RUTH R. WISSE

La política anti-Israel de Obama muestra la necesidad de la Ley de Conciencia del Antisemitismo.

Diciembre comenzó con la aprobación por parte del Senado de la Ley de Conciencia del Antisemitismo y terminó con la traición del Presidente Obama al estado judío. En un retroceso de la política, Estados Unidos falló en bloquear una medida del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que es posiblemente el pronunciamiento más perjudicial de la ONU desde la resolución de 1975 declarando que “Sionismo es una forma de racismo y discriminación racial.” La abstención por parte del presidente alinea a Estados Unidos con los malhechores contra quienes el Senado está tratando de crear conciencia.

Consideremos esto paso por paso. El Senado aprobó el acta triple-A en respuesta a la intensificación de la hostilidad antijudía en Estados Unidos, especialmente en los márgenes de la política y en instituciones de enseñanza superior. Los administradores universitarios protestaron que la legislación asfixiaría la “libertad de expresión.” Tratar el antisemitismo como un problema de libre expresión es como tratar un brote de paperas como un problema de cosmética. Se requieren autoridades responsables para controlar las epidemias nocivas.

El anteproyecto del Senado minimiza el problema al tratar el antisemitismo bajo el Título VI de la Ley de Derechos Civiles de 1964, la que prohíbe la discriminación basada en la raza, color u origen nacional. De haber sido el antisemitismo históricamente sólo un asunto de discriminación, no podría haber generado el exterminio de los judíos de Europa o la guerra árabe perpetua contra Israel. La discriminación es meramente un subproducto del antisemitismo, que en la modernidad es una estrategia, ideología y movimiento político forjado en la Europa del siglo XIX, adaptada por los árabes del siglo XX, y expandiéndose ahora en nuestro medio.

Décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estableció el Museo Recordatorio del Holocausto supuestamente para advertir contra genocidios como el asesinato en masa de la judería europea. Pero el museo subvirtió su propósito en forma inadvertida. La Liga para el Antisemitismo fue fundada en Alemania en la década de 1870 para oponerse a la democracia liberal, a la cual llamaba una conspiración judía “para conquistar Alemania desde adentro.” La Rusia zarista sumó “Los Protocolos de los Sabios de Sion” y acusaron a los judíos de querer conquistar al mundo. El nazismo sumó el rasgo de la supremacía aria. Los movimientos nacionalistas la adaptaron a sus especificidades, y así lo hicieron los movimientos internacionalistas, motivo por el cual uno de sus líderes llamó al antisemitismo el “socialismo de los tontos.”

El antisemitismo proteico aviva el espectro político y culpa a los judíos por lo que sea que se dice que representan. Mucho antes del Holocausto, el antisemitismo engendró a su sucesor, el antisionismo. Cuando el muftí de Jerusalem instigó las masacres de los judíos de Palestina en el año 1929, el líder soviético José Stalin las saludó como presagios de una revolución comunista, acusando a los judíos palestinos de imperialismo y preparando el terreno para la alianza soviético-árabe que más tarde dominó la ONU. Así una forma de política diseñada en Europa y organizada contra los judíos en su dispersión fue reorganizada contra judíos reunidos en su patria.

La guerra de la Liga Árabe contra Israel se opuso al principio de la coexistencia. Habiendo fracasado los líderes árabes en su promesa de empujar a Israel al mar, adoptaron la táctica invertida del antisemitismo acusando a Israel de desplazar a los palestinos.

Mucha de la consiguiente convulsión y violencia en el mundo árabe pueden ser rastreadas hasta ese pecado político original de rechazar la coexistencia.

Regresando a Estados Unidos, nadie familiarizado con la biografía del Presidente Obama puede sorprenderse por su consentimiento con la política antijudía de agravio y culpa. Criado en, educado por, y expuesto a las formas principales del antisemitismo contemporáneo, habría sido destacable que escapara a sus efectos. Él asistió a la escuela en Indonesia adonde, según encuestas de Pew, las opiniones desfavorables hacia los judíos están entre las más altas en el mundo musulmán.

Esta es la conexión más obvia entre su crianza y su pertenencia a la iglesia de Jeremiah Wright en Chicago, el pastor cuyo antisemitismo él tuvo que repudiar a fin de ganar la Casa Blanca. No menos importante que cualquiera de estas influencias fueron sus años de universidad en Columbia a principios de la década de 1980—cuando el Prof. Edward Said estaba haciendo sonar el toque de tambores pro-OLP contra Israel—y su asociación a la izquierda dura antisionista en Chicago.

En este sentido, el presidente es un producto fiel de su educación. Su legado ruinoso pone de relieve la importancia de “Conciencia del Antisemitismo,” ya sea que la aprobación del acta del Senado sea o no suficiente para detenerlo. La administración actual ha cortejado el favor de los perseguidores de Israel en la esperanza de evitar su enemistad hacia Estados Unidos.

Al hacerlo, ha permitido un ataque contra Israel por parte de algunos estadounidenses seducidos por una fantasía similar y confortados por el conocimiento que Israel, debido a que puede al menos permitirse relajar sus defensas militares contra sus enemigos comunes, sirve como la vanguardia de combate del Occidente. De la misma manera, los administradores universitarios pueden estar contentos de tener a los judíos absorbiendo el descontento del campus que de lo contrario podría ser dirigido hacia ellos.

Estas maniobras fracasaron antes y fracasarán nuevamente. El pueblo judío ha probado su capacidad de permanecer moralmente intacto—algunos dicen excepcional—durante muchos milenios. El excepcionalismo de Estados Unidos está siendo puesto a prueba todavía, y su sometimiento al antisemitismo no es una buena señal. Al no lograr hacer frente a los enemigos en común de Israel y Estados Unidos, el Presidente Obama le ha fallado al país que lo eligió como su líder.

Ruth Wisse es una ex profesora de Idish y literatura comparada en Harvard, es la autora de “Judíos y Poder” (Schocken, 2007).

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México