JOSE OLIVA

Tras descubrir en el altillo de su casa siete cajas con documentos y fotografías de su familia de origen judío, la escritora barcelonesa Dory Sontheimer continúa la investigación de sus orígenes en la novela “La octava caja”, centrada en sus familiares checos víctimas del Holocausto.

En su obra anterior, “Las siete cajas”, Dory Sontheimer (1946), farmacéutica de profesión y ahora escritora e historiadora vocacional, realizaba un viaje literario a la dolorosa huella del Holocausto y el testimonio de los judíos que se refugiaron en la España de Franco, que ahora prosigue con “La octava caja” (Circe).

En una entrevista con Efe, Sontheimer ha dicho que para ella “el tema no estaba cerrado con ‘Las siete cajas'”, y quería reencontrarse con los descendientes de las cuatro ramas de sus abuelos, entre ellos los descendientes de la abuela paterna, los de Praga.

“Tuve la oportunidad de conocer al único superviviente del Holocausto de mi familia, que tiene 86 años y vive en Boston. Me explicó todo su periplo cuando era niño, lo que significaron para él aquellos duros años y fue entonces cuando pensé en todos los niños de la familia que habían sufrido la época”, relata.

Educada como católica en la Barcelona de posguerra, Sontheimer era hija de padres judíos que se habían conocido en la capital catalana en tiempos de la República y que, acabada la Guerra Civil, se convirtieron al catolicismo y transformaron sus nombres originales, Kurt y Rosl, en Conrado y Rosel.

En “La octava caja” Sontheimer narra las vidas de Catherine, Peter, Michael, Tommy y Pavel, niños que tenían de 4 a 10 años cuando Hitler entró en Praga, y “la casualidad y la búsqueda hizo que pudiera conocer a Michael y a los hijos o familiares de los otros cuatro: los descendientes de la niña, que viven en Canadá, y los de los otros tres niños, que se encuentran en Londres y en Sao Paulo”.

En medio de esa indagación, también buscaba cosas de la fábrica Lehmann de Barcelona, que había sido de su abuelo paterno Max y que tenía una filial en Barcelona -se conservan restos del edificio y la chimenea-; y visitó a unos amigos coleccionistas, que le enseñaron las 200 muñecas que tenía en el salón.

“Hubo una que me llamó la atención, mi amigo me dijo que la muñeca se llamaba Patty y era judía. En la nuca luce una estrella de David, una K y una R a ambos lados. Casualmente, la primera inicial de los nombres de mis padres. Una muñeca que había sido fabricada en la Lehmann de Barcelona y que mi tía llevó a Praga en 1935 para dársela a su ahijada, que era la niña Catherine”, explica.

La muñeca es el “hilo conductor” de la historia de estos cinco niños ficcionada por Sontheimer, quien asegura que “se basan en hechos reales, aunque las vivencias de los niños con la muñeca sean fruto de la ficción, pero lo importante es ver la consecuencia que tuvo el Holocausto en los niños”.

La estructura de la novela se inspira en los siete brazos del candelabro del ritual judío (menorah): “cinco brazos por los niños, un sexto brazo para explicar los reencuentros con los familiares y un séptimo, el brazo central, que sirve de homenaje a todos los niños víctimas de cualquier genocidio”.

Optó por escribir una novela, “quizá -confiesa- porque quería desarrollarme como escritora”, y porque “el tema de los niños pedía ese formato y no el de un ensayo, y al final son como cinco biografías de los cinco niños hilvanadas a través de una muñeca que ha salido de Barcelona, que es también símbolo de encuentro entre Barcelona y Praga”.

Todas las abuelas de esos cinco niños eran hermanas de la abuela paterna de la autora, la mujer del propietario de la fábrica Lehmann de Nuremberg, fábrica que en 1938 fue “arianizada”, mientras que la de Barcelona fue colectivizada en 1936 por la República y terminada la Guerra Civil fue nacionalizada por el régimen de Franco, recuerda.

Dory Sontheimer ya ha comenzado un nuevo proyecto, “una biografía novelada de una mujer que trabajó en el espionaje para los británicos en Estoril (Portugal)”, aunque también es protagonista de una circunstancia más personal: “Gracias a ella, mis abuelos paternos se salvaron, ya que intercedió ante el cónsul general alemán para que mis padres pudieran quedarse tres meses para que pudieran embarcarse hacia Cuba y no fueran deportados a la frontera”, rememora Sontheimer.

Fuente:teinteresa.es