La Editorial Siruela rescata una de las primeras novelas del escritor israelí Amos Oz.

JOSÉ MIGUEL G. SORIANO

Dentro de la colección Biblioteca Amos Oz, con la que la editorial Siruela ha emprendido desde hace un par de años la labor de publicar toda la obra completa del autor israelí –algunos de cuyos títulos más notables ya habían sido editados por este mismo sello–, empezando por la considerada como su obra maestra, la autobiográfica “Una historia de amor y oscuridad”, se ha incorporado ahora como título más reciente una de las primeras novelas de la prolífica carrera de Oz, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2007: “Tocar el agua, tocar el viento”, publicada originariamente en 1973.

Bajo el fiel cuidado de su traductora habitual al español, Raquel García Lozano, en esta oportunidad se nos presenta un relato acerca del destino del pueblo judío y la diáspora a Israel, donde a menudo se quiebran los límites entre realidad y ficción y un marco de fantasía alegórica, de cuento popular, sobrevuela la narración, amalgama de literatura, reflexión filosófica y comentario social.

Dos conflictos bélicos, la II Guerra Mundial, con las trágicas consecuencias del Holocausto, y la llamada Guerra de los Seis Días, momento de máxima tensión de un enfrentamiento que se convertirá en permanente hasta el día de hoy, encapsulan la obra y cierran el círculo vital de los dos protagonistas y de toda una generación judía, en realidad, apresada entre el horror del inmediato pasado anterior a la creación del Estado de Israel y el presente e interminable conflicto bélico con sus vecinos árabes. Así, la novela relata la historia de Eliseo Pomeranz, un matemático y relojero judío que se ve forzado a abandonar Polonia en 1939, cuando los nazis se apoderan del país, ocultándose entre los bosques inhóspitos en una huida continua y dejando atrás a su bella e inteligente esposa, Stefa. Acabada la conflagración, y tras eludir los temibles campos de concentración, ambos conseguirán ir rehaciendo sus vidas de forma separada, mientras buscan -o anhelan íntimamente- el momento de reencontrarse: Stefa, en la Rusia de Stalin; y Eliseo, en Israel, en la vida en apariencia segura y estable de un kibutz.

Se trata, por tanto, de una trama principal que, en su marco, guarda evidentes concomitancias con la vida del autor, hijo de emigrantes judíos procedentes de Lituania y Polonia, que quiso ser músico antes que literato -la música tiene una importancia esencial, dentro de la novela, en su explicación del universo-, y que tras quedar tempranamente huérfano de madre, pasó a vivir en un kibutz hasta cumplir los 47 años. «Cuando escucho varias voces internas diferentes escribo una novela», ha explicado en una entrevista reciente. Concebida con una amplia licencia poética, y basada en la proposición de construir todos los personajes de manera igualitaria, en Tocar el agua, tocar el viento una capa envolvente de humor e ironía encubre la mirada sensible del autor por unos seres aparentemente grotescos en muchos casos, con cuyas descripciones se ríe Oz con sarcasmo -en una clara voluntad de estilo- y de quienes finalmente se compadece: Kumin, el ingeniero ruso; Mijail Andreitch, el agente del servicio revolucionario; Audrey, la joven idealista; Yotam, el iluminado hijo del secretario del kibutz; etc.

En el desarrollo de sus relatos paralelos y simultáneos, Stefa se convierte en una especie de heroína –cómica- de la burocracia soviética; y Eliseo es un rutinario campesino que un día asombra al mundo al encontrar una solución matemática al problema del infinito… Pero, cuando el matrimonio se reúna por fin, será solo para desaparecer de nuevo, «convertidos ya en seres tan insustanciales como todos aquellos que se han alejado demasiado de la tierra para escapar de los corrosivos tentáculos del mal».


Fuente:elimparcial.es