ESTHER SHABOT

La Presidencia de Trump polarizó como nunca antes al liderazgo político israelí y a la importante masa de judíos norteamericanos de perfil liberal.

Hace unos días, Jonathan Greenblatt, director general de la Liga de Antidifamación (ADL), que opera en Estados Unidos para monitorear y denunciar actos de antisemitismo, realizó una visita de trabajo a Israel donde dirigiéndose al público que lo escuchaba expresó su preocupación por el hecho de que en las últimas semanas se habían multiplicado notablemente los ataques antisemitas en su país, de tal suerte que “el antisemitismo en Estados Unidos se halla en niveles no vistos desde los años treinta”. Habló de la responsabilidad que sobre esta situación ha tenido el fortalecimiento de las corrientes supremacistas blancas al estilo del movimiento Alt-right, corrientes que han encontrado en los confusos mensajes y discursos del presidente electo la legitimidad para sacar a la luz su racismo contra aquellos que no se ajustan al modelo del hombre blanco y de fe protestante que, presuntamente, es el que debe dominar e imponerse en su calidad de dueño original del país.

La situación descrita por Greenblatt, sumada al hecho de que alrededor de 75% del electorado judío-norteamericano sostiene posturas liberales y, por ende, votó por la candidata Clinton revela que para la mayor parte de los aproximadamente cinco millones de judíos que viven en Estados Unidos, la Presidencia de Trump representa una amenaza doble: contra su seguridad y participación igualitaria dentro de la sociedad norteamericana y contra los valores liberales que defienden como ciudadanos. De ahí que una buena cantidad de organizaciones judío americanas hayan manifestado ya su preocupación, tal como lo hizo el director de ADL en su reciente visita a Jerusalén.

Pero, por otra parte, ha surgido el contraste que ofrece el actual gobierno israelí fuertemente inclinado a la derecha y, por tanto, complacido con el triunfo de Trump. El premier Netanyahu, que tanta tensión tuvo con la administración de Obama, considera que al representar Trump una línea opuesta a la de su predecesor, podrá contar con un Presidente en Washington mucho más afín a la naturaleza de su gestión política. Y tal expectativa parece volverse realidad con el reciente nombramiento hecho por el magnate neoyorquino David Friedman como próximo embajador de Estados Unidos en Israel. Y es que Friedman, un abogado que ha representado a Trump en asuntos relacionados con quiebras de casinos en Atlantic City, es un hombre que se ha caracterizado por posturas más que favorables a la expansión irrestricta de asentamientos judíos en Cisjordania (incluso ha sido contribuyente económico a ellos) y contrarias a la solución de “dos Estados para dos pueblos” necesaria para dar lugar a la creación de un Estado palestino independiente. De igual manera ha sido un ferviente defensor del traslado de la embajada estadunidense a Jerusalén, con lo que su gestión como embajador representará un impulso al proyecto político de la ultraderecha israelí, que desembocaría no sólo en un muy probable aumento de violencia entre israelíes versus palestinos y mundo árabe, sino también en la imposibilidad de que Israel mantenga su carácter judío y democrático. Con este nombramiento, que aún necesita ser ratificado por el Senado, Trump expresa su ignorancia acerca de los riesgos implícitos en este golpe de timón capaz de incendiar aún más esta volátil región del mundo.

Resulta por tanto evidente que, en estas circunstancias, la Presidencia de Trump ha polarizado como nunca antes al liderazgo político israelí y a la importante masa de judíos norteamericanos de perfil liberal. Ambas partes se hallan ahora en polos opuestos en lo que se refiere a cuestiones existenciales. El resultado está siendo una fractura en el mundo judío no vista desde la creación del Estado de Israel, país que a lo largo de más de seis décadas ha sido el gran cemento aglutinador de los 14 millones de judíos que hay en el mundo y que, a la luz de lo que hoy ocurre, podría encaminarse a dejar de cumplir con esa función.