PABLO MOLINA

No mucho después de que las fuerzas norteamericanas derrocaran al Gobierno de Sadam Husein en 2003, caravanas de camiones comenzaron a llegar a la base aérea de Andrews, en las afueras de Washington, con una carga inusual: palés de paquetes con fajos de billetes de 100 dólares. El dinero, retirado de las cuentas que el Gobierno iraquí tenía en los Estados Unidos, fue cargado en un avión militar de transporte C-17 y trasladado a Bagdad, donde la Administración Bush deseaba proporcionar una rápida inyección financiera para el nuevo Gobierno iraquí y la maltrecha economía del país.

De esta manera comienza el artículo que James Risen publicó este pasado domingo en The New York Times, como anticipo de su libro Pay Any Price: Greed, Power and Endless War (Paga cualquier precio: avaricia, poder y una guerra interminable). ¿Qué pasó con el dinero en efectivo que salió de EE.UU con destino a Bagdad? Eso es lo que Risen pretende desentrañar en su libro. A tenor de sus investigaciones, al menos 1,000 millones de dólares acabaron en un búnker secreto situado en una zona rural del Líbano.

En total, Risen calcula que salieron de EE.UU en aquellos días entre 12,000 y 14,000 millones en efectivo, además de otros 5,000 que fueron enviados a Irak a través de transferencias bancarias. El destino de todo ese dinero se desconoce, dado el caos en que se sumergió el país tras el derrocamiento del dictador Sadam Husein y la corrupción extendida entre las élites locales. Lo mismo sucedió con el dinero procedente del Fondo para la Reconstrucción de Irak, creado por la ONU, en el que se depositaban los ingresos petroleros del país para que se destinaran a ayudar a la población pero que fueron a parar a otras manos: en este sonado caso de corrupción apareció directamente implicado Kojo Anan, hijo del entonces secretario general de la organización internacional, Kofi Anan.

Risen recoge en su trabajo el testimonio de Stuart Bowen, el funcionario encargado por George W. Bush en 2004 de vigilar el destino de los fondos transferidos al Gobierno provisional iraquí e investigar los casos sospechosos de corrupción. En 2010 Bowen detectó que 1,000 millones de esos fondos iniciales salieron de EE.UU gracias a un informante que le puso al corriente del búnker libanés antes citado, en el que también habría depositados unos 200 kilos de oro.El inspector norteamericano desconoce cómo llegó semejante cantidad de dinero en efectivo y oro al Líbano, y asegura que “miles de millones de dólares han sido sacados ilegalmente de Irak en la última década”, lo que da una idea del nivel de corrupción en las altas esferas iraquíes. No es de extrañar, pues, que las denuncias de Bowen no hayan tenido eco en el Ejecutivo de Bagdad, que siempre se ha negado a abrir una investigación. Por su parte, las autoridades libanesas no han dado permiso a Bowen y a su equipo para visitar el lugar donde se encuentra ese depósito clandestino de dinero.

Tampoco en EE.UU han prosperado los esfuerzos de Bowen por investigar formalmente la desaparición de esa ingente cantidad de dinero público iraquí. Según cuenta Risen en su artículo, citando al propio Bowen, ni la CIA ni el FBI han mostrado el menor interés por conocer el destino de los fondos evaporados. El argumento no puede ser más contundente: en última instancia, “es dinero iraquí robado por iraquíes”.

Fuente:elmed.io