Como explicamos ayer, el proceso de asimilación a la cultura helénica comenzó una generación después de la muerte de Alejandro Magno (323 a.e.c). Su imperio fue dividido entre sus tres generales y allí comenzó la helenización, es decir, el movimiento para que todos los pueblos conquistados por los griegos abrazaran la cultura y religión griega. Los griegos introdujeron sus creencias y valores en todo el mundo civilizado sin resistencia ni problema alguno: las prácticas paganas promiscuas, la idolatría, la idealización de la belleza exterior y la industria del entretenimiento. Todos estos nuevos “valores” fueron adoptados rápidamente y con mucho entusiasmo por todos los pueblos del imperio griego. Con excepción del pueblo judío.

RAB YOSEF BITTON

Al principio los griegos trataron de asimilar a los Yehudim por medios no violentos. Para eso se concentraron en las personas más vulnerables de la sociedad: los ricos. Que eran aquellos que tenían más para perder. Los griegos amenazaron a los ricos con confiscar toda su fortuna si persistían en la práctica judía. Y también los tentaron ofreciéndoles la reducción de impuestos y la obtención de títulos aristocráticas si empezaban a actuar completamente como griegos. Lentamente muchos judíos influyentes se asimilaron. Esta situación llegó a su pico cuando durante un Shabbat, Jasón, un Cohen Gadol totalmente asimilado a la cultura helénica, asistió a una competencia deportiva en un estadio olímpico construido al lado del Bet haMiqdash, en lugar de dirigir los servicios religiosos en el Gran Templo (Bet haMiqdash).

No obstante, y aunque eran muchos los judíos que seguían el camino de los griegos, otros Yehudim permanecían leales a su fe.

En el año 169 a.e.c. ocurrió un hecho que cambiaría el curso de la historia. Antiojus Epifanes, el nuevo emperador, decidió que ya era hora de dejar de ser buenos y persuasivos con aquellos obstinados judíos que aún permanecían fieles a su religión. Había llegado el momento de imponer los valores griegos por la fuerza y eliminar la obstinada resistencia judía. Antiojus trajo sus ejércitos a Yerushalayim. En primer lugar prohibió a los Yehudim ofrecer los sacrificios diarios en el Bet haMiqdash. Luego, profanó nuestro Bet haMiqdash (Templo), lo transformó en un santuario para sus ídolos e introdujo sus estatuas. Mató a miles de judíos que se resistían y a otros los capturó y los vendió como esclavos.

En el año 167 a.e.c Antiojus decretó que practicar el judaísmo era considerado un crimen capital en el Imperio griego y sería castigado con la ejecución. Shabbat, Rosh Jodesh, Kashrut y en particular, la circuncisión, fueron prohibidos. Los judíos estaban obligados a arrodillarse en público cada vez que pasaban frente a un ídolo griego.

Al principio los Yehudim no reaccionaron. Miles escogieron la muerte antes que adorar ídolos. Hasta que alguien decidió hacer algo al respecto…

En una de sus redadas los griegos entraron en la ciudad de Modi’in y le ordenaron a Matitiyahu Ha Cohen, el líder de la ciudad, ofrecer un sacrificio a un ídolo pagano. Los griegos especulaban con que una vez que el líder ofreciera un sacrificio al dios griego todos los demás iban a seguir su ejemplo. Y si el líder se negaba a ofrecer los sacrificios paganos, lo matarían y pondrían a un líder judío Helenista en su lugar. Así lo habían hecho ciudad por ciudad. Y los judíos, por lo general, se dejaban matar en lugar de adorar a los ídolos. Pero con Matitiyahu ocurrió algo diferente. En lugar del martirio (dejarse matar para no practicar la idolatría), Matitiyahu luchó y terminó matando a los que traían las órdenes de Antiojus. Este acto heroico, y hasta ese entonces sin precedentes, inspiró la revolución armada de los Yehudim, liderada por Matitiyahu y sus hijos, contra el tirano Antiojus. Con la ayuda de HaShem, y después de muchas heroicas y difíciles batallas, los Yehudim derrotaron al poderosísimo ejército griego, y al final, en el año 165 a.e.c, purificaron y rededicaron el Bet haMiqdash y restauraron la soberanía judía sobre la tierra de Israel.

El rabino Eliezer Melamed (Peniné Halajá, Zemanim, 218-220) dice que la impaciencia de Antiojus fue algo “providencial” (מן השמים) que ayudó a que muchos judíos resolvieran preservar su religión. Dice el Rab Melamed que si los griegos hubieran sido más pacientes, la asimilación podría haber sido mucho mayor, y las consecuencias, podrían haber sido devastadoras. Como ocurrió muchas veces, al prohibir la práctica del judaísmo, incluso los judíos más asimilados reaccionaron y se sumaron a la rebelión.

 

Fuente: halaja.org