JULIÁN SCHVINDLERMAN

Dentro de su gran cobertura del fallecimiento de Fidel Castro, Clarín orgullosamente publicó una fotografía del día en que el dictador cubano visitó la redacción del diario. Se veía a Fidel hablando, rodeado del director del medio, el editor de internacionales y dos periodistas estrella, todos escuchando con fascinación lo que fuere que el sabio comunista estuviere afirmando. Ceños fruncidos, gestos concentrados, poses atentas. Toda una coreografía de devota atención. En lo que a representaciones iconográficas del desvarío ideológico del progresismo contemporáneo se refiere, esta debería ser considerada un clásico. Salió el sábado pasado. Es de colección.

En la apta observación de James Taranto, del Wall Street Journal, mientras que el conservadurismo hizo duelo durante los cincuenta y siete años de gobierno castrista en Cuba, ahora le toca al progresismo velar a uno de sus íconos predilectos. Y vaya si lo duelan. “Hay en Fidel, en él, una parte importante del pueblo cubano, una estatura de Quijote”, exclamó con generosidad José Mujica. “Fidel fue un líder dedicado a la defensa de su tierra y de su gente, así como de la verdad y la justicia”, declaró autorreferencialmente Mahmoud Abbas. Justin Trudeau, premier de una nación libre y vecina de Estados Unidos, corporizó el amor de izquierdas por Fidel al caracterizarlo de “revolucionario y orador legendario”, “líder destacado”, de “tremenda dedicación al pueblo cubano”. ¿Podía tornarse esto más patético todavía? Por supuesto que sí.

John Carlin en El País de España conjuró esta reflexión que será un monumento a la estrechez intelectual para la posteridad: “Piense lo que uno piense de su ideología o de su sistema de gobierno, lo que nadie puede dudar es que fue un coloso en el escenario mundial, heroico en su narcisismo y en su hambre de poder, sin duda, pero también un líder luminoso, un hombre audaz, un genio de la persuasión política que supo en sus entrañas, como Napoleón o las grandes figuras de la mitología griega, que había nacido para la grandeza. ¿Un dictador? Sí. ¿Brutal? Sí. Pero también un líder con una visión generosa de lo que debería ser la humanidad”. Con la izquierda comparando a Castro con el Quijote y Napoleón, uno ya puede advertir que se pasaron de raya en su adulación.

Su caballito preferido de batalla es hacer hincapié en los logros educativos y de salud en la isla. Fidel habrá sido un tirano despiadado que encarceló a homosexuales, ejecutó a disidentes y asfixió el desarrollo económico, admitirán (cuando raramente lo hacen) pero, ¿acaso no es genial lo que hizo con los hospitales y las universidades? Corramos de lado la evidencia que apunta a lo opuesto –que hay faltantes de aspirinas en los hospitales de Cuba y que es Harvard, y no la Universidad de La Habana, el imán académico para los estudiantes del mundo– y llevemos este razonamiento a su última conclusión.

Pinochet mejoró la economía chilena de manera espectacular. ¿Lo convierte eso en un “líder luminoso” a pesar de las desapariciones de personas? Hitler promovió la cultura musical alemana apreciablemente desde que tomó el poder. ¿Lo convierte eso un “líder destacado” más allá del Holocausto? Porque si los éxitos económicos, culturales, educativos o de cualquier otro tipo han de prevalecer sobre las atrocidades humanitarias, entonces ¿dónde está el límite entre la ponderación fría de la gestión y el horror moral ante las conductas de los tiranos? ¿Existe tal límite? La izquierda ya dio su respuesta, y fue un sonoro no.

Según el diario La Nación, el líder cubano pronunció cerca de 1.150 discursos entre 1959-2008. El primero, o uno de los primeros, tras el triunfo de la revolución en 1959: duró nueve horas. En 1960 disertó en las Naciones Unidas: cuatro horas y veintinueve minutos. En 1998 dejó constancia de la alocución más extensa ante la Asamblea Nacional cubana: siete horas y quince minutos. Incluso a la entrada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenas Aires disertó Fidel, en el 2003: tres horas. ¿No se dan cuenta los progresistas de que están celebrando a un loco? ¿De veras no entienden que están aplaudiendo a un hombre psicológicamente averiado? ¿Este demente es su modelo político?

Ya que estamos con el tema de los soliloquios del revolucionario caribeño, recordemos su más célebre. En su alegato ante el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, en 1953, Fidel Castro grandiosamente declaró: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”. No, Comandante, la historia no lo hará. Solo lo absolverán sus fieles fans progresistas.

Fuente:Comunidades