa, que a inicios del siglo XXI seguía siendo todo un ejemplo de entrega y amor por su país, por su pueblo, por su Historia. Un hombre de esos que a ratos parecen leyenda, pese a que siguen vivos. Un estadista de dimensiones titánicas que empezó contrabandeando armas para un grupo de judíos sin instrucción militar dirigidos por Ben Gurion, un idealista que parecía hecho de hierro, pero que tuvo el mérito de estar al frente de la reconstrucción de una nación que se remonta a los tiempos bíblicos. Y que luego fue parte medular de la política israelí durante casi 70 años.

Shimon Peres.

Mientras cierra sus ojos y empieza su despedida inevitable, Peres puede estar satisfecho con lo que ve: una nación renovada, fuerte, que le está aportando muchas cosas maravillosas a la humanidad. No sólo fue partícipe en la creación de un refugio para los judíos, sino líder indiscutible en el desarrollo de un país lleno de gente comprometida con hacer cosas buenas para la humanidad.