CNAAN LIPHSHIZ
Conduciendo por esta polvorienta ciudad de desierto y pasando por muchas mezquitas antiguas y ornamentadas, Shirin Yakubov recuerda la crueldad del presidente de su país durante 25 años recientemente fallecido.

SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – “Los mató a todos, hasta el último”, dice del papel de Islam Karimov en la masacre policial de 2005, de cientos de presuntos islamistas en la ciudad oriental de Andijan tras los disturbios.

“Nuestro presidente actuó correctamente”, añade con una sonrisa.

Una empresaria sensata y madre judía de tres, Yakubov pertenece a la élite urbana de este país de Asia Central de 32 millones de ciudadanos, que comparte frontera con Afganistán.

Al igual que muchos de su clase social, ella acredita la ausencia del Islam radical de la vida pública al régimen opresivo de Karimov. Bajo Karimov, quien murió el 2 de septiembre de un derrame cerebral a los 78 años, el todopoderoso servicio de seguridad BCG fue responsable de la tortura y la “desaparición” de un sinnúmero de disidentes en un país sin prensa libre y una política de no entrada de periodistas extranjeros.

Con el fallecimiento de Karimov, un aislacionista que se esforzó por mantenerse en buenos términos, pero independiente, con Rusia y Estados Unidos, Yakubov y otros relativamente ricos uzbekos – incluidos 13.000 judíos que quedan en el país – miran hacia un futuro incierto.

El primer ministro Shavkat Mirziyoyev fue asignado el 8 de septiembre para suceder a Karimov como presidente interino, augura cambios que implican riesgos, pero también la promesa de mayor libertad comercial, política e individual y mayores oportunidades comerciales.

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Shirin Yakubov visita la sinagoga principal de Bukhara, Uzbekistán, con su hijo, en camiseta de color naranja, su amigo y dos cuidadores musulmanes del sitio, 9 de septiembre de 2016. (Cnaan Liphshiz)

Los diplomáticos extranjeros aquí culpan a Karimov no sólo de violaciones sistemáticas de los derechos humanos, sino también de frenar una Uzbekistán rica en minerales sin darse cuenta de su potencial económico. Bajo Karimov, las políticas restrictivas del país incluían un régimen de visados complicado para los foráneos y un tipo de cambio oficial, que es la mitad del valor real en el mercado negro de la moneda local, la suma, con respecto al dólar.

Sin embargo, muchos uzbekos y todos los líderes de la comunidad judía, parece, dicen que están agradecidos al fallecido líder por la estabilidad alcanzada bajo su gobierno y el crecimiento que tuvo lugar. La ciudad de la provincia de Tashkent se convirtió en un lugar limpio y una metrópoli segura de 3 millones de habitantes con un eficiente sistema de metro, resplandecientes salas de conferencias y estadios, higiénicos mercados y bonitos parques, donde urracas y estorninos indios se bañan en las fuentes en medio de setos de plantas de albahaca púrpura.

En cuanto a Yakubov, ella acredita a las políticas de Karimov su capacidad como mujer de conducir un coche a pesar de la creciente resistencia en una sociedad profundamente tradicional, donde no se espera que muchas mujeres salgan mucho de la casa, y mucho menos que se sienten detrás del volante de un automóvil.

En 2005, en medio de los disturbios que estallaron en Andijan, alguien le arrojó un ladrillo grande a su coche dos veces, rompiéndole el parabrisas, cuenta. La intimidación fue frenada inmediatamente después que la policía interrogó a algunos vecinos – un procedimiento estándar en algunos países, pero que en Uzbekistán se percibe como una última advertencia antes de dispensar medidas rápidas y quizás extrajudiciales.

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Shirin Yakubov escucha a los estudiantes cantar en la escuela judía de Bukhara, Uzbekistán, 9 de septiembre de 2016. (Cnaan Liphshiz)

“Nadie me llamará “sucio judío” aquí, dice Arsen Yakubov, el marido de Shirin, mientras camina a una de dos sinagogas de Bujara para los servicios de la noche del viernes. Incluso antes de entrar, se puso el sombrero Bukhariano tradicional, cuadrado y ornamentado que usan muchos judíos aquí como kipá.

En un momento en que las sinagogas en Europa Occidental e incluso en Rusia están vigiladas por policía armada o militar, las instituciones judías en esta nación predominantemente sunita no tienen vigilancia. Vale la pena explicar por qué se recitaron oraciones especiales por el alma de Karimov en cinco sinagogas de Uzbekistán tras su fallecimiento.

Más allá de la amenaza de castigo de un gobierno autoritario contra cualquiera que los castigue, los judíos aquí también están seguros porque son ampliamente aceptados como una etnia nativa, al igual que los tayikos étnicos y rusos. Después de todo, han mantenido una presencia documentada aquí durante 1.000 años, que algunos historiadores creen que en realidad llega hasta 1000 aC

En Bujara, donde viven entre 40 y 150 judíos – en función de la definición que se aplique – algunos son recibidos con “shalom” por sus vecinos musulmanes cuando se reúnen para la oración de la tarde y de la mañana. (lograr un minián, el quórum de 10 hombres judíos necesarios para algunas oraciones en las comunidades judías ortodoxas, es a menudo un problema).

La carne kosher, producida por un rabino local y matarife ritual, se vende aquí en algunas tiendas dirigidas por musulmanes.

En la escuela judía local, un alumnado predominantemente musulmán aprende a cantar “Hatikva”, el himno nacional de Israel – reflejando el atractivo de la escuela y una población judía que se redujo después de la caída de la Unión Soviética. Unos 75.000 judíos dejaron su antigua república soviética después de su caída.

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Tamara Tilayev, a la izquierda, con dos miembros de la comunidad y su marido, Yosif, a la derecha, fuera de la sinagoga de Samarcanda, Uzbekistán, 11 de septiembre de 2016. (Cnaan Liphshiz)

“Somos hermanos, los musulmanes y los judíos, y así vivimos”, dice Yossif Tilayev, el rabino improvisado de una población judía de 200 en Samarcanda, la segunda ciudad de Uzbekistán, y el cuidador de su sinagoga del siglo XIX con cúpula color turquesa, que está entre las más bonitas de Asia central.

Sin embargo, para muchos, este registro de convivencia no es garantía contra una versión uzbeka de las guerras interétnicas e interreligiosas que han asolado países vecinos, como Tayikistán, Turkmenistán, Kirguistán – y Afganistán.

Incluso bajo Karimov, los Yakubov de Bujara han sentido una creciente radicalización religiosa.  Mientras miles de aldeanos se mudaron a su ciudad, la élite educada se ha ido en gran medida a Tashkent, la capital. En 2014, este proceso de migración interna se desaceleró considerablemente después que el gobierno endureciera su cumplimiento de las regulaciones – visados internos conocidos como “propiska” – que límita dónde los ciudadanos pueden vivir y trabajar.

Pero el ambiente en Bukhara ya no es el mismo que hace una década, dice Shirin Yakubov.

“No puedo ir a la piscina, como hacía hace 10 años debido a que miran mi traje de baño”, dice ella. “No quiero que mi hija vaya con pantalones cortos, ya que está empezando a atraer demasiada atención. Ya no me siento cómoda aquí”.

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Benjamin Yakubov, a la derecha, junto a su amigo Natan, estudiando el techo de la sinagoga principal en Bukhara, Uzbekistán, 9 de septiembre de 2016. (Cnaan Liphshiz)

Sus padres y sus tres hermanos ya viven en Israel, al igual que la mayoría de los hermanos de su marido. Yakubov y su marido se quedan en Bukhara, porque su familia política no se irá, dice ella.

“Pero nos iremos pronto – y rápido, si ocurre algo malo después de Karimov”, dice.

Yakubov es uno de los muchos vecinos judíos que creen que el extremismo nunca está demasiado lejos debajo de una superficie que se mantiene tranquila tan sólo gracias a la aplicación estricta.

“Tenemos todo – wahabismo, yihadismo, talibanes. Simplemente no dan la cara, gracias a Karimov”, asegura.

Arkady Isasscharov, el presidente de la comunidad judía bujara de Tashkent, en parte está de acuerdo.

“Siempre hay que tener cuidado”, dice. “Ya murió un rabino aquí”.

La referencia es la sospechosa muerte en 2006 de Avraam Yagudaev, un líder judío cuya autopsia dice que murió en accidente automovilístico, pero algunos creen que fue asesinado.

Aún así, la sociedad uzbeka “no dejará que ocurra aquí lo que sucedió en Afganistán”, dice Issascharov, que sirvió en Afganistán como soldado en el Ejército Rojo, cuando los islamistas encabezaron una rebelión contra la dominación soviética de ese país en la década de 1980. Tanto las tropas soviéticas como los talibanes cometieron atrocidades en ese amargo conflicto.

Pero el guía Vadim Levin, de etnia rusa de ascendencia judía de Tashkent, no está tan seguro de la inmunidad de su país de origen al radicalismo.

En los caóticos meses posteriores a la independencia de Uzbekistán en 1991 de la Unión Soviética, Levin dice que fue golpeado en la calle por hablar rusa por “un grupo de religiosos nacionalistas, extremistas” de etnia uzbeka en busca de revancha por la larga represión de las identidades religiosas y étnicas de Moscú.

Karimov, el primer gobernante de un Uzbekistán independiente, gradualmente había aumentado la presión sobre las formas religiosas y otro tipo de extremismo, desde entonces, se restauró la estabilidad. Pero fue a costa de una prensa libre y libertades individuales básicas como dejarse crecer la barba – una práctica mal vista que conlleva sanciones sociales.

Los israelíes y otros judíos, añade Levin, “tienden a entender la disyuntiva mejor” que otros occidentales porque “ellos han visto la cara del Islam radical, y han sentido su sombra sobre ellos”.

“Por supuesto, tengo que pagar con ciertas libertades por la estabilidad de mi país, soy consciente de ello”, dice Levin, propietario de una casa y padre de uno que habla tres idiomas con fluidez y ha visitado Europa, Israel y Estados Unidos. “Pero es una compensación que espero poder seguir teniendo bajo el sucesor de Karimov”.

Fuente: JTA – Traducción: Silvia Schnessel – © EnlaceJudíoMéxico