JOSÉ GONZÁLEZ MORFÍN

Ahora que nuestro país inexplicablemente votó a favor de una resolución de la UNESCO que condena al Estado de Israel y desconoce vínculos del pueblo judío con la Explanada de las Mezquitas en la que, es bien sabido, varias religiones tienen lugares sagrados, entre ellos el llamado “Muro de los Lamentos”, uno de los lugares de culto más importantes para la religión judía; quiero traer a la memoria a Gilberto Bosques Saldívar, un diplomático mexicano que en uno de los momentos más difíciles de la historia supo honrar como muy pocos el cargo que en representación de México ostentaba.

La democracia y la libertad son valores fundamentales que deben construirse sobre la base de una cultura comprometida con los derechos humanos, la tolerancia y el respeto a las diferencias. Desafortunadamente, la intolerancia y la discriminación persisten en numerosas regiones del planeta, por eso se discuten y someten a votación resoluciones torpes y cargadas de odio como la más reciente de la UNESCO.

Quiero rememorar hoy la tragedia del Holocausto. Tenerlo presente es fundamental para evitar su repetición y para construir una cultura de tolerancia y no-discriminación. El Holocausto significó el asesinato de más de seis millones de seres humanos, de los que más de millón y medio eran niños. Una de las causas de esta terrible tragedia humana fue sin duda el enraizamiento y la radicalización de la cultura de la intolerancia y la discriminación. Durante varias generaciones, abarcando amplias capas sociales, en Europa se sembró el antisemitismo, la intolerancia, la idea estúpida e inmoral de que el mundo podía dividirse en seres supuestamente “superiores” y otros presuntamente “inferiores”.

Mientras algunos se abocaron con éxito a la tarea de nutrir, expandir y manipular la ignorancia y el odio para hacerse del poder, otros muchos cometieron el error de suponer que el único amenazado era el pueblo judío, por lo que optaron por la pasividad y la complacencia o, lo que fue peor, por la indiferencia. En medio de la maldad de unos y la indiferencia de otros, hubo personas que se atrevieron a dar un paso al frente, a decir no, a hacer lo correcto aún a riesgo de su bienestar y de su propia vida. Una de esas personas fue un mexicano excepcional: Gilberto Bosques Saldívar.

Gilberto, diplomático de carrera, sirvió a nuestro país como cónsul en Marsella, antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Desde ahí ayudó a alrededor de 30 mil personas, muchos de ellos judíos, a escapar de la Europa oprimida por el fascismo. Don Gilberto comenzó, como era su obligación consular, asistiendo a los ciudadanos mexicanos que se veían acosados por el régimen de terror que los nazis impusieron en Francia. Pero no se detuvo ahí. Ante la enorme demanda de asilo por parte de europeos perseguidos, don Gilberto tomó la determinación de rentar un castillo en Reynarde, donde brindó refugio a los solicitantes de visas para huir a México.

Según lo narra él mismo en su libro La diplomacia Mexicana durante la Segunda Guerra Mundial: “(…) había ahí de 800 a 850 personas, que tenían todo lo necesario. (…) Había universitarios, magistrados, literatos, hombres importantes y también había trabajadores del campo y del taller. Todos llegaron ahí a protegerse, a buscar abrigo”.

Estos actos de generosidad y valentía se multiplicaron por cientos y luego por miles, conforme aumentó la demanda por asilo en México. Esta disposición para llevar a la práctica su responsabilidad de diplomático, incluso más allá de lo que hubiera podido exigírsele, permitió salvar la vida a miles de perseguidos de muy diverso origen y credo que se acogieron a la protección del gobierno y a la hospitalidad del pueblo mexicano.

Por eso, cuando vemos en toda su dimensión lo hecho por mexicanos ilustres como Gilberto Bosques, que mucho honra a la diplomacia mexicana, resulta todavía más cuestionable el voto de México a favor de la resolución de la UNESCO.

*Abogado.

 

Fuente:eluniversal.com.mx