CHEMI SHALEV

La Unión Americana sigue siendo el país aún más fuerte y admirado del mundo, pero la elección de Trump demostraría que se ha desviado de los rieles.

Estados Unidos es un gran país. Lejos de ser perfecto, pero grande, sin embargo, fuera de Donald Trump y millones de estadounidenses que han sido manipulados por el Partido Republicano para pensar lo contrario, todo el mundo sabe que es un gran país. Los chinos lo saben. Los rusos, europeos y musulmanes lo saben. Incluso los israelíes conciden en eso. ISIS sin duda sabe que Estados Unidos es grande, y por eso es que se empeña en derribarlo.

Algunos piensan que Estados Unidos solía ser más grande, pero eso es discutible. Es cierto que la vida se ha complicado económicamente, que la Unión Americana podía imponerse ante el mundo y que varios otros países se han vuelto difíciles en los últimos años. Pero el pasado que tantos seguidores de Trump parecen añorar también incluye a los afroamericanos que sabían cuál era su lugar, los hispanos que sonreían cuando atendían las mesas en restaurantes, las mujeres que se quedaban en la cocina y los homosexuales que vivían con miedo y en la oscuridad. Muchas personas que desean que Estados Unidos sea grande nuevamente sólo quieren una “América blanca” de nuevo.

Estados Unidos solía pensar como Muhammad Ali: no era suficiente ser grande, sino que tenía que ser el más grande. Pero muchos países creen que son superiores. Y tras siglos de tiranía y corrupción, otros empiezan a recuperarse. Eso no es malo, a menos que piensen que si Estados Unidos es grande el resto del mundo tiene que ser inferior.

Indudablemente, la Unión Americana no es grande en diversos ámbitos: no tiene el mejor sistema educativo, ni el mejor sistema de salubridad, de bienestar social, de justicia, o de control de armas. Su base industrial se contrae y su infraestructura está en declive. No es el país más seguro del mundo y algunas ciudades son quizás de las más peligrosas. Y, como todo el mundo ha visto en los últimos meses, tiene una asombrosa cantidad de locos, lunáticos, neonazis y simplemente idiotas.

No obstante, EE.UU. sigue teniendo la economía más grande del mundo, el ejército más fuerte, la tecnología más avanzada y ha obtenido la mayor parte de los premios Nobel en el mundo. Todavía gana la mayor cantidad de medallas en los Juegos Olímpicos. Aún tiene millones de extranjeros que quieren entrar al país, y no millones de estadounidenses que desean irse.

Estados Unidos domina la cultura popular en todo el mundo, tal vez más que nunca. Sus películas sobresalen, sus estrellas de rock predominan, sus series de televisión hipnotizan, y lo es todo en el internet, los medios sociales y el comercio en línea. De hecho, un Estados Unidos que aloja a Google, Facebook, Amazon, Netflix, Snapchat y cualquier gigante digital es, en muchos sentidos, más poderoso que en toda su historia. ¿No es grande? Por supuesto que sí.

Más importante aún, la Unión Americana sigue siendo la principal protectora del planeta. Es profundamente defectuosa, pero sin embargo es un faro de la libertad, un defensora de los derechos humanos, un defensora de Israel. La democracia americana es – o al menos era – venerada en todo el mundo. La constitución estadounidense es uno de los documentos más venerados de la historia. El país sigue siendo un pionero por su disposición para cambiar, corregir errores históricos, permitir a las minorías igualdad de oportunidades para alcanzar la cima. La elección de Barack Obama como presidente fue un momento brillante en el cual Estados Unidos fue realmente el más grande; La elección de Hillary Clinton como la primera mujer en liderar el mundo libre podría ser otro.

Trump dice que el mundo no toma en serio a Estados Unidos, pero son puras mentiras. Trump también dice que nadie respeta a Obama: Una encuesta de Pew realizada en junio de 2015 revela que Obama es admirado en todo el mundo, con excepción de Rusia, China y, desafortunadamente Israel. Pero una cosa es cierta: El mundo no está satisfecho con Donald Trump. Él despierta desconfianza, ridículo y profundos temores. Si Trump llegara a ser presidente, su elección haría que muchas personas en el mundo reconsideren si Estados Unidos sigue siendo grande o simplemente se ha desviado para siempre.

Trump ya ha causado un daño incalculable a la imagen de Estados Unidos en el extranjero. Los políticos, los expertos y el público en general no pueden comprender cómo el partido de Abraham Lincoln, Dwight Eisenhower e incluso Ronald Reagan pudo ungir a un candidato tan antipático, ruidoso, ignorante y racista. Se sorprenderán diez veces si resulta que el pueblo estadounidense lo elige como presidente. Las comparaciones entre Trump y los líderes más vilipendiados de la historia moderna serán inevitables.

En base a sus declaraciones descabelladas sobre la OTAN, Rusia, las armas nucleares y lo que sea, Trump también inspirará miedo. Pero no es el tipo de miedo que muchos republicanos anhelan. No es temor que un presidente estadounidense de línea dura pero responsable, podría despertar: con Trump, mucha gente recordará la ansiedad de Jack Nicholson en “El Resplandor”.

Pero la elección de Trump como presidente no sólo manchará la imagen del país a ojos de extranjeros, sino que la aplastará a ojos de muchos estadounidenses, y de la abrumadora mayoría de sus élites. Los líderes del sector cultural, intelectual, académico y financiero de Estados Unidos se verán inmediatamente sumidos en el shock y la depresión. Se mirarán al espejo y difícilmente se convencerán de que Estados Unidos, con Trump como presidente, todavía puede ser grande. No dejarán el país en masa, como algunos han advertido, pero su país se verá disminuido ante sus ojos.

Será difícil reconciliar la elección de un Trump y el concepto de Estados Unidos como el gran país. Su victoria significaría que el racismo, el fanatismo y el odio han triunfado. Implicaría que las minorías ya no pueden sentirse absolutamente seguras e iguales. Esto pondría en evidencia a las fuerzas oscuras, hasta ahora contenidas, y a los antisemitas genocidas, negadores del Holocausto.

El triunfo de Trump significaría que la democracia estadounidense se tambalea al borde de algo completamente diferente, que los hechos no importan, que la realidad se puede distorsionar, que un candidato presidencial puede decir las cosas más ofensivas, escandalosas y odiosas y aún ser electo. Significaría que los estadounidenses son lo suficientemente crédulos para ser capturados por un hombre de acrobacias políticas. Significaría que dada la opción de votar por una candidata demócrata con defectos pero altamente competente, los estadounidenses prefirieron ser encabezados por el aspirante presidencial más incondicional de la historia moderna, un hombre que no sería elegido como perrero en países que nunca fueron y nunca serán tan grandes como la Unión Americana.

Estados Unidos fue grande, es grande y lo seguirá siendo, incluso podría ser aún más grande, pero no si elige a un gran pretendiente como Donald Trump. Ni mucho menos. Y eso es antes de considerar qué clase de presidente podría ser, sobre todo porque es una idea tan absurda que incluso sus más fervientes seguidores no lo han pensado.

Fuente: Haaretz

Traducción: Esti Peled

Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico